Publicado originalmente en Contrapunto.com
I
Supongo
que alguien ya lo dijo: hogar es donde están tus libros. Por los límites obvios
que impone una mudanza a otro país, enfrentarse a la biblioteca propia para
seleccionar qué llevar y qué dejar es una parte bastante desoladora del proceso
de emigrar. En el año 2009 yo escogí viajar a Argentina con sólo dos títulos a
cuestas: La otra isla, de Francisco
Suