miércoles, 27 de noviembre de 2013

El peso del país


I
Hay quienes dicen que los que nos fuimos del país no debemos opinar; que lo olvidamos, que no nos duele lo que allá sucede; que somos cómodos, indolentes; que al tener residencia en cualquier otra nación somos felices y pasamos la página de lo que significaba vivir en Venezuela. El país, dicen, te afecta sólo si te hallas dentro de sus fronteras. Dicen muchas cosas y cada vez esas cosas me molestan menos. Alguna vez hicieron que me hirviese la sangre; ahora procuro dejarlas pasar: siempre habrá quienes proclamen necedades. 

II
Alguna vez Daniel Pratt (@depr001) escribió en ese maravilloso blog suyo llamado Afinidades Electivas que los venezolanos que se marchan del país sufren porque no pueden abandonar la mala costumbre de revisar a diario los portales de noticias venezolanos. Este ejercicio masoquista de mantenerse informados de todo lo malo que ocurre en la nación que dejaron (y miren que lo malo viene en dosis gigantescas) les impide, a su vez, hacer pie en el país que escogieron para inventarse una nueva vida. La realidad venezolana se impone entonces como lastre, peso muerto sobre las espaldas que imposibilita el disfrute de un presente menos caótico y más afable (con todas las desventajas y penas que implica ser inmigrante, detalles en los que no pienso ahondar ahora). Y concluía Pratt agregando que, ante tan nociva actitud, lo mejor era adoptar la postura contraria: rebelarse, dejar un poco de lado lo que sucede en Venezuela para abrir los ojos a la nueva realidad, para enterarnos de la política del nuevo país elegido, para ser partícipes de su devenir. 

III
El pasado domingo decidí que ya era tiempo de dedicarle, de nuevo, muchas horas continuas a la lectura. Como creo en ciertas ceremonias, concluí que lo mejor sería convertir la ocasión en una modesta celebración. Fui entonces al abasto chino de mi cuadra y adquirí una botella de vino tinto y un trozo de queso Sardo. Compré, además, una lata de atún y un paquete de cigarrillos. Pagué con el billete de máxima denominación y me sobró la mitad del dinero. Ya en casa dispuse el queso y la botella sobre la mesa de noche (mesa de luz, dicen los argentinos) y me tendí en la cama con mi Kindle. A media lectura, con un pedazo de queso en la boca y mientras con la mano izquierda alcanzaba el vaso de vino, ocurrió lo peor: de la nada, pensé que ese tonto, aunque muy placentero rato, me había costado tan sólo unos pocos pesos argentinos. Y de ahí salté a pensar que aquello era de lo más burgués; que el Gran Hermano, al verme, me condenaría. Y pensé en cuánto deben pagar actualmente mis compatriotas allá en el Caribe para hacerse con un Kindle, una botella de vino y un buen trozo de queso madurado. Y sentí asco y tristeza. Coño, que se me jodió la velada, carajo: mira que venir a pensar en esas vainas en semejante momento. Y me perdonarán los lectores mi banalidad, que hay gente a la que asesinan a diario sin que el gobierno haga nada y yo vengo a hacerme la cabeza por vino, lectura y queso. Pero verán ustedes: no hablo de una cartera Chanel ni de una corbata de Dior ni de un Maserati, no. Hablo de pequeñas cosas y, como yo la concibo, la vida no merece vivirse sin esos diminutos placeres, más cuando has trabajado por ello. En fin: es que Venezuela le jode a uno independientemente de dónde se halle, porque su realidad aplastante es una constante en la cabeza. Y el coño de la madre, ¿saben qué libro estaba leyendo? 1984, de George Orwell. Razón tiene Daniel Pratt: cuánto masoquismo el de uno.

