Aclaración: los argentinos llaman ojotas a lo que en Venezuela conocemos con el
nombre de cholas.
Este es un post
sobre chojotas, para usar el neologismo
de Gustavo Valle.
Los venezolanos
somos acomplejados. Quizás sea un tópico del Caribe, no lo sé.
Es verano en
Buenos Aires: me enfundo mi vestido largo, me maquillo, me pongo unos zarcillos
a tono. Y me calzo mis cholas moradas. En verano, aquí y en cualquier país de
cuatro estaciones (al menos hasta donde he visto), las mujeres sacan a relucir
sus chojotas. Es la
ocasión perfecta tras meses en zapatillas, medias y demás. Según mi encuesta no
oficial, el 78% de las argentinas van en ojotas en verano. Y a mí no me cuesta
acostumbrarme a los cambios: mudarse de país implica, necesariamente,
adaptarse a ciertos usos y costumbres so pena de llevar siempre sobre la
frente el molesto cartel de extranjero. Viajar es ser otro: el de siempre,
pero con un nuevo bagaje.
Vamos, estamos
hablando de cholas, por amor a Cristo en tanga.
Así, muy divina,
llegué a la Embajada
de Venezuela en Buenos Aires y, ya en la entrada, recibí la sentencia del amable
vigilante:
— En ojotas no podés entrar.
Me está jodiendo,
pensé. A mí siempre me joden y ni me entero (tal parece que los genes
orientales se desviaron todos a la bebida y, pocas veces, a captar cuándo están
tomándome el pelo)
— ¿Cómo? —respondo, con cara de
cámara indiscreta.
—
Son órdenes de arriba, en ojotas no podés pasar.
Insólito:
la vaina es en serio. Muy arreglada, mucho vestido largo y nuevo, pero las chojotas son un pecado en la pequeña
comarca porteña del comandante-presidente.
Tuve
suerte: una venezolana salía en ese instante de la Embajada y, ante el
absurdo, tuvo el noble gesto de prestarme sus sandalias, tan abiertas como mis
chojotas, pero sin ser chojotas, eh, que los venezolanos somos una vaina
semántica bien arrecha. Y ahí en la calle intercambiamos calzado.
Invoqué a Anna Piaggi. Por ahí
Anna Wintour es la asesora en materia de estilismo y buen vestir de la Embajada, pensé. Eso, o Scott Schuman anda haciendo de las suyas, cámara en mano, entre quienes van a renovar pasaporte o solicitudes de Cadivi. Uno nunca sabe.
Imaginé a Margarita Zingg regañándome por acudir así a tan importante cita. Un
espanto, querida: violaciones a la Constitución y golpes de Estado, los que gustes.
Pero jamás en cholas.
Al
bajar, la amable venezolana no disimuló su disgusto por el mal trago que me
hicieron pasar, siendo tan común, como afirmé, usar ojotas en verano en esta
ciudad. Mientras nos alejábamos del edificio, sonó
su celular. Al colgar me dijo:
—
Un ex argentino es lo peor que existe. Son tan histéricos estos hombres que
parecen mujeres, lo único es que te lo meten. De resto, sólo les falta que les
baje la regla. En fin: ya voy a tuitear que en la Embajada venezolana no
dejan entrar a la gente cholúa.
Ah,
bueno, el colmo: ahora también soy cholúa. ¿No digo yo? Mejor me curo en
espanto y me voy a hojear la última edición de Vogue. No sin antes rezarle tres
Padres Nuestros a Lagerfeld, por supuesto.
Qué temita: mientras más provinciana, más acomplejada es la gente.
Jajajaja, no me río de tu mal rato, sino de la otra pajúa que tuvo las bolas de decirte "cholúa"! Lamentable situación.
ResponderEliminarBue, ella lo dijo más como burlándose, pero fue todo un episodio digno del Show de Joselo.
ResponderEliminarque juerte!! jajaja es que la moral del país está en las cholas jajajaja
ResponderEliminarSe me olvide firmar
ResponderEliminarCat #1
Por eso yo digo: ¡Cholas o muerte! ¡Venceremos!
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminar¿Me pasas tu correo? No importa que sea en cholas.
El mío es jesustorrivilla(arroba)gmail
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