sábado, 24 de agosto de 2013

Vos decidiste


Vos decidiste no venir más
Yo me quedo como una pelotuda
Adivinando tus idas y venidas
Pero siempre triste
Con una botella de por medio.
No me importa qué es un poema.
Tengo ganas de vomitar
No, no como.
Sólo bebo.
Así se forma el carácter,
pero vos no apareces.
Vos te vas, ligero
Me dejas tan así,
a medias,
anhelante.
Vos te vas,
y yo cargo con toda esta soledad a cuestas,
me desarmo,
me emborracho,
maldigo.
Porque vos te vas y no me queda nada
apenas las ganas de maldecirte.

sábado, 17 de agosto de 2013

Nada se opone a la noche - Delphine de Vigan


«Escribir sobre la familia es sin duda alguna el medio más seguro de enfadarse con ella».

«Hoy sé cuán frágil es todo eso y que es ahora, con esa fuerza reencontrada, cuando hay que escribir y llegar hasta el final. Siempre habrá tiempo para llorar»


Éste es un libro duro, áspero, que mete el dedo en la llaga y, aun así, logra ser luminoso y lúcido. La autora se embarca en la empresa de narrar la vida familiar desde el punto de vista de su madre: su infancia, su adolescencia, su adultez errática y llena de conflictos. La palabra y la escritura se transforman en instrumentos para tratar de dar cuenta de ese personaje que se le escapa y a quien halló en su casa luego de suicidarse. Es así como arranca la novela, con el cuerpo inerte de la madre y la mirada atónita de esa hija incapaz de asirla, que la juzga, que no la comprende y que, no obstante, llena su mirada de ternura para poder acercarse a ella, para poder entender por fin quién fue y por qué hizo lo que hizo. Hay aquí locura, episodios de crisis nerviosa, desamparo (de las hijas muchas veces abandonadas a su suerte pero también de esa madre enferma mentalmente). Hay obsesión por no ceder ante la tortura de verse enfrentada a los recuerdos, por continuar escribiendo, por librarse de la carga de una familia disfuncional. La autora se permite esas disgresiones, ese decir «creo que no puedo más». Es un libro para todos los que de alguna u otra forma han mantenido una relación tortuosa con su madre, pero también un alegato a favor de la escritura, de su poder para evocar y reconstruir la memoria. Y al final uno termina entristecido y desamparado, como las mujeres del relato. Es, en suma, una belleza. 

Nota: puede ser descargado aquí http://epubgratis.me/node/17375

jueves, 15 de agosto de 2013

Entrevista


Si yo fuese una escritora reconocida no contestaría ninguna entrevista en serio. A continuación la entrevista que me hizo Chepa Candela a propósito de mi novela «Yo amo tanto a Pepeto», con la que gané el premio Rómulo Gallegos.

Siendo usted una escritora de tanto renombre, ¿cuáles han sido sus influencias?

Es difícil contestar eso, Sin embargo, no puedo dejar de mencionar a Tito Rojas y a Galy Galiano, dos baluartes que han aportado mucho a mi trabajo.


¿Cuáles fueron sus primeras lecturas? ¿De qué modo le influyeron?

Condorito, sin duda. Panchita fue, es y será un modelo a seguir.


Sabemos que le inspiran los videos de Popy, ¿Pero qué más?

Me inspiro mejor cuando estoy en cuatro. No puedo evitarlo.

¿Tiene usted algún ritual antes de empezar a escribir?

Por supuesto. Antes de escribir le rezo un padrenuestro a Osmel Sousa, zar de la belleza, nuestro Oscar Wilde tropical, por así decir y me quedo corta. 

¿Hay algún tipo de música que le inspire mientras escribe?

Sí, sobre todo los grandes clásicos: el grupo Niche y El Binomio de Oro. Luego están los post raphaelistas: José José, El Puma, Sandro. Música académica y de altura, no cabe duda. 

¿Qué temas le apasionan?

Los enanos travestis. También, en menor medida, las gordas en lycras fucsias y los viejos que se tiñen el pelo. 

Siendo usted una escritora de tanto renombre, el público se pregunta si tiene alguna bebida favorita.

Claro, el anís con yogur. Una exquisitez.

Cuando no puede escribir, ¿qué experimenta?

Me siento estreñida. 

¿Cuál es su opinión sobre la literatura venezolana actual?

Hay grandes nombres y se están haciendo grandes cosas. Gente que apuesta a la lírica sin esnobismos, como Chino y Nacho. Luego está El Grupo Tártara, que ha sabido abrirse un nicho entre las fiestas de la burguesía. Y claro, no hay que olvidar al Potro Álvarez, gran baluarte de nuestra cultura. Todos son memorables. Pero no quiero insistir en nombres porque seguro se me escapa alguno.

Hay una frase suya sumamente célebre, citada en Congresos, en Estudios de Postgrado sobre Literatura: «Escribir es como cagar». ¿Cómo se le ocurrió semejante maravilla?

Gracias. Estaba yo sentada en la poceta cuando vi el parecido entre una y otra cosa. Fue una ráfaga de lucidez, no puedo negarlo.

Sabemos que está usted preparando una próxima novela, ¿tiene nombre? ¿de qué trata?

Sí, tiene nombre, se titula «Medio pollo y pa' la pieza». Es una obra coral que habla de la necesidad de simplificar el cortejo, de la importancia del romance. 

¿Es usted una escritora que se siente inspirada de mañana o de noche?

Da igual. Después de garchar cualquiera se inspira. 

Algunos han tratado de definir su estilo de escritura, de darle un nombre a tan novedosa propuesta, ¿cómo ve usted eso?

Me da un poco de diarrea. Lo que yo hago es escritura mamarracha realista con un toque de novela negra y blanca. 

¿Qué piensa hacer con el dinero obtenido con el Rómulo Gallegos?

Gastarlo en perico y anís.

¿Qué consejos podría brindarle a las nuevas generaciones?

No me gusta dar consejos. Sin embargo, les recomendaría bailar desnudos cualquier tema de Los Corraleros de Majagual. Eso enriquece el alma. 

¿Qué piensa sobre su fama y su éxito imparables?

Que la chupen. Que la sigan chupando. 

¿Qué cosas le tocan de cerca, le hacen reflexionar?

Los hombres que no chupan concha, es un mal que hay que erradicar de nuestra sociedad. Luego están otros problemas, como las mujeres que usan jeans apretados o las que usan tacones y caminan como patos. Males muy graves ellos, sin duda. 

¿Cómo se relaja dentro del estrés que ha de producirle ser la escritora venezolana más famosa?

Es un reto, sin duda. Me gusta ver ese programa de mujeres que estaban preñadas pero no lo sabían. Y Project Runway. Hay que prestar más atención a ese programa: ahí está todo: las búsquedas estéticas, el drama, el apuro.

Si no hubiese sido escritora, ¿a qué le hubiese gustado dedicarse?

A la prostitución, lo que viene a ser lo mismo. Eso o ser pordiosera. Hay mucha poesía ahí y el vino, además, te sale gratis.

¿Cómo será el bautizo de su nuevo libro?

Con pipí. 

¿Alguna reflexión final para nuestros lectores?

Sí, claro. Que se echen desodorante. Y que vean más películas de Statham y menos porquerías de los ciclos europeos. Eso da gonorrea. También es importante comer espaguetis con tajadas. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

A veces los piscólogos dicen grandes verdades


A veces los piscólogos dicen grandes verdades. A veces. Raras veces, convengamos. La mía, no bien he tomado asiento, me ametralla con preguntas y yo, harta de mi carga, le suelto la retahíla de mis recientes verdades: el hombre que amo desde hace cinco años ya no me ama, debo marcharme de Argentina para volver a un país que me causa angustia, debo abandonar a mis perros, a mi madre le parece que lo que escribo es basura, no tengo a dónde llegar en Caracas, temo perder mi libertad y mi independencia, debo abandonarlo todo de nuevo, sufro de insomnio otra vez, las pastillas no me ayudan, necesito un abrazo que nadie me da, no tengo dinero, no sé qué haré en una ciudad como Caracas, mi computadora se quemó y el disco duro parece no funcionar, por lo que tal vez haya perdido todo lo que he escrito. Todo eso lo digo en medio de un llanto que no parece querer ceder. Y ella habla y habla mucho y yo no retengo nada. Hasta que dice: Desdramatiza, estás apocalíptica. Y por fin me río de mí misma. 

Las últimas cosas


Éstas son las últimas cosas
las últimas horas
(todas las cosas que se pierden y ya no volverán)
Nos quedamos con un gesto a medias,
con la palabra en la boca,
con el abrazo deshecho.
Son los restos
que llegan para derrumbarnos
mientras las manos se aquietan
y el tiempo
nos borra.
De esto último, amor,
quiero darte unas palabras,
una maldición,
un conjuro.
Por no detenerme, por no apresarte.
Son las últimas cosas, flaco.
El último aliento. 

viernes, 9 de agosto de 2013

Mi tiempo


Mi tiempo se mide en ausencias
en lágrimas a deshoras
y en el vino a las tres de la tarde.
Mi tiempo se mide en desarraigos,
en reinicios,
en orgasmos tardíos
y en verdades que se quedaron a medias.
Mi tiempo,
ese infausto apresado entre maletas
y mudanzas,
entre promesas de eternidad 
e intentos de suicidio.
Mi tiempo, que no es mío,
que me deshace las noches,
que no me deja apresarlo,
se va también
en paisajes a la vera,
en estaciones que no volverán.
Mi tiempo,
esa suma de huidas mitigadas
en un vaso.
Y luego otra botella y otra,
para que no me asfixie el fracaso. 

martes, 6 de agosto de 2013

Ya no habrá invierno próximo

Ya no habrá invierno próximo
todas las pastillas
fueron a parar a mi estómago
junté unas pocas monedas
me quedé sin dinero
pero pude comprar el vino.
Soy cobarde para los inviernos,
para el desamor de los otros
para esta vida de mierda.
Y aquí, recostada
ruego que sea el último invierno,
el último día,
el último desasosiego.
Pronto he de morir:
ésa es mi única esperanza
Pienso en la ventana del noveno piso
No tengo voluntad
quizás más tarde,
 con un poco más de vino.
No habrá invierno próximo,
no habrá ceremonias
ni carta suicida.
Apenas el calor de mi perro.
Mi perro, el único que me cuidó la vida.



viernes, 2 de agosto de 2013

Los restos

Me bañaré temprano
me rociaré con Chanel
beberé del vino de cartón
juntaré todas las píldoras
me haré tres cortes en la muñeca
me fumaré un cigarro
y otro
y otro
hasta inundar el cenicero.
No oiré ninguna canción.
No hilaré palabras
Y cuando menos te lo esperes
hallarás
todos mis fragmentos.
Pero ya no seré yo:
será una mujer fría,
helada
sin más olvidos ni recuerdos.

Cortadas

Me hago heridas reales para que las otras duelan menos.
Tomo una tijerita,
me subo la manga del suéter
y entonces empiezo a cortar
ahí, junto a la muñeca.
Me quedan tres finas líneas
y me arde
pero no tanto.
La piel empieza a enrojecerse,
pero yo no me calmo:
me excito.
Esta vez quiero sangre.

jueves, 1 de agosto de 2013

Cuando él se va


Cuando el amor de tu vida se va no hay ansiolíticos que valgan. Y aun así procuras ingerirlos todos de un manotazo y acabarte dos botellas de vino. El amor se acaba no cuando notas que te desenamoraste, sino cuando entiendes que no puedes seguir luchando sola por algo que al otro ya no le interesa. Entonces entiendes que a un depresivo todos lo dejan. Todos. Nadie se queda, nadie quiere ver el espectáculo de tu mundo derrumbándose. Y de nada vale recordar el futuro que proyectaste juntos, recordar que fuiste feliz (qué lejos queda eso), recordar que adoptaron dos perros, que hicieron millones de planes, que hasta tomaron un vuelo sin retorno para ser otros en un país lejano. Todo se viene abajo. De las ganas de vivir ni hablemos. Ya no sé qué son ni cómo mierda se mantienen. Y luego, cuando tragas el séptimo ansiolítico, te ataca la náusea de que todo acaba. Peor aún: todo acaba mientras vos estás sola. Todo acaba mientras vos te preguntas cómo el otro puede mandar al mismo demonio lo que fueron, lo que podrían haber sido. Ya no puedes creer en nadie. Ni hablemos de gustarle a otro ser humano; eso ya no existe y no existirá. Junto al alcohol te tragas tus buenas intenciones, lo que guardabas en el fondo para dárselo pleno al otro. Ese otro que desde hace tanto ya no entiende quién eres ni se preocupa por saberlo. Y lo peor, lo más ridículo, es que, cuando lo conociste, prometiste que no te enamorarías. Ahora no imaginas a nadie mejor ni tienes ganas. Ahora sólo lloras: al levantarte, al mediodía, a media tarde, al anochecer. Porque el amor, así, en mayúsculas e infinito, hay que metérselo en el culo. Y a la mierda los otros y su felicidad y sus para siempre. Yo una vez tuve todo eso y creí que sería infinito. Pero ya ves: ahora me hallo fantaseando con que un día, como hoy, de tanta medicación y tanto alcohol, apenas quede un cadáver. Un cadáver de ojos hinchados y con la cara sin lavar. El cadáver de una mujer que ya no quiere ceremonias: sólo olvidos.