martes, 19 de abril de 2016

La noche (Edgardo Castro)

La noche participa en la competencia internacional del BAFICI 2016

No sé si a estas alturas podría afirmarse que La noche es una película escandalosa. Tal vez mis viejos no la soportarían. Pero lo cierto es que no hay nada que no sepamos: de algún modo todo nos resulta conocido en La noche. Lo deslumbrante es que, en este caso, Edgardo Castro (director, guionista y protagonista) aprovecha la extrema cercanía de la cámara para normalizar lo pornográfico y hacerle actor principal junto a la droga de un día a día (o de un noche a noche) de tantos hombres y mujeres en el mundo. 

Esta normalización del tabú (escribo esta palabra y me resulta anacrónica) reposa incluso en los momentos de humor que se permite la historia o en la tranquilidad con la que se nos muestra la vida de Guada el transexual, quien brinda una gran actuación. Las escenas en su habitación de hotel de paso en Once, sola, son hermosas por lo gráciles: no hay acá ni remoto regodeo en cosas como la fatalidad del destino, la soledad, la miseria. Y eso se agradece.

No creo que la noche sea una película polémica en sentido estricto. Su carácter es otro: una sencillez que resulta más profunda como reflexión que tanta película apoyada en frases pedorras y clichés de ambientes sórdidos, y lo digo porque La noche quizás te mantiene a la espera de un suceso trágico que, por fortuna, nunca llega. Y no ocurre porque Edgardo Castro se niega a la vía fácil de la digresión moral, el golpe de efecto, la transa que acaba mal. 



La noche no es, entonces, una película polémica: es una película humana; de deseos, desenfreno, adicciones y encuentros casuales. Y también, de un modo increíble, como muestra la hermosa escena final, de sosiego y aceptación de nuestros instintos.

Como anécdota, agrego que Castro afirma que sólo dos de los actores son profesionales. A los demás (Guada, por ejemplo) los conoció en eso que tan bien narra: la noche. Y tanto lo sedujeron que decidió hacer la película con un sólo requisito: ninguno podía decir que no a sus peticiones.