martes, 23 de agosto de 2016

Paraguayan Pie 2


Adán voló desde su natal Asunción hasta Bélgica con un propósito claro. Tenía 18 años y los asumía con el ímpetu y el espíritu adecuados. Adán viajó hasta la flamenca ciudad de Gent no por el intercambio cultural, la búsqueda de la paz mundial o de una revelación. Su única idea era tener sexo con un total de 100 mujeres durante los 11 meses que duraba la estadía.

"Blancas, evidentemente", decía Adán. Porque el asunto es que el paraguayo narraba su plan maestro a cualquiera que se le cruzara: a todas las chicas y los chicos de la Asociación, a las familias belgas que los recibieron, a los abuelos de esas familias, a los profesores del instituto de Holandés para Aprendices, a los de la mesa contigua mientras disfrutaba la generosidad de aquel país con más variedad de cervezas que Alemania.

Pronto las chicas de aquella región estuvieron al tanto de la idea del paraguayo. Entre risitas adolescentes se burlaban de aquel sudaca que pretendía cogérselas, pero a veces les adivinabas la picardía mientras planificaban la salida para el fin de semana. ¿Qué tendría Adán? Al fin y al cabo, los jóvenes belgas no sufren mucho a la hora del sexo. No viven rodeados de telenovelas, historias de mujeres que llegan vírgenes al matrimonio, no se ven en la obligación de buscar excusas ante los padres.

Fiesta que había en Gent o en los pueblos vecinos (en dos días se puede recorrer toda Bélgica en auto), fiesta a la que asistía Adán con su sonrisa Mercosur y aquella labia de galán de botiquín. Le caía a una, si esa se resistía iba por la otra y no paraba; te juro, aquel hombre no paraba. Y bueno, si tu meta son 100 en menos de 365 días, mejor que tengas el vigor del primer hombre sobre la Tierra.

A los meses se le ocurrió un plan más detallista, con un objetivo más definido: convenció a otros 3 paraguayos, 2 chilenos y un peruano de doblar la apuesta: los panas viajaron a Dinamarca por el simple afán de cogerse tipas absolutamente rubias. Rubias puras, naturales, de ensueño, con la cuca dorada. Unos genios estos sudacas, debo decir.

Que hubo sexo en Dinamarca es seguro. Que Adán haya cerrado ese año 2000 con cien conchas diferentes en su haber, no tanto. Lo cierto es que su afán sí le robó toda la energía, porque cuando regresó a Asunción no sabía decir ni papas fritas en holandés. 

Hace poco vi en Facebook que estuvo de visita en Bélgica. No sé qué le habrá dicho a la esposa, pero no la mujer no aparece en ninguna de las fotos.

lunes, 11 de julio de 2016

Good Bye, UBA!


Hace unos años se me ocurrió que, después de todo, necesitaba regresar a la academia para no quedarme solo con la licenciatura. Eso y que ya era hora de darle a mi interés por la literatura algo de seriedad. Escogí la Maestría de Literaturas Española y Latinoamericana de la UBA y por fortuna quedé seleccionada.

La Maestría en cuestión tenía —tiene— un área de historia cuya materia obligatoria hace un recorrido por procesos histórico-culturales de ambas regiones. Puede parecer raro, dado que lo que me movía eran las letras, pero lo cierto es que me fascinó la idea de cursarla.

Siempre fui buena estudiante: puntual, metódica, de apuntes prolijos que rayan en la demencia. Durante mi paso por la UCV aprendí a absorber todo lo que me fuese de interés y a cuestionar en el momento necesario: al profesor, al texto, a mí misma. En la asignatura de historia de la UBA me hallaba de vuelta en mi elemento. Ahí estaba yo: otra vez en el pupitre maltrecho de universidad pública latinoamericana, feliz con mi cuaderno y mi birome.

Pero ya todos sabemos cuál es el Señor y Guía Espiritual de la Academia Latinoamericana. Clase que pasaba, era clase donde solo resonaba la voz de los intelectuales de izquierda. Y aprendí mucho, pero también llegué a enfurecerme al ver que se insistía sin descanso en el marxismo; ya saben, el Señor del que venía hablando.

