Quiero asarla de a poco, dorarla, untarla,
pegarle tres mordiscos.
La quiero sobre la mesa de la
cocina. Ruego a dios (¿quién sería dios en este caso? ¿Alain Ducasse? ¿Paul Bocuse?) que el
vestido se corra un poco, sólo un poco justo ahí en el escote, ese escote más
que turgente y sugestivo. Quiero chuparle los dedos.
La amo.
Su nombre es Nigella Lawson y
cada vez que veo su programa un soplo de paz y concupiscencia —ya ven— se
apodera de mí.
No me gustan las mujeres, al
menos no como regla general. Pero Nigella no es una mujer: ella (como la Bellucci ) es todas las mujeres
porque encarna, desde mi sencilla opinión sobre el asunto, la feminidad en
pleno. Sus caderas, sus brazos, su escote (de nuevo, disculpen, es que ella está
al tanto y lo luce con desparpajo): todo habla de un cuerpo femenino que hemos
ido dejando de lado para encumbrar, en cambio, una delgadez más que sosa.
Pero el asunto no es sólo
corporal. Me explico: Nigella es cocinera por vocación y experiencia (hasta
donde sé nunca cursó estudios formales de cocina) y lo que hace que su programa (cualquiera de ellos, tiene varios) se separe de todo ese
universo de recetas dictadas cual fórmulas de manual agotado, consiste en la
capacidad de esta mujer para permitirse ser imperfecta, torpe, descuidada
incluso.
Real, Nigella se siente real.
Mete los dedos en la salsa y se los lame luego. Comenta que no le da mayor
importancia a la belleza del plato sino a la calidez de su contenido; se
ensucia, prueba, habla un poco con la boca llena como si de un guiño de seducción
se tratase, y lo que es más importante en el mundo actual: come sin miedo, sea
una torta de triple chocolate, un trozo de cordero, un plato gigante de pasta.
Nigella es eso que se nos ha ido escapando: la realidad, la libertad de
disfrutar el más sencillo y esencial de los placeres: la comida.
Sería imposible no destacar ese
pequeño pero significativo gesto que da cierre a su programa de recetas: es de
noche, Nigella se acerca a la nevera en pijama, la abre y extrae cualquier
sobrante de las delicias preparadas, y ahí, a la luz de la heladera, muerde
gustosa y sin culpa.
Imposible no amarla de esta
forma.
lo has dicho todo tu. Nigella es lo más!
ResponderEliminarpor cierto, soy yo la pelagato 1
ResponderEliminarjajajajaja, mi fiel pelagato, pues.
ResponderEliminarSuscribo dos veces: Nigella y Mónica son dos banquetes.
ResponderEliminarAsí mismo.
ResponderEliminarPor cierto: qué lujo tenerte por acá. Va un abrazo.
Más lujo será usté.
ResponderEliminarOtro abrazo.
Uy, muchas gracias.
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