lunes, 28 de enero de 2013

Poema

En Margarita juego a la ficción
de no estar en Venezuela. 
Procuro mirar sólo el mar.
Casi puedo tocar el silencio de la casa,
silencio de pájaros y matas de mango,
cuando no pasa un auto con sus altavoces.
Ignoro las noticias:
quiero que mi mente sea blanco 
de la desidia por elección.
Pero mi padre insiste en leerme los titulares del día
y cada vez que habla 
su voz se transforma en queja 
y espanto. 
Yo no estoy, está mi sombra
la única que siempre habita estos parajes.
Y en la playa abro un libro
y persisto en la evasión.
Porque luego, en Caracas, 
no habrá mar ni cantos de pájaros ni padre con periódico en manos
sino el puñetazo certero
que acabe con mi farsa de aparente sosiego.

sábado, 26 de enero de 2013

Catorce

No quiero entender.
Quiero la zozobra,
las llagas del desconsuelo.
Voy a escribirte hasta formarlas
en los dedos y en el corazón.

jueves, 24 de enero de 2013

Día 2

Primera arrechera (2. f. vulg. Ven. Indignación violenta)
En Margarita no sólo hay colas insufribles para comprar arroz, leche en polvo, harina de maíz y azúcar: en Margarita no hay tampones. Playa arruinada por asunto que pude solucionar comprando tampones al mayor en Buenos Aires. Me arrecho; miento madre; digo en voz alta: no entiendo cómo coños no salen a prenderle fuego a todo. Después de rodar por mil sitios consigo los susodichos tampones. Ya no me siento una Yoani Sánchez con privilegios. También la arrechera puede postergarse, concluyo. Gloria al comandante: el día está nublado pero ya puedo leer a Morábito frente al mar.
Luego tengo quien me traiga cervezas, lo cual hace al mundo un lugar menos inhóspito. Inicio una conversación casual con el mesonero. Otro paisano que no me reconoce. Soy de aquí pero me he acostumbrado a ser de ninguna parte. Luego mi madre sólo habla de secuestros, robos, asesinatos. Venezuela es una arrechera contenida y una eterna sección de sucesos. Menos mal que está bueno el libro de cuentos de Morábito. Y la cervecita de una tarde nublada.

miércoles, 23 de enero de 2013

Día 1


¿Cuál ciudad? Es un descaro llamar así a este pueblo cada vez más parecido a lo peor de Caracas. Ya no dejo que me atosigue la lástima. Y es mentira: palpito en el desgarro por lo que ahora no existe.
Lejos de Porlamar, la playa, que hoy está resplandeciente. En un restaurante cercano suenan Juan Gabriel y Rocío Dúrcal; me acuesto en la arena y canto. Pero mi cabeza siempre está buscando hilar palabras: cada instante es un instante sobre lo no escrito, sobre lo que está quizá por escribirse. Me odio por ello. Y sin embargo, ahí estoy: escribo en mi cabeza algo que no es literatura ni es diario ni es interesante ni pretende decir nada. Escribo para no dejar que la palabra bulla sola. A alguien le pregunté la hora y dije: disculpá, ¿me decís la hora, por favor?. Todo se mezcla. Respiro y escribo; es inevitable: no tengo fuerzas para silenciarme. Carezco del ahora: soy palabra futura. Pero la quietud se parece un poco a mí frente a este mar, espantando vanas ideas de muerte. Y sí, válgame dios, todo es excesivamente caro en este país. Ya no digamos la esperanza.

