domingo, 25 de noviembre de 2012

Poema ajustado



Yo vine al mundo
en la ciudad más prostituida,
más circular,
más envidiada,
todo se deteriora
al acercarse a ella,
todo trabaja en su favor
para dejarla inalcanzable.
A lo mejor se nace siempre así,
a lo mejor todos nacimos en Alejandría.
Jamás he de volver a verla
porque mi edad, mis versos 
(¿no son lo mismo?)
se han hecho de esta lejanía,
no de otra cosa.
Mi verdadero lujo
es este: haber nacido
donde no he de volver jamás,
casi no haber nacido.
Cuando me muera,
si he de morir,
me moriré más lejos que ninguno. 

Fabio Morábito. Un náufrago jamás se seca. Buenos Aires: Gog y Magog Ediciones, 2011. 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Chuzo


Querías partirme en dos para luego cogerte mis mitades, decías. Querías someterme, sodomizarme, golpearme y abandonarme exhausta. Al final sí me abandonaste pero sin la delicadeza de cumplir tus promesas. Y quedó sólo un cuerpo anónimo, cegado por las ganas de matar.
Una noche me intoxiqué con whisky barato y al despertar mi carne exhibía profusos moretones y cortadas. Yo sé herirme mucho mejor de lo que lo harías vos.  

lunes, 19 de noviembre de 2012

Una estación propia



«Ahora sabía algo que sabría siempre, y si os burláis y decís que después de todo no era más que el conocimiento de cómo era una mujer desnuda, lo único que demuestra eso es que no recordáis lo que es ser joven y anhelar tener experiencias, anhelar lo que comúnmente llamamos amor»


Ay, Antigua Luz…qué tino he tenido esta vez al escoger un libro. Tendría que empezar por decir que el asunto de la luz no es grato: ahí estaba yo como cuando era niña, tendida en la cama un sábado a las tres de la tarde, diminuta, fascinada, devuelta al placer sencillo de leer para ser un poquito feliz. Me gusta recordar esa época en la que leía sin saber qué leía; volver ahí me hace insistir en mi idea de que los libros están hechos para sentirnos ingenuos, para seducirnos y dejarnos, porque ya la vida es bastante aburrida y algo tendría que sustraernos y provocarnos todo lo que ella no da. Y fue exactamente eso lo que me sucedió con la novela de John Banville: no la literatura, así tan grande y cargada, sino algo más sencillo, más diáfano. El viejo Clave es un actor de teatro que ha sufrido una pérdida gigante y ahora se dedica a rememorar su primer amor: la señora Gray, la mujer de 35 años y casada con la que tuvo sexo por primera vez cuando él apenas era un chico de 15. Todo lo que hay aquí es una conmovedora historia sobre un niño amando a una mujer adulta, poseyéndola y dejándose poseer. Y en medio, la magistral capacidad de este escritor irlandés para describir detalles: «Pensé, con algo parecido a la pena, en las ramas mojadas de los cerezos y su relucir negro, y en las flores empapadas que caían. ¿Era eso estar enamorado, me pregunté, ese repentino y plañidero viento que te atravesaba el corazón?». Las estaciones que mutan en el recuerdo del actor (Banville juega con la memoria, con sus desmanes y caprichos), los colores, el aire, la piel, los recovecos y los olores de la señora Gray. Uno se va arrastrando ligero, con el alma despojada, como si tuviese la edad del joven Clave otra vez y el mundo fuese aquel lugar cómodo de entonces, de emociones puras,  luz amarilla y un vestido que se levanta suave, apenas mecido por la brisa. Es desgarrador ver a Clave herido, atravesado por un sentimiento quizá más fuerte de lo que un chico de su edad pueda soportar; arrastrado por esos excepcionales impulsos que hacen de quien ama un cuerpo sin razón debatido entre la ira, la manipulación y el delirio («Qué placer dulcemente vengativo se oculta tras el dolor del amor»). Sí, no suena sólo al primer amor  ¿no se repite idéntico cada vez?, y por eso a cada encuentro entre los amantes se va palpando que la materia del enamoramiento pasa siempre por el sexo, que somos ya de grandes tan insensatos como ese chico de hace muchas décadas.  No quería irme, y al terminar me he quedado deseando agradecerle a Banville por regalarme esas horas de sosiego. Cuánta nobleza hay en una historia bien contada. 


