viernes, 11 de enero de 2013

The Embajada Issue



Aclaración: los argentinos llaman ojotas a lo que en Venezuela conocemos con el nombre de cholas
Este es un post sobre chojotas, para usar el neologismo de Gustavo Valle.

Los venezolanos somos acomplejados. Quizás sea un tópico del Caribe, no lo sé. 

Es verano en Buenos Aires: me enfundo mi vestido largo, me maquillo, me pongo unos zarcillos a tono. Y me calzo mis cholas moradas. En verano, aquí y en cualquier país de cuatro estaciones (al menos hasta donde he visto), las mujeres sacan a relucir sus chojotas. Es la ocasión perfecta tras meses en zapatillas, medias y demás. Según mi encuesta no oficial, el 78% de las argentinas van en ojotas en verano. Y a mí no me cuesta acostumbrarme a los cambios: mudarse de país implica, necesariamente, adaptarse a ciertos usos y costumbres so pena de llevar siempre sobre la frente el molesto cartel de extranjero. Viajar es ser otro: el de siempre, pero con un nuevo bagaje. 

Vamos, estamos hablando de cholas, por amor a Cristo en tanga.

Así, muy divina, llegué a la Embajada de Venezuela en Buenos Aires y, ya en la entrada, recibí la sentencia del amable vigilante: 

 En ojotas no podés entrar. 

Me está jodiendo, pensé. A mí siempre me joden y ni me entero (tal parece que los genes orientales se desviaron todos a la bebida y, pocas veces, a captar cuándo están tomándome el pelo) 

 ¿Cómo? —respondo, con cara de cámara indiscreta. 

— Son órdenes de arriba, en ojotas no podés pasar.

Insólito: la vaina es en serio. Muy arreglada, mucho vestido largo y nuevo, pero las chojotas son un pecado en la pequeña comarca porteña del comandante-presidente. 

Tuve suerte: una venezolana salía en ese instante de la Embajada y, ante el absurdo, tuvo el noble gesto de prestarme sus sandalias, tan abiertas como mis chojotas, pero sin ser chojotas, eh, que los venezolanos somos una vaina semántica bien arrecha. Y ahí en la calle intercambiamos calzado.

Invoqué a Anna Piaggi. Por ahí Anna Wintour es la asesora en materia de estilismo y buen vestir de la Embajada, pensé. Eso, o Scott Schuman anda haciendo de las suyas, cámara en mano, entre quienes van a renovar pasaporte o solicitudes de Cadivi. Uno nunca sabe. 

Imaginé a Margarita Zingg regañándome por acudir así a tan importante cita. Un espanto, querida: violaciones a la Constitución y golpes de Estado, los que gustes. Pero jamás en cholas. 

Al bajar, la amable venezolana no disimuló su disgusto por el mal trago que me hicieron pasar, siendo tan común, como afirmé, usar ojotas en verano en esta ciudad. Mientras nos alejábamos del edificio, sonó su celular. Al colgar me dijo: 

— Un ex argentino es lo peor que existe. Son tan histéricos estos hombres que parecen mujeres, lo único es que te lo meten. De resto, sólo les falta que les baje la regla. En fin: ya voy a tuitear que en la Embajada venezolana no dejan entrar a la gente cholúa. 

Ah, bueno, el colmo: ahora también soy cholúa. ¿No digo yo? Mejor me curo en espanto y me voy a hojear la última edición de Vogue. No sin antes rezarle tres Padres Nuestros a Lagerfeld, por supuesto. 

Qué temita: mientras más provinciana, más acomplejada es la gente. 

7 comentarios:

  1. Jajajaja, no me río de tu mal rato, sino de la otra pajúa que tuvo las bolas de decirte "cholúa"! Lamentable situación.

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  2. Bue, ella lo dijo más como burlándose, pero fue todo un episodio digno del Show de Joselo.

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  3. que juerte!! jajaja es que la moral del país está en las cholas jajajaja

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  4. Por eso yo digo: ¡Cholas o muerte! ¡Venceremos!

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  5. Hola!

    ¿Me pasas tu correo? No importa que sea en cholas.

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