lunes, 21 de enero de 2013

El ruido que precede al viaje


Me he despertado exactamente a las 5 am: esta vez no han funcionado las pastillas, me han quedado debiendo dos horas más de sueño. Es exacto el tiempo de las pastillas. Sé que no podré cerrar los ojos aunque mi perro intente acurrucarse a mis pies. Pienso en la maleta a medio hacer, en los regalos por comprar, en el dinero que no tengo. Eso es: corregiré el cuento; es muy corto, tal vez le falte algo. Todo ello para decir que aunque me prometí que no volvería en, por lo menos, cinco años, aquí estoy: nerviosa por la cercanía del regreso. Casi tres años y medio y lo que obtuve fue apenas una mujer con ganas de leer y escribir, que se deshace sola dejando astillas por el camino y, debo decirlo, que habla y piensa ahora un poco más cercana a quien quiso ser. El mismo desasosiego, el exceso de anhelar imposibles, sin saber de contenciones, jugando a las letras para no morir, literalmente. A las 5:36 comienza a amanecer y se escuchan los gritos habituales de algunos borrachos, pero el barrio está sereno. Serenidad. Incluso aquí, en la ciudad nerviosa, la serenidad es un asunto tangible. Pienso en mi familia repitiendo argumentos para que regrese definitivamente a Caracas y me golpean un poco ahí en las posibilidades. Y no sé por qué, pero recuerdo que ya no estarán los viejos vagones de la línea A, que han de cambiarlos por unos nuevos y toda esa belleza antigua porteña se irá al caño. Entonces, sin notarlo siquiera, me encuentro calentando el agua para el mate; no café: mate. Cebo mate como una más mientras medito en los cambios de las ciudades y en mí misma, siempre desbocada, siempre yéndome. No café: mate. Y la serenidad y la mujer que intenta escribir, todo eso en Buenos Aires. Es así como se arman fragmentos que luego se dejarán a la vera, cuando cambie el viento de nuevo y yo no sea más que una ausencia en ésta, la ciudad del mezquino cobijo. 

domingo, 20 de enero de 2013

Milla



Mi perra llora en sueños.
Yo la arrullo.
Guardo un poco de vida
para ser el consuelo de un animal.
Alcanzo entonces la gracia
de una soledad extrema. 

viernes, 18 de enero de 2013

Doce

Egon Schiele, black-haired girl with high skirt.

Ya no me interesan las justificaciones,
las imprecaciones ni la lógica.
Me interesa lo vital:
tu voz subiendo por mi entrepierna
y las frases que he evocado hasta el desgaste
para latir entre enfermos.

jueves, 17 de enero de 2013

Once


Mi atajo favorito es el silencio.
Voy a tientas,
con las grietas a la vista.
¿acaso no se escribe y se vive de la misma forma?

miércoles, 16 de enero de 2013

El insomnio y el regreso


Mi insomnio piensa esto: tengo miedo de volver. Tengo miedo de pisar el aeropuerto Simón Bolívar, todo lleva tu nombre, Padre. Y de paso, llegaré a Margarita de noche: también me da miedo Margarita en la noche; se vuelve siniestra, aburrida, mosquitos y gente muerta. En cambio, veré el mar, me enfundaré el traje de baño nuevo, leeré a Lispector bajo una sombrilla, sonreiré a la vista de nadie, procuraré que el sol no me queme (ya yo tengo mis heridas). Seré otra vez sombra, pero me bañaré en la playa y entonces vendrán juntos todos los qué hice, qué estoy haciendo, qué haré ahora, a dónde carajos voy. Si corro con suerte tomaré una lancha hasta Cubagua con algún viejo conocido. Veré los pequeños bagres, escucharé el ritmo frenético del acento que he ido perdiendo o que jamás tuve, me contentaré con la brisa marina y seré adolescente de nuevo. Constataré la vejez en el rostro de mi papá pues no lo veo desde que me marché, hace poco más de tres años. Encenderé el tocadiscos y dejaré que suene Tito Rodríguez. Seré una con los fantasmas de la vieja casa de mi infancia. Todo esto piensa mi insomnio para que vaya asumiendo la desazón del regreso. No hay regresos: hay viajes. 

domingo, 13 de enero de 2013

Verbo carne



Cualquier nosotros está hecho sólo de verbo. Tan poco me basta que llegas y me asumes completa porque es así como vivimos: a través de las palabras. Por eso ahora intentaré no pensarlas en exceso, apenas ser ellas, discurrir ahí donde ambos intentamos continuamente una vida distinta, ser un otro que sobrepasa nuestras finitudes.
Es tu palabra la que ha azotado mi cuerpo y con ella todo lo que no era, ahora fluye: doloroso, vivo, extático. De una en una se ha abierto una mujer nueva, y una mujer nueva siempre es también una herida; la mía late sola, palpita, grita de euforia al saberse honda pero siendo, porque por tus palabras soy. Las mías gimen, intentan un rugido animal cuando tu voz, lejana y secreta, viene hasta aquí para darme el mayor de los placeres: este acto solitario que tan bien me has escenificado, ese fin espasmódico, de ansia y sobras. Sí, también soy sobra: eso me has dado. Pero ya no me importa -me engaño-. Vale más un cuerpo agitado que la frialdad posada a tu lado. Ya no me siento menos ni te siento imposible y mucho menos demasiado. Porque soy yo quien se abre sin medida, quien se retuerce desgarrada, indómita. Dura, dices, y te equivocas: dada. Toda me doy a tu verbo, pues sólo sé ser desborde, como cuando exhalo agotada por esas sobras de deseo que, sin embargo, no son el simulacro de la plenitud sino su acto único.
Tú no existes, eres un espanto, poca cosa. Y yo soy en ti sólo gracias a las palabras.