sábado, 17 de noviembre de 2012

Furia bien medida



A ver si mides las arrecheras. Mídelas, porque las mujeres así se quedan solas. Ese asunto está muy bien en un hombre. A ellos todo les sienta de maravillas, claro está: se llevan la parte divertida. Tú no, tú frágil. La fragilidad femenina vende, es encantadora. Y nadie cree que una mujer que maldice y bebe y fornica y lanza pedradas y va por ahí con la boquita y el alma rebosantes de pesimismo pueda ser frágil. Tú tienes cojones, dicen. Es así, a falta de filtro (qué cosa pesada de cargar, por dios) van y asumen que te las sabes todas y no necesitas a nadie y jamás te quiebras. Mídete. Censúrate. Modérate. Compórtate. ¿Cuál odio? Histérica nunca, eso es pecado capital. Tienes que elegir: o vas por la vida soltándolo todo o eres la angelical que requiere mimos a cualquier hora; pero las dos cosas juntas ya es mucho. Derechita. Bien portada, escribiendo cosas lindas llenas de amor y sentimentalismo y deseos de ser feliz. A esas les paran bolas. Tienen un problema y ¡zas!, les salta ayuda por doquier. Tú te calas la infelicidad y la angustia con esos cojones que se supone que tienes, aunque no te los ves por ninguna parte y la noche se te hace larguísima y ya ni leer te provoca y los cigarros ni los cuentas y a nadie le comentas nada porque a ver, ¿a quién? No, tú te bastas. Sola. Tú y tus arrecheritas de carajita que no entiende, que apenas puede porque no es ni las más bonita ni la más avezada ni la más dulce ni la más leída ni la más un coño. Y todo así. Elige, querida. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Cualquier vainismo



Leí la nota de prensa muy temprano, por casualidad. Enseguida le copié el link a mi amigo John Manuel precedido por la frase: esto es cualquier vaina. Y sí, es cualquier vaina. Pasa que en Venezuela la gente tarda décadas en notar algunas cosas. En las primeras líneas se nos advierte que un escritor venezolano opositor participará gustoso en el Encuentro de Narradores que será una suerte de pócima mágica, se entiende, para limar asperezas  entre escritores chavistas y opositores (terapia de pareja, casi), porque desde el 07 de octubre en la noche el país se nos transformó en la tierra de los unicornios y los sueños posibles y allá el pesimista que no lo vea así, esto no es un país, esto se nos volvió autoayuda pura y sensiblera. Se afirma también, cómo no, que el mencionado escritor “no anda amargado ni se queda paralizado”. Nótese: hay que limar asperezas con estos amargados. Y vamos y les compramos el calificativo como antes hicimos con “escuálidos” y luego con “majunches”.

Qué tragedia cuando permitimos que otros nos definan. El amargado me amarga, sí. Es de una superficialidad digna de un fenómeno tan burdo como el chavismo. Creo que el tema, sin embargo, es esclarecedor. En el país más feliz del mundo, de gente chévere, despreocupada y con sentido del humor a toda costa, tomarse las cosas en serio (ciertas cosas, las que de verdad nos pesan cual grilletes) es la peor de las afrentas contra la idiosincrasia, el padre de la patria y el pájaro guarandol. Hay que ser chévere; no se me ponga trascendental ni analítico ni venga aquí a dárselas de sureño: esto es el Caribe y si no te gusta, ya tú sabes. Y se entiende: son unos amargados porque andan mal cogidos. Obvio. Una lógica impecable, acorde con de la nación de Rosita, las mudanzas del CNE, el cierre del consulado de Miami, la iguana y el rabipelado que comen cables, la inauguración de un kiosco por cadena nacional y la inseguridad inexistente creada desde los medios. Cualquier vaina, pana.

