Cuando llega el frío caminas entre extraños y evitas mirarlos a los ojos: a la distancia es mejor ser nadie. Preferirías, de repente, deambular por Chacao y beber una cerveza a la luz de las seis de la tarde mientras él, tan amable y leve, se ocupa de hacerte reír. Pero esto no es Chacao: el viento helado corta la garganta y, con la nariz húmeda, maldices en silencio por las horas mustias y a solas. Y está bien maldecir y mandar al carajo, porque no hay salida de emergencia para huir de ti misma.
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