viernes, 11 de enero de 2013

Cuento en Las Malas Juntas


En el nuevo número de Las Malas Juntas pueden leer mi cuento, «La isla».



Debí esperar ochenta y un años para volver a la isla. Vine a la isla a morir, finalmente.
Las noticias de la destrucción de la isla y del territorio continental no me tomaron por sorpresa. No fue cosa de un día; no hubo una descarga súbita. Fue, en todo caso, el resultado de un largo proceso de desgaste y desidia.
Yo postergué siempre el regreso, aun antes de la definitiva catástrofe. ¿Qué sentido tenía ir en busca de lo que ya no existía? No tuve el valor de enfrentar los viejos espantos, de ver las cicatrices en las caras o en los muros. Las marcas de la convulsión militar, de las cientos de asonadas; la dictadura que se perpetuó con el paso de mando de uno a otro rostro anónimo, al punto que ya nadie sabía quién les gobernaba. Los derrames negros que cubrieron aguas y tierras, la sequía, el espanto. Nada de eso quise ver. Fui cobarde y ahora vengo a morir, cuando no queda más que podredumbre y silencio.

The Embajada Issue



Aclaración: los argentinos llaman ojotas a lo que en Venezuela conocemos con el nombre de cholas
Este es un post sobre chojotas, para usar el neologismo de Gustavo Valle.

Los venezolanos somos acomplejados. Quizás sea un tópico del Caribe, no lo sé. 

Es verano en Buenos Aires: me enfundo mi vestido largo, me maquillo, me pongo unos zarcillos a tono. Y me calzo mis cholas moradas. En verano, aquí y en cualquier país de cuatro estaciones (al menos hasta donde he visto), las mujeres sacan a relucir sus chojotas. Es la ocasión perfecta tras meses en zapatillas, medias y demás. Según mi encuesta no oficial, el 78% de las argentinas van en ojotas en verano. Y a mí no me cuesta acostumbrarme a los cambios: mudarse de país implica, necesariamente, adaptarse a ciertos usos y costumbres so pena de llevar siempre sobre la frente el molesto cartel de extranjero. Viajar es ser otro: el de siempre, pero con un nuevo bagaje. 

Vamos, estamos hablando de cholas, por amor a Cristo en tanga.

Así, muy divina, llegué a la Embajada de Venezuela en Buenos Aires y, ya en la entrada, recibí la sentencia del amable vigilante: 

 En ojotas no podés entrar. 

Me está jodiendo, pensé. A mí siempre me joden y ni me entero (tal parece que los genes orientales se desviaron todos a la bebida y, pocas veces, a captar cuándo están tomándome el pelo) 

 ¿Cómo? —respondo, con cara de cámara indiscreta. 

— Son órdenes de arriba, en ojotas no podés pasar.

Insólito: la vaina es en serio. Muy arreglada, mucho vestido largo y nuevo, pero las chojotas son un pecado en la pequeña comarca porteña del comandante-presidente. 

Tuve suerte: una venezolana salía en ese instante de la Embajada y, ante el absurdo, tuvo el noble gesto de prestarme sus sandalias, tan abiertas como mis chojotas, pero sin ser chojotas, eh, que los venezolanos somos una vaina semántica bien arrecha. Y ahí en la calle intercambiamos calzado.

Invoqué a Anna Piaggi. Por ahí Anna Wintour es la asesora en materia de estilismo y buen vestir de la Embajada, pensé. Eso, o Scott Schuman anda haciendo de las suyas, cámara en mano, entre quienes van a renovar pasaporte o solicitudes de Cadivi. Uno nunca sabe. 

Imaginé a Margarita Zingg regañándome por acudir así a tan importante cita. Un espanto, querida: violaciones a la Constitución y golpes de Estado, los que gustes. Pero jamás en cholas. 