¿Que qué vela tengo yo en este entierro? Pues no sé. No conozco al escritor mencionado en la nota de AVN ni al mundillo literario venezolano ni estudié Letras ni soy escritora. El asunto con un país que, por encima de todo, es un simulacro,  es que constantemente hay que curarse en salud y especificar bien que no, no tengo nada en contra del escritor ni de los demás que participaron en el encuentro (todo hay que explicarlo: que vivo en Argentina y me doy el lujo de criticar lo que sucede en Venezuela; así de arriesgada e irresponsable soy) Pero vaya torpeza concederle una entrevista al servicio de información del gobierno bolivariano sin sospechar lo que harán con lo que uno diga. Y ya que estamos, aprovecho y pido perdón con la mano derecha en el pecho y a ritmo de Alma Llanera porque no me gustan ni el joropo ni las gaitas ni comparto la euforia por Dudamel, ni la otra por un supuesto futuro de reconciliación y sí, en cambio, me aflijo por cosas fundamentales como que en una noche se deshizo mi anhelo de volver al país, o porque un día de estos, uno infausto y ojalá improbable, unos tipos armados maten a mi madre o a mi hermano para robarles el carro. O por los otros miles de venezolanos que, igual que yo, la pasan bastante mal en el extranjero. Me amargo por los veinte años de cinismo y malandraje que nos hemos buscado. Tonterías, por supuesto (tres golpes de pecho y puro Arauca vibrador, hermanazo) Es que ando mal cogida. A los chavistas no les pasa porque ellos conviven felices con Calígula. ¿Y entonces cómo se explica ese despliegue de amargura que ostentaron al saberse de nuevo vencedores?

Por cierto, esta semana Buenos Aires se quedó sin luz. El Ministro de Planificación dijo que alguien bajó la palanca, que fue un sabotaje. Un pingüino, supongo. Luego, el día de la marcha contra la señora Cristina Fernández, se nos hizo saber que los manifestantes representaban el odio, en contrapartida con su gobierno, que es todo amor. No sé, a mí esta clase de vainas me amargan la existencia. Es obvio: ni soy chévere ni poseo el don de reírme ante las adversidades.

Vaya. Recién noto que cometí la insensatez de tildar al chavismo de malandraje y encima, para mi mayor infortunio, no tengo una obra publicada que me respalde, como Sánchez Rugeles, a quien casi linchan por hacer la misma gracia en Prodavinci.

Yo había prometido no hablar más de Venezuela en este blog. Pero hoy, al despertarme, mi segundo pensamiento fue para este asunto (el primero fue un poco más feliz, por suerte) y tuve un acceso de arrechera. ¿Y qué otra cosa es un blog sino un vertedero de desazones? Eso: hay que achicar el bote si no queremos hundirnos. 

viernes, 9 de noviembre de 2012

Este es un post nulo



En el camino pensaba que antes de resignarme mejor pasaba por Cúspide y sacaba la tarjeta, a punto de extinguirse lo último de la liquidación, y me iba a casa más o menos contenta, con otra entrevista para un trabajo de mierda pero también con olor a libro nuevo bajo el brazo. Entonces empecé a atormentarme: escribe, pelotuda, haz algo, por lo que más quieras. ¿Y qué voy a escribir, a ver? Un post, una receta, un manual. Escribe, escribe, imbécil. Por lo general siento que más que pensar, me obsesiono. Tengo ideas fijas y camino con la cabeza gacha y ahí estoy otra vez diciéndome por qué carajo no levantas nunca la vista, con tanto edificio lleno de detalles, con tanto chico con el pelo revuelto y tanto Buenos Aires y mira todo lo que ha cambiado Corrientes y vos toda lánguida. A lo mejor pienso siempre lo mismo porque no levanto la vista. Ahí tiene que haber una relación que se me escapa, mirada abajo, cabeza vacía. Y llego a Cúspide y me lanzo al mesón de novedades porque otros dirán lo que quieran de los libros usados, pero cuando me agarra el bajón así necesito libros nuevos, en su plástico, con promesas de miles de ejemplares vendidos y la gran obra que seduce a Francia o a Alemania o yo qué sé. Un libro de Tusquets, eso quería. Los de Tusquets son elegantes, los de Alfaguara en cambio tienen un diseño espantoso; quizás los de Anagrama, no los compactos, que también, pero yo necesitaba el libro más bonito, uno para olvidar. Yo digo que fue la canción de Depeche Mode: una hora hojeando, revisando, repitiéndome mi teoría estética sobre editoriales y la canción esta empieza a sonar y olvido todo y agarro uno y ni veo el precio y me voy a la caja, no, no es para regalo, señorita. O sí, para regalarme un pedazo chiquito de algo bueno, si gusta. Y cuando salgo le doy a repetir canción y me quedo en la puerta de la librería y veo hacia arriba y está bueno, pienso, está bueno ver hacia arriba. Saco de la bolsa el libro enfundado en plástico como juguete nuevo y leo: coño, es de Alfaguara. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