No emití opiniones que pudieran provocar alharidos dentro de un salón lleno de bolsostejidos, miinvestigaciónessobrelosafrodescendientesenlacostacolombiana, amantes del pan relleno y otras yerbas tan conocidas. Ustedes imaginen la tribu. Me dediqué a aprender y a escuchar, porque es necesario decirlo: el profesor era fantástico.

Tan fantástico que en la última clase me dio, sin querer, la oportunidad de oro. Mi momento oportuno llegó cuando nos dijo que ese día se dedicaría a oír nuestras opiniones sobre el curso que había dictado, pues era su primera vez en la Maestría. Se dijo lo usual de una buena clase: que había sido de gran interés, que el profesor era muy atinado y otras cosas vacías. 

Al llegar mi turno, me sumé al agradecimiento por el conocimiento tan bien compartido, pero señalé que me parecía de una falta de rigor lamentable que todo el curso se apoyase sobre bibliografía marxista. Una pareja de argentinos rió entonces en voz baja y la chica casi susurró: «Como si la derecha hubiese alguna vez aportado algo a nivel intelectual». Quise decir más y un chileno me gritó que era una facha. El profesor calmó las aguas y los que faltaban emitieron sus juicios.

Cuando la ronda hubo terminado, el profesor tuvo el gesto noble y valiente de confesar que el aporte que esperaba había venido de mí y que agradecía que le hiciese ver mi disconformidad. La clase se dispersó, los grupos se fueron despidiendo; después de todo era fin de curso. Antes de irme el profesor me llamó aparte y me preguntó por Venezuela. Aún recuerdo sus palabras: «Lo que más pánico me produce de Venezuela es que nada se resolverá de forma pacífica». Chávez todavía gobernaba.

Por muchas razones no finalicé la Maestría, pero mentiría si no dijera que me produce escozor la idea de pisar de nuevo un aula de universidad pública latinoamericana.

lunes, 4 de julio de 2016

Del silencio

  • Hay hombres que no saben callar. No sería gran cosa si respetaran la urgencia de silencio de otros.
  • Un creador necesita silencio para poder dialogar con sus inquietudes e ideas.
  • Tengo un padre que sabe hablar pero no comunicarse. Su silencio se ha vuelto más denso con los años.
  • Hay cabezas tan desarticuladas que, ante la imposibilidad de explicarse, escogen callar.
  • El silencio construye un muro ante los otros. Es preferible eso a veces que ser presa.
  • Vengo de un país en el que guardar silencio es una afrenta.
  • Silencio suele ser el que te devuelven los psiquiatras.
  • Una vez escribí que el silencio es mi mejor escondite. Y algo me dice que algún día no hallaré escapatoria.
  • Si me preguntasen por qué no suelo oír música diría que porque ésta sucede siempre en mi cabeza.
  • El silencio de los fumadores se apoya sobre volutas.
  • Hacer silencio es volver a la temprana infancia. Una forma de preservar la ingenuidad.
  • Solo en silencio escuchamos la sinfonía del mundo.
  • Solo hay que callar de vez en cuando para escuchar la voz de la belleza.
  • Mi silencio no me aparta de ti: me acerca a mí.
  • Si tienes la dicha de observar el mar, haz silencio: cada ola tiene voz propia.
  • Guardar silencio no es necesariamente abdicar.
  • El silencio es mi derecho.

sábado, 2 de julio de 2016

Borde


Juro que no quería venir. Pero se trataba de vos y justo ahora no puedo desairar a mis pocos afectos. Desde hace días siento la enfermedad. Se aferra a mi cabeza, toma posesión de mi cuerpo, el mismo que ya no aseo, que exige quedarse en cama. Camilo quiso poner un perchero en casa esta misma manana y, cuando se fue, vi que había quedado mal y torcido. Lo odié porque odio que las cosas no se hagan con esmero. Y entonces sentí la maldita chispa, el detonante de esta rabia y odio. No tienes idea del pavor que produce saberse una fiera, quedar reducido a los instintos más primarios. Estoy en un hoyo profundo, tan profundo que nadie puede llegarme del todo. Cuando se largó la lluvia no pude más y lloré y lloré. No quiero estar aquí, me repetía. Te daré una razón contundente: ¿Qué clase de país es ese en el que ni la pizza es rica? Al menos te hago reír, pero dime si no hay que ser desgraciado para dañar algo como la pizza. No niego que me hizo bien venir. Te contaré mi nuevo juego: ahora que ha vuelto la enfermedad cruzo la calle cuando los autos tienen luz verde. Sabes lo que busco en secreto. Así es el borde.