Al bajar, la amable venezolana no disimuló su disgusto por el mal trago que me hicieron pasar, siendo tan común, como afirmé, usar ojotas en verano en esta ciudad. Mientras nos alejábamos del edificio, sonó su celular. Al colgar me dijo: 

— Un ex argentino es lo peor que existe. Son tan histéricos estos hombres que parecen mujeres, lo único es que te lo meten. De resto, sólo les falta que les baje la regla. En fin: ya voy a tuitear que en la Embajada venezolana no dejan entrar a la gente cholúa. 

Ah, bueno, el colmo: ahora también soy cholúa. ¿No digo yo? Mejor me curo en espanto y me voy a hojear la última edición de Vogue. No sin antes rezarle tres Padres Nuestros a Lagerfeld, por supuesto. 

Qué temita: mientras más provinciana, más acomplejada es la gente. 

jueves, 10 de enero de 2013

Apuntes en el colectivo


Una de las sensaciones más molestas y demoledoras que existen ocurre cuando, al leer algo, pensamos que pudimos haberlo escrito nosotros. Somos también todo eso que se nos ocurrió y descartamos por miedo a ser reiterativos, por temor a nuestra torpeza. Quizá habría que escarbar con mayor ahínco para que las ideas no reposen silentes. Que escribir sea entonces un hurgar despiadado, un flujo constante de nuestros deseos oblicuos. Algo así como el permiso para ser, más allá de lo que casi siempre se vislumbra como una constante limitación. Yo ahora voy lanzando palabras como piedras: unas se hunden y otras, espero, hallarán eco en la distancia. De cualquier modo, importo yo: esta oleada constante de lo que anhelo decir, aún informe pero palpitante.

miércoles, 9 de enero de 2013

Elogio al gris



Estás triste. Triste es poco: sobreviviste, te internaron, te han recetado pastillas. Te despertaste cada mañana con el trajinar de los enfermeros cambiando pañales a ancianos, bebiste café a solas y después, un día a la vez, escribiste y escribiste poemas. Nunca más harías poesía. Que no es lo mío, joder, que narrar se me da mejor. Pero así fluyó. Así suele ser la vida: un espanto no anunciado.

Sigues triste y medicada. Ahora tienes dos bonitos vestidos nuevos y cebas el mate con la esperanza de visionar pronto el mar. Te has comprado flores, has llorado y has dormido como sólo alguien fracturado puede hacerlo. Pero escribes. Y todo ello sin que te cruce por la cabeza la idea de que escribir salva: te salvas vos, nena. Vos, que en lo gris has visto renacer el dolor y, cómo no, las letras.

Elogiarás el gris y al gris:

Al que camina cabizbajo.
Al que reconstruye el optimismo a cuentagotas porque no le queda otra opción.
Al que prefiere ser despiadadamente honesto por encima de todas las cosas.
A quien ama sin reparar en el desbarrancadero que le aguarda.
A quien es valiente, tanto para decidir vivir como para decidir morir.
Al hombre que llora solo en las esquinas y lucha por liberarse del sentido de culpa.
A quien desea huir y es vilipendiado por ello.
A quien teme la llegada de la noche.
A quien ejecuta cada acto de su día en la más absoluta soledad.
A quien soporta.
Al que busca las pastillas, el alcohol, las drogas.
Al que vive de migajas.
Al que duda a cada instante.
Al que danza sin ser visto.
Al que ama en silencio.
A quien piensa, desesperado, en la esquiva posibilidad de tener sexo.
Al que no recibe abrazos.
Al que llora en colectivos y en la calle.
Al que soporta la ansiedad y el insomnio.

A la mujer rota que eres y seguirás siendo.
Pero con suerte, rearmada desde las palabras.

Desde el gris, ese intervalo donde brilla lo que se nos ha quedado a medias. 

lunes, 7 de enero de 2013

Un poema para Dani, el crítico de cine



                                                                           
A @avientapelucas


Quiero escribirte un poema, Dani.
Un poema al único amigo argentino.
Y entonces no pienso en un poema:
un tratado, un manifiesto, una oda.
Vos estás, vos sos el único.
Si algún día me voy
me quedarán tus remeras de Hanna-Barbera,
las críticas,
las risas,
cierto odio compartido.
Sos groso, guapo.
Sos el aguante y el optimismo.
Sí, nada de eso se parece a vos.
Pero para mí sos un remanso
y un motivo para extrañar
todo lo que amo de este hogar imaginario. 