Lo que jode



-       Tetas. Es magnífico tener tetas. A veces quisiera ser hombre para pensar sólo en mis tetas y olvidarme del desastre que habita en mi cabeza. Tetas. A las feministas nazis no les gusta esto.
  
 -   Es cierto que, como bien dicen, caminar ayuda a despejar la cabeza. Pero en ocasiones desesperadas, ni eso.

-     Volví al punto inicial del juego: no quiero hablar de Venezuela, no quiero los pormenores de sus tragedias cotidianas. Estoy agotada de ese país y lo que pueda decir sobre él lo haré sólo con personas allegadas.

-        Si usted piensa que no puedo estar agotada de Venezuela porque no vivo allá, le sugiero que busque otro blog o que vaya a ver el canal de la Asamblea.

-     Chávez y yo tenemos algo en común: un clóset con cuatro prendas de ropa combinables entre sí.

-     No puedo tomarme en serio a quienes proclaman su deseo de ver morir a la crítica (literaria o cinematográfica, da igual).

-       Hay personas que escriben muy bello y han leído cientos y cientos de libros pero sus opiniones políticas son tan ligeras como un artículo de Cosmopolitan. Sé lo que digo porque a mí sí me gusta esa revista (va con todo mi amor, feministas ladillas)

-     No sólo existe el chavismo: la crisis de los 30 también, para rematar. Qué mundo hostil, joder.

-      Es más fácil entender el peronismo que comprender el afán femenino por la boda eclesiástica. ¿Por qué lo hacen? ¿No les basta con carecer de sentido del humor?

-    Las anteriormente mencionadas hallan muy divertido llamarse entre ellas “bruja”. Qué bajón, qué horror.

-       Poesía es. No sé por qué me someto a esas cuentas que tuitean 24/7 semejantes naderías. “Poesía es ser y no ser”, “Poesía es un hombre en el desierto”. ¿Saben qué apelaba a la misma fórmula? El álbum de “Amor es”, queridos. Ojo, que yo también tengo mis momentos de inoperante y condenada eternamente a humanidades y por ahí me aventuro con una de ésas que ni Drexler. Igual lo importante es la autocrítica. La autocrítica se está llevando esta temporada, me apunta un chavista del Facebook.

-          Que el prólogo sea mejor que el libro. Esos reales se perdieron.

-        Recibo mensaje de mi mejor amiga: ”¿Y dónde está el piloto? ya por TCM”. Las buenas minas existen, sí señor.

-    Un espíritu solemne de mirada enajenada se apodera de mis compañeritos de maestría cada vez que mencionan a Deleuze.  Sospechosos de virginidad forzada, mínimo.

-          Sí, yo me río con poco. Pensé que ésa era la idea.

-    He sido arrastrada al grupo de los insomnes. Lo asumiré estoica: tuitearé pendejadas, beberé y fumaré. Pero no veré infomerciales.

-     Cualquier momento es bueno para lanzar una chola por la ventana mientras nos lamentamos por las cosas imposibles.