lunes, 17 de octubre de 2011

Desvergüenza


Durante una reunión celebrada al este de Caracas, un amigo se acercó a una cineasta venezolana y le preguntó qué tal marchaba la producción de su primer largometraje, a lo que ella, compungida, respondió: Alguien me dijo que no me afligiese tanto, porque después de todo, un hijo mongólico es también un hijo.

Me gusta esta anécdota porque me desagrada mucho la directora en cuestión, y porque viví en directo la expresión de vergüenza en su rostro después de lanzar tan temeraria y honesta respuesta. Hoy reproduzco la mueca ante ustedes.

Yo comencé a escribir poesía en la adolescencia y, baste éste último detalle, para entender que se trataba de una obra cursi, inocente e intensísima. Yo ignoraba si eran buenos mis poemas, pero no podía parar de escribirlos. Eso sí: mi introversión me impedía mostrárselos a persona alguna, hasta que un día se me ocurrió dárselos a leer a mi tío materno, el poeta Jesús Rosas Marcano. Calculaba que con toda su sabiduría en la materia, mi tío Chu sabría darme indicaciones precisas. Él los leyó, subrayó con bolígrafo rojo e hizo acotaciones. Pero lo único que me dijo fue que siguiera escribiendo. Nada más. Quizá agregó con su marcado acento margariteño (no lo perdió nunca, vaya talento) lo que siempre solía decirnos a las sobrinas: Estas nietas de María Rosa son unas bellezas. No hubo pues revelación, porque él no era Jesús Rosas Marcano, era mi tío Chu.

Continué escribiendo y, con la mayoría de edad, la indigesta melosidad de mis poemas disminuyó un poco. En el año 2002 participé en el concurso universitario de poesía de la UCV. Tenía 21 años y unos poemas muy desgarrados que seguía conservando en secreto. Uno es arrogante a esa edad, mucho más si se cree poseedor de un don especial y se está expuesto a un pasillo universitario de iguales, todos consumidores y consumidos por al arrebato artístico. De cualquier manera, no esperaba mayor cosa de mi participación en el concurso. Lo hice sin fe, a ciegas, como quien espera un dictado con el mayor de los descuidos: Escribir parece inevitable. Si pierdo, mala cosa. Si gano, será una señal.

Pero gané: Primer lugar en el concurso universitario de poesía de la UCV. Y ahí estaba yo, leyendo mi favorito entre mis poemas en la Sala de Conciertos. Leí con incredulidad y bajé del escenario con idéntica sensación. Debía tratarse de un error: un jurado presidido por Adriano González León premiaba mis poemas entre muchos otros. Tal fue mi descrédito sobre aquel triunfo que archivé los dichosos poemas, atribuí la suerte a una borrachera del jurado (sin ánimos de ofender), gasté el cheque y aún hoy ignoro si recibí algún certificado por la proeza (me dice mi amiga Kelly Martínez que sí, el premio incluye diploma.) Y claro, nunca más escribí poesía.

La cosa es que algunos somos unos absolutos descreídos de nuestro talento, sea éste grande o chico. Ahí sí podría llevarme un merecido primer lugar, porque rara vez creo en lo que hago (y por hacer, entiéndase escribir) y cuando lo consigo, el efecto dura tan poco y en contraste, es tan largo el flagelo… Debió transcurrir mucha vida y mucho tiempo para que entendiese que, en efecto, era inevitable: volvería a las andanzas. Ya no es poesía, pero esta pequeña ceremonia ante el teclado persiste, incluso contra mí misma. Así que tras mucho dudar abrí el archivo del concurso, con pánico a la vergüenza propia enfrente esos viejos poemas y finalmente, decidí que debía airearlos, porque la escritura es atrevimiento. Ya no pretendo nada de ellos, pero no puedo negar que fueron el inicio de algo. Aquí están, sin retoques, sin cambios; no tendría ningún sentido: tullidos o no, me pertenecen.

.Casi lo olvido: creo haber notado alivio en el semblante de la directora de cine tras pronunciar aquellas palabras. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Territorio Inmóvil

Básteme decir que la inmovilidad de este territorio
es la culpable del melancólico aire
que a mi cuerpo acecha.
Osada afirmación o no.
Será suficiente con renegar de cualquier posible vínculo afectivo.
El calor de las tardes se torna agobiante.

Vacío

Maldito sea el vacío que precede religiosamente al acto.
Hasta podría decirse que por un indefinido lapso, somos nada.
Cada palabra impresa es antecedida de un modo inexorable
por una muerte súbita.
De múltiples muertes está hecho el poema.


Pertenencia y nostalgia

Durante algún viaje del tiempo
pertenecí
a una ciudad casta,
gobernada por el ensueño,
toda ella anclada
en un segundo sin retorno
y sin fin.

Presa de la infame linealidad que a todos nos confunde
fui arrastrada
lejos de cualquier servidumbre,
de cualquier pertenencia.

Ahora, tres puntos del planeta se elevan bajo las sombras
y a partir de ellos,
miles de ciudades se disputan
mi torturado cuerpo.

Entre los gritos mudos que a diario
y a los elegidos deja oír la tarde,
confieso
que la nostalgia
es una extraña visión de días sin gloria,
días míos,
de otros.

Cada vez más dolorosa cuanto más me pierdo
entre los límites de las innombrables ciudades,
ya he optado por desterrarla de mi alma.

Mas no sé si a demonio o a dios
deben los hombres tan infatigable acoso.

Isla atemporal

Aquí descansan todas las vidas
que renunciaron
a otros destinos.

Yace en esta tierra
el deseo
de una época pasada
ya hecha presente inexhausto
por el afán de sus hombres.



Del conocimiento de la lluvia

Curioso. Antes de aquel encuentro nunca había mirado la lluvia.
Eran los tiempos de incógnitas visitas
y de extraños placeres entre soledades inútiles.
La alta casa de ventanas cerradas
el patio sin luz
el egoísta y apartado rincón para fines precisos
las plantas imaginarias.
entre otras cosas.
Después fue distinto
la lucha bajo el gris tenaz
y probablemente,
otros detalles de los cuales poco conocemos
no es mucho lo que se ha conservado.
Entonces sí, no se interrogue el lector
los avatares del azar
el tiempo cíclico de un mago
el sueño de otro
el infinito devenir del tiempo
o su incesante repetición.
Todo nos es desconocido.
Aún así, estos encuentros se producen burlando nuestro
miserable entendimiento.
La lluvia se convirtió en sentencia,
misterio fantástico sobre una ciudad monstruosa.
recuerdo alegre o doloroso de ausencias.
O por lo menos, es todo lo que la historia siempre tan precisa
revela.

Buitengewoon Gedicht

Eran todos miembros de una honorable legión de espíritus apátridas.
Extendíase su presencia a distintos continentes, conjugando en secreto la cosmogonía del desterrado involuntario.
La nostalgia era una idea imposible y tormentosa, extraviada en un laberinto de inacabables peregrinaciones.
Suplicante y solemne regresaba siempre el mar: monstruoso enlace entre todas las vidas. Mas la tierra sin tierra y sin nombre no era única; era la suma de imágenes desdibujadas y recreadas por dos fuerzas: mente y tiempo.
Jamás conocí tan irremediables soledades.