Contar



  • A Luis Moreno Villamediana


    Me cuenta Luis que en Venecia 
    hay un reloj que cuenta sólo las horas serenas. 
    Tal vez si yo me acercase
    tendría que aguardar paciente 
    y dicho artefacto no me percibiría.
    Luis me dice que hoy el suyo 
    cuenta las horas perdidas. 
    El mío acumula sin descanso 
    horas y horas de angustia.

    sábado, 5 de enero de 2013

    Bonitas ocasiones para dejar fluir el odio


    1. El orgasmo tarda en llegar.
    2. Nunca falta un pusilánime.
    3. Un desconocido te dice que fumar mata. Es la vida lo que mata, campeón.
    4. El antidepresivo no hace efecto.
    5. Cientos de tuits sobre política venezolana y sólo pocos son graciosos.
    6. Siempre hay algo por pagar.
    7. Toda mierda engorda.
    8. Los silencios con filo.
    9. Los consejos que a nadie pediste e igual llegaron.
    10. Las lágrimas en vano.
    11. La película de terror que no asusta.
    12. El unfollow de fin de semana.
    13. Las palabras atragantadas por falta de interlocutor.
    14. Las llamadas telefónicas de más de tres minutos.
    15. Cada maña de la casa.
    16. Cada súplica no atendida.
    17. Descubrirse aún muy tonta.
    18. El que dice que escribir es una delicia.
    19. El que dice que quien lee no está solo.
    20. Tanto afán por ser correctos.
    21. Verificar los fracasos.
    22. No poder mirar el mar.
    23. No poder leer una puta página de tanta tristeza.
    24. Esa sensación de no poder cambiar nada.
    25. Ver el último recibo del cajero automático.
    26. No saber ya qué música escuchar.
    27. Saberse desamparado.
    28. No poder emborracharse.
    29. Sentirse la fantasía sexual de nadie.
    30. Amar.      

    viernes, 4 de enero de 2013

    Chuparle...los dedos



    Quiero asarla de a poco, dorarla, untarla, pegarle tres mordiscos.
    La quiero sobre la mesa de la cocina. Ruego a dios (¿quién sería dios en este caso? ¿Alain Ducasse? ¿Paul Bocuse?) que el vestido se corra un poco, sólo un poco justo ahí en el escote, ese escote más que turgente y sugestivo. Quiero chuparle los dedos.
    La amo.
    Su nombre es Nigella Lawson y cada vez que veo su programa un soplo de paz y concupiscencia ya ven se apodera de mí.
    No me gustan las mujeres, al menos no como regla general. Pero Nigella no es una mujer: ella (como la Bellucci) es todas las mujeres porque encarna, desde mi sencilla opinión sobre el asunto, la feminidad en pleno. Sus caderas, sus brazos, su escote (de nuevo, disculpen, es que ella está al tanto y lo luce con desparpajo): todo habla de un cuerpo femenino que hemos ido dejando de lado para encumbrar, en cambio, una delgadez más que sosa.
    Pero el asunto no es sólo corporal. Me explico: Nigella es cocinera por vocación y experiencia (hasta donde sé nunca cursó estudios formales de cocina) y lo que hace que su programa (cualquiera de ellos, tiene varios) se separe de todo ese universo de recetas dictadas cual fórmulas de manual agotado, consiste en la capacidad de esta mujer para permitirse ser imperfecta, torpe, descuidada incluso.
    Real, Nigella se siente real. Mete los dedos en la salsa y se los lame luego. Comenta que no le da mayor importancia a la belleza del plato sino a la calidez de su contenido; se ensucia, prueba, habla un poco con la boca llena como si de un guiño de seducción se tratase, y lo que es más importante en el mundo actual: come sin miedo, sea una torta de triple chocolate, un trozo de cordero, un plato gigante de pasta. Nigella es eso que se nos ha ido escapando: la realidad, la libertad de disfrutar el más sencillo y esencial de los placeres: la comida.
    Sería imposible no destacar ese pequeño pero significativo gesto que da cierre a su programa de recetas: es de noche, Nigella se acerca a la nevera en pijama, la abre y extrae cualquier sobrante de las delicias preparadas, y ahí, a la luz de la heladera, muerde gustosa y sin culpa.
    Imposible no amarla de esta forma.