Leíste La Conjura de los
Necios y ahora has quedado
enganchado. Es un tópico, ¿a quién no le pasó lo mismo con la segunda novela de
John Kennedy Toole? Ignatius es todo un
referente del personaje egoísta, con delirios de grandeza, inconforme,
altanero, cómodo y sinvergüenza. Los siguientes no son libros idénticos a éste,
pero sí afines en algunos aspectos, bien sea por sus personajes (antihéroes, inconformes,
rebeldes), por el sentido del humor o por las preguntas que nos sugieren:
1.- La Biblia de Neón.
La primera novela de Kennedy
Toole no es tan buena (ni de cerca) como La
Conjura de los Necios (no hay que olvidar que la
escribió en la adolescencia) pero hay una cierta ternura y una cierta
irreverencia que dan al libro empuje y, al menos a mí, acabó por atraparme.
“Me estaba cansando de lo que el predicador llamaba
cristiano. Todo lo que él hacía era cristiano, y sus feligreses creían lo
mismo. Si robaba en la biblioteca algún libro que no le gustaba, o hacía que el
domingo una emisora de radio sólo emitiera durante una parte de la jornada, o
encerraba a alguien en el asilo estatal para pobres, a todo eso lo llamaba
cristiano. Yo no había tenido mucha instrucción religiosa (…) pero estaba
seguro de lo que significaba creer en Cristo, y no era la mitad de las cosas
que hacía el predicador”
2.- Camino de los Ángeles,
de John Fante.
Sin duda, el libro más cercano a La Conjura.
¿Por qué? Porque su protagonista es otro delirante que vive con su madre y que
odia al mundo por sentirse muchas veces superior. Fante posee un sentido del
humor inmaculado y uno agradece encontrarse con el loco de Baldini, el
personaje principal.
“Qué idiotas eran. Se dejaban la piel trabajando. Con mujeres
que alimentar, un enjambre de niños con la cara sucia (…). Eran gargajos
espesos y cachazudos, pegotes pringosos y abotargados, y en cierto modo como el
pegamento, pegajosos, estancados, indefensos y sin esperanza, con los ojos
tristes de los pobres y apaleados animales del campo. Me creían loco porque yo
no parecía un pobre y apaleado animal del campo. ¡Que me crean loco! ¡Claro que
estoy loco! ¡Patanes, voceras, alcornoques!”
3.- Nada, de Janne Teller.
Un gancho al hígado, ni más ni
menos. Pierre Anthon, un crío, abandona la escuela porque decide que nada tiene
sentido y que nada vale la pena. Aunque algunos de sus compañeros de clase se
hallen dispuestos a demostrarle lo contrario a cualquier precio, Pierre Anthon
estará siempre allí bajo la sombra del árbol, con su pesimismo y su crueldad
triunfantes.
“¿Por qué es importante expresar gratitud por la comida y por
la última vez que nos vimos, y gracias y buenos días y cómo te va, si bien
pronto ninguno de nosotros no irá ya a ninguna parte, bien que lo sabéis todos,
cuando en vez de eso puede quedarse uno aquí sentado, comiendo ciruelas,
observando la rotación de la Tierra y acostumbrándose a ser parte de la nada?”
4.- El libro de Rachel,
de Martin Amis.
Charles acaba de cumplir 20 años,
no ha tenido sexo nunca y está decidido a ser una gran figura literaria. Una
novela brillante y con un personaje exquisito que quizás no encuadra tan bien
en las características de los anteriores, pero que mantiene de ellos el
espíritu de desfachatez y egolatría.
“Naturalmente, yo evito como la peste doctrinas tales como la
que dice que “somos jóvenes mientras nos sentimos jóvenes”, la cual ha sido sin
duda alguna la causa de que tantos elegantes cincuentones hayan caído muertos
en sus monos deportivos, de que tantos ojerosos hippies hayan quedado fuera de
juego víctimas de una sobredosis, de que a tantos precarios maricas les hayan
partido la crisma autostopistas salvajes. Los veinte pueden no ser el comienzo
de la madurez, pero les aseguro que marcan para todos el final de la juventud”
5.- La senda del perdedor,
de Charles Bukowski.
Novela insolente y dolorosa a la
vez. El joven Chinaski debe sobrevivir no sólo los años de la Depresión y la
Segunda Guerra Mundial sino a toda clase de avatares, cada cual más cruel. Un
libro tierno, directo y, quizás, emparentado (como han señalado otras veces)
con El guardián entre el centeno
de Salinger.
“Ahora, pensé mientras empujaba el carrito, tengo este
trabajo. ¿Es esto todo? No me extraña que la gente robe bancos. Había
demasiados trabajos humillantes. ¿Por qué demonios no era yo un alto magistrado
o un concertista de piano? Porque se necesitaba mucha preparación y costaba
dinero. De todos modos, yo no quería ser nada. Y lo estaba consiguiendo”.
Excelente post¡¡
ResponderEliminarles estoy tremendamente agradecido. Gracias a Uds he descubierto 2 nuevos escritores
Por este post leí a Fante, aún aguardo poder leer las otras recomendaciones :)
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