lunes, 27 de julio de 2015

País portátil

Publicado originalmente en Contrapunto.com


I

Supongo que alguien ya lo dijo: hogar es donde están tus libros. Por los límites obvios que impone una mudanza a otro país, enfrentarse a la biblioteca propia para seleccionar qué llevar y qué dejar es una parte bastante desoladora del proceso de emigrar. En el año 2009 yo escogí viajar a Argentina con sólo dos títulos a cuestas: La otra isla, de Francisco Suniaga y Puntos de sutura, de Oscar Marcano. La escogencia de autores venezolanos por encima de otros no fue premeditada: fue, en todo caso, un gesto instintivo; un gesto que definió lo que resultaría esencial en mi nueva biblioteca de domicilio porteño: autores venezolanos.

Los nombres de escritores venezolanos no figuran en las librerías de Buenos Aires, a excepción de Barrera Tyszka y Gustavo Valle (y eso, si uno corre con suerte) En las librerías de segunda mano puede hallarse lo obvio: algo de Uslar Pietri, algo de Gallegos. Por eso me he valido de visitantes venezolanos para hacerme traer los títulos que, una vez leídos, guardo con celo. La harina P.A.N pasa, pero los libros quedan, diría un Jorge Tuero solemne.

II

Sábado soleado en Mar del Plata. El balneario está repleto de ancianos. Una pareja comparte unos mates. Los clásicos perros de playa corretean. Es la primera vez que salgo de Buenos Aires, la primera vez que estoy ante una playa argentina y no, no es horrible, como aseguraba mi prejuicio de margariteña. Leer en la playa tendría que ser declarado un lujo casi obsceno (y algunas obscenidades, qué duda cabe, son exquisitas), de ahí que la escogencia del título resulta fundamental y esta vez no me he equivocado: mi compañero es Valle Zamuro, de Camilo Pino. 

Pasa de irónico adentrarme en una ficción del Caracazo justo en este momento histórico y justo cuando intento no pensar en lo cotidiano y, sin embargo, transportarme al año 89 con Valle Zamuro me hace experimentar una suerte de cobijo. Entonces me digo que tal vez lo ideal sería vivir así, con un país que habita sólo en la ficción, con una nacionalidad definida por los libros. No más portales de noticias, no más artículos de opinión: sólo la ficción de los escritores de mi país. Con eso me gustaría quedarme. He ahí el problema de la felicidad –que, en mi caso, siempre tiene que ver con estar junto al mar-: lo pone a uno necísimo.

III

Birra en mano, un amigo porteño me dice que Blue Label/Etiqueta Azul, de Eduardo Sánchez Rugeles, es uno de los libros que más ha disfrutado en su vida.  Horas antes me había enviado un mensaje de texto: «Estoy en el tren, terminé la novela que me prestaste. Qué bajón todo». Pienso en la moda nefasta de hablar a cada rato de la patria y lo que puede hacerse por ella. A mí no me jodan: hacer patria es prestar libros de escritores venezolanos a los panas que vamos haciendo ahí donde elegimos ser inmigrantes.                          



1 comentario:

  1. "Hacer patria es prestar libros de escritores venezolanos a los panas que vamos haciendo ahí donde elegimos ser inmigrantes"

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