martes, 19 de noviembre de 2013

Por el medio de Buenos Aires


Hay un tipo de pesadumbre que sólo se pasa escribiendo, me digo, como quien descubre el agua tibia, la masturbación o el poder sanador de una borrachera. Esa pesadumbre es la que he ido acumulando en los últimos meses cuando, sin darme cuenta, decidí dejar de lado la lectura y cualquier intento de escritura. Me curé, fue lo que atiné a pensar. No más esclavitud ante el teclado, no más releer lo garabateado para odiarlo, no más leer a otros para odiarme por incapaz. Salí entonces a las plazas y me emborraché con otros, no ya a solas junto al monitor de la computadora. Fumé, inhalé, me senté en pórticos con una birra de litro junto a las piernas, a oír las cuitas de los demás, a odiarlos en secreto, a envidiar sus vidas alegres de jóvenes que beben en las calles y plazas de su ciudad porque pueden. Y me pasaron aun cosas más importantes, más profundas y dramáticas, pero ésas las guardo como se guarda lo verdaderamente importante. Pero hoy, al verme postrada y gris, con ganas de rehacerme de nuevo y con dolor en el pecho (que sí, es por fumar, pero se me antoja ser menos realista) entendí que debía volver a esta suerte de condena que significa escribir, aunque sólo sea para decir: lo hice y, en ningún caso, para hacerme la importante o la que tiene cosas que narrar. Vendrán más birras en las calles de San Telmo, vendrán mis pasos discretos por las veredas de México y Jujuy. Y seguro alguien cantará algún tema de Morrissey o de alguna de las cientos de bandas argentinas que desconozco y yo pondré los ojos en blanco mientras les oigo, exaltados, decirme por millonésima vez:  «¡Che! ¡¿Cómo que nunca los oíste?!». Porque lo que quiero decir, a fin de cuentas, es que por fin, tras cuatro años, he empezado a sentirme una verdadera habitante de esta ciudad, no su espectadora. Y todo porque salí y tomé por asalto las calles, dejándome llevar, comprendiendo lo que no tenía en Caracas y que ahora está allí: la libertad de emborracharme mientras miro a los viandantes. A veces las cosas más simples son las más reveladoras. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Chaborra Navidad


Luego de un receso con este asunto del blog, volvemos con ganas de hacer un poco de labor social por todos los compatriotas. En Buenos Aires ya empieza a sentirse la cercanía del verano pero, en mi país, ya el Presidente decretó el inicio de la época decembrina. ¡Alegría! Mientras tanto, el dólar amanece casi a sesenta bolívares y los venezolanos intentan convertir en disciplina olímpica el acto de hacer colas (aunque, hay que reconocerlo, bastante ahínco ponen también en llevar a la misma categoría las golpizas por un pollo congelado o los encontronazos por saquear una gandola con comida) En fin: la paz y la dicha propias de estas fechas se sienten en el aire de la nación caribeña, por eso, desde la distancia, quiero llevar un mensaje de amor y tranquilidad para todos aquellos pesimistas incapaces de ver cuántas oportunidades anidan en un presente que ven más que sombrío. Y es que, queridos compatriotas: no hay que dejar que la escasez, la inseguridad y la inflación nos desanimen. No, señor. Sobre todo porque, como ya se nos ha dicho, todo estará en orden y en perfecta armonía dentro de cincuenta años. Así se nos informó y eso hay que celebrarlo. Mientras tanto, aquí van mis modestos consejos y predicciones (por qué no, quién es Adriana Azzi para acaparar ese mercado, ¿ah?) para estas chaborras navidades. 

*Querida ama de casa: usted sabe que la masa no está pa' bollo. Pero usted no puede evitar contener las lágrimas cuando piensa que no podrá meterse sus acostumbradas peas de menopáusica sin el sabroso Ponche Crema; porque vamos, como todo, este brebaje está carísimo. Despreocúpese, que aquí le traemos la solución: mezcle un litro de querosén con un chorrito de esencia de vainilla. Agite. Deje reposar un par de horas y listo. Ahora podrá brindar con sus compañeras de bailoterapia. 

*Digamos que ya ustedes en casa gastaron ochenta sueldos mínimos en un pino canadiense o chino. Pero no da colocar el dichoso árbol en medio de la sala así, sin una mariquerita, un adornito, una vainita. Un árbol de navidad pelao' es más feo que una mujer sin teñirse las canas. Pues bien: como ya se quedaron sin plata para las bolas y las guirnaldas, le aconsejamos que busquen una bolsa de mangos y decoren con ellos su pino. ¿Qué más quieren? Se trata, camaradas, de hacer de la Navidad una fiesta autóctona y folclórica, tal y como le habría gustado a nuestro Comandante Galáctico.

*Los venezolanos tienen la extraña costumbre de gastarse un realero en lo que denominan «la pinta del 24 y del 31». En fin, quien escribe no se considera autoridad moral para criticar tamaña frivolidad. El asunto es que con semejante economía en quiebra, comprar ropa para estrenar en diciembre parece una empresa imposible. Bien, eso cree usted, no yo. ¿Sabe por qué? Porque resulta que yo he visto a los emprendedores muchachos de Project Runway fabricar vestidos con materiales de desecho. ¿Se imagina qué bello quedaría un traje hecho totalmente con hojas de plátano? De muerte lenta, amiga. ¿Y otro confeccionado con un saco de harina de trigo? A Michael Kors se le caería la baba. Así que anímese: sea creativa. Y después no diga que la televisión no enseña nada. 