viernes, 17 de junio de 2016

Las chicas con las chicas


La fiesta es en casa de Lola, en zona sur. En la mochila Roberto lleva dos Cornejo Costas, de esos grandes, de más de un litro, faso y una birra que bebemos en el tren. Da medio groncho beber en el tren, pero bien pensado es lo de menos: los trenes son románticos en Colonia, en Amberes. Jamás en Buenos Aires.

Caminamos las 12 cuadras —llaneras, pampeanas— de la estación a casa de Lola mientras compartimos un porro. Abrimos la reja como si nada (y son varias las veces que han entrado a robar. Una de esas cargaron con la planta de faso, que ya medía casi dos metros) y mezcladas recibo la música y las voces de las chicas. Las chicas no lo digo porque sean mis amigas. No tengo amigas argentinas. Las chicas son las amigas de Roberto.

Las chicas se juntan con las chicas. Las chicas usan remeras de bandas de rock, van a la marcha del orgullo LGBT, a la de la legalización, a la del aborto. No se pierden recitales, aman a Pizarnik y a Kerouac. Algunas tienen hijos, aunque parezcan sus hermanos menores. Usan borceguíes, cadenas, son Siouxsie o Patti Smith del conurbano.

En la heladera de Lola está pegado un dibujo que le regaló Mayra: «Las mujeres solo necesitamos a las mujeres». No, ni Lola ni Mayra son tortas. 

Cuando eras niño y te hallabas en una fiesta con puros desconocidos no tenías escapatoria. De grande puedes beber o drogarte. Así que en eso me concentro. Como siempre, hay mucho vino y también, por suerte, cerveza. Mezclar pueda no ser la mejor opción, a menos que necesites un buen golpe al cerebro. No pum para arriba, sino pum, y abajo: noqueado. 

No conozco nada de la música que suena y claro, no podía ser de otra manera: toda la maldita noche hablarán de eso, de música. Bah, por ahí suena The Smiths. Chévere. Si andas con ganas de deprimirte. Le busco conversación a Lola porque es de pinga, si bien no sé de qué podemos hablar más allá de literatura y cocaína. Me cuenta que tiene un puntero, pero que no lo ubica hace semanas y quería pegar para la fiesta. Porque el tema es que Lola es la única de los presentes que no fuma, aunque plante.

Sé que ya estoy borracha. Hace poco llegó la única pareja de la fiesta, una mina relinda con una pollera diminuta en este frío y una motorizada. No, no es joda y me río del cliché porque estoy fumada. También sé que no le caigo bien a Mayra porque está al tanto de que ella a mí tampoco. Que se joda; qué ladilla.

Mayra es orgullosa. Tiene mi edad y un pibe de 11. Vive en el piso que era de la madre y nunca tiene trabajo fijo. Lo único que me contó Roberto fue que el papá del chamo es un hijo de puta y que Mayra está enganchada con un baterista que la dejó. Lola también tiene un hijo y vive en la casa que era de la vieja. Hace changas, sabe de jardinería, me contó recién. Es como un machito pero graciosa y bonita.

Pero Lola no es Mayra, y es Mayra quien no deja de molestarme. Por suerte asoma que se va a dormir. Pero alguien dice algo de política y coño, esas vainas se anticipan porque es Mayra la que pega el grito a favor del socialismo y no contaron tres cuando ya yo estaba diciéndole que se creían todos jipis y pobres pero bien que vivían en sus casas heredadas, vueltas mierda pero heredadas, que no me jodiera con tanto LGBT y legalización y con su yononecesitounmacho y no sé qué más de la pea, la arrechera y la traba. Ése es el problema con ciertas vías de escape: te devuelven al punto de partida.

lunes, 30 de mayo de 2016

La lógica del verdugo


La lógica del opresor se expande y como gas tóxico permea cada espacio. Nos convertimos en un discurso de autoayuda ambulante, una fuente de eufemismos. El poder tiene una estrategia impecable: hacerte sentir culpable. Eres culpable por consumista, por querer dinero, por quejarte, por criticar. Sometidos al infortunio algunos bajan la cabeza y, como perros apaleados, se hacen eco de la voz del verdugo.

Ahora te quieren decir que eres culpable. Como si de un pecado original se tratase. Pero tú sabes que no tienes la culpa. Lo sabes hace años, lo sabes con tu quince y último, lo sabes cada día que luchas por sobrevivir en otro país. Lo sabes cada mañana cuando te levantas con arrechera porque eres la noticia: tú, tu familia sin medicinas, tus panas desesperados y con la moral por el piso. Los jóvenes que protestan no tienen la culpa de un carajo: ¿o ya olvidamos que tienen la edad de la revolución? Afirmar que todos somos culpables es una bofetada para los hoy torturados.

Decía Susan Sontag: «Las palabras apuntan. Son flechas (...). Y cuánto más solemnes, más generales son las palabras, más se parecen a salones o túneles». Culpa es un túnel donde sumergirnos a todos para que al final nadie sea culpable. Y adivinen quién gana.

Pero tenemos miedo de señalar a quien hay que señalar, queremos ser buenos a toda costa, queremos ser más democráticos que el papa, no importa lo que eso signifique, pero siempre y cuando pase por un abrazo entre todos al ritmo de El Puma. Y que haya tequeños.

Susan Sontag también escribió: «Me parece que la doctrina de la responsabilidad colectiva, como motivo para el castigo colectivo, no está justificada jamás, ni militar ni éticamente ». No necesitamos darnos tres golpes de pecho. Necesitamos llamar a las cosas por su nombre, reconocer que si hay bien es porque existe el mal. Necesitamos dejar de lavarle la cara al socialismo y ser capaces de desnudarlo como lo que es: una máquina de matar. Incluso ideas.

martes, 19 de abril de 2016

La noche (Edgardo Castro)

La noche participa en la competencia internacional del BAFICI 2016

No sé si a estas alturas podría afirmarse que La noche es una película escandalosa. Tal vez mis viejos no la soportarían. Pero lo cierto es que no hay nada que no sepamos: de algún modo todo nos resulta conocido en La noche. Lo deslumbrante es que, en este caso, Edgardo Castro (director, guionista y protagonista) aprovecha la extrema cercanía de la cámara para normalizar lo pornográfico y hacerle actor principal junto a la droga de un día a día (o de un noche a noche) de tantos hombres y mujeres en el mundo. 

Esta normalización del tabú (escribo esta palabra y me resulta anacrónica) reposa incluso en los momentos de humor que se permite la historia o en la tranquilidad con la que se nos muestra la vida de Guada el transexual, quien brinda una gran actuación. Las escenas en su habitación de hotel de paso en Once, sola, son hermosas por lo gráciles: no hay acá ni remoto regodeo en cosas como la fatalidad del destino, la soledad, la miseria. Y eso se agradece.

No creo que la noche sea una película polémica en sentido estricto. Su carácter es otro: una sencillez que resulta más profunda como reflexión que tanta película apoyada en frases pedorras y clichés de ambientes sórdidos, y lo digo porque La noche quizás te mantiene a la espera de un suceso trágico que, por fortuna, nunca llega. Y no ocurre porque Edgardo Castro se niega a la vía fácil de la digresión moral, el golpe de efecto, la transa que acaba mal. 



La noche no es, entonces, una película polémica: es una película humana; de deseos, desenfreno, adicciones y encuentros casuales. Y también, de un modo increíble, como muestra la hermosa escena final, de sosiego y aceptación de nuestros instintos.

Como anécdota, agrego que Castro afirma que sólo dos de los actores son profesionales. A los demás (Guada, por ejemplo) los conoció en eso que tan bien narra: la noche. Y tanto lo sedujeron que decidió hacer la película con un sólo requisito: ninguno podía decir que no a sus peticiones.