*La hallaca (una suerte de tamal relleno de carne de res, cerdo y gallina) es el condumio navideño venezolano por excelencia. Pero este año la querida hallaca debe ponerse a tono con las exigencias de la gastronomía mundial; es por ello que todo cocinero que se precie tendrá que adaptarse y sorprender a sus invitados y parientes con lo más in: la hallaca deconstruida. ¿Que cómo es eso? Fácil: busque un plato, agréguele una (1) aceituna, una (1) pasa y termine adornando ese manjar con un pedazo de pabilo. Le aseguramos que Ferran Adrià sentirá envidia. 

*¿Pan de jamón, me pregunta usted? Déjese de eso, que hace pocos días leí a cuánto estará el fulano y casi me da un ACV. Busque casabe y úntelo con jamón endiablado. ¡Una exquisitez digna del paladar más elevado!

*Usted juega al Amigo Secreto. Mi conclusión es que usted no se quiere y le gusta torturarse pisándose una bola o una teta con una puerta. Pero bueno, esas son vainas mías. A usted le gusta esa mariquera y así son las cosas. Entonces, ¿qué regalarle a esa secretaria amante de Arjona que le tocó en el juego? No se angustie, no tendrá que donar un riñón para poder comprar el obsequio. Haga un poco de memoria: ¿recuerda esas manualidades que hacía en el colegio para el día de la madre? Sólo necesita unas paletas de helado y pega Elefante. Seguro a ella le encantará tener en su escritorio ese detalle tan original y hecho a mano que, además, hará juego con las fotos de sus nueve muchachos. 

*En cuanto a las predicciones, todo me lleva a asegurar que en la nación del güisqui no dejarán de celebrarse las acostumbradas cenas de los grandes hoteles. Eso sí: el menú, en estos casos, sufrirá unas pertinentes variaciones. Por Bs. 600.000 (por persona) se podrá beber una copa de Cocuy y cenar sardinas con pan canilla. Claro: ¡siempre con la música de la Billo's de fondo! No bailar con la Billo's en diciembre es más feo que pegarle a un ser querido con una chancleta. 

*Algunos malintencionados piensan que el pueblo está arrecho. Como aquí ya estamos curados de esos males y vemos claramente al chavismo gobernando hasta que regresen los dinosaurios, dudamos mucho que surjan gaitas de protesta. Lo que sí se pondrá de moda será la gaita de «La Suprema Felicidad». Es innegable que un gran dolor nos embarga, empero: ojalá las gaitas se hubiesen muerto con el Comandante. 

*Es obvio que muchos adoran viajar en diciembre, pero entre el precio del dólar que nos quiere imponer la CIA, la restricción en la venta de pasajes y otras cosas lindas de Zimbabue, es posible proyectar que muchos caraqueños tendrán las vacaciones de sus vidas nada más y nada menos que: o en el zoológico del Pinar o en el Parque del Este. Y no viene mucho al caso, pero hágase un favor: deje de decir Waraira Repano y diga Ávila. No sea ridículo. 

*Ya sabemos que vivimos una época de avances tecnológicos y los juguetes no se quedan atrás. Pero nosotros, dignos hijos de Bolívar y su primogénito, el niño Chávez de Sabaneta, no podemos hacerle el juego a esa locura capitalista que sólo enferma a los niños y los convierte en esclavos del consumismo. Este diciembre los niños de la Patria clamarán por pares de medias, botones sueltos, perinolas y chapitas de refresco, entre otros juguetes y regalos más acordes con nuestra idiosincrasia. Un problema menos para sus pelabolas padres. 

En fin, amigos: sean felices, que la tristeza es antirrevolucionaria. Den gracias por las colas, los motorizados y, en general, por los malandros. Cada robo es una oportunidad para recordar que siguen vivos; cada cola, una oportunidad para leer La Odisea. Y sobre todo: sean buenos y no anden subiendo a Facebook memes y fotos de béisbol, que eso hace llorar sangre al Niño Jesús. Y no se angustien pensando a cuánto estará el dólar el 01 de enero de 2014: lo más probable es que antes de esa fecha le hayan metido a todos dieciocho tiros y los hayan dejado abandonados en una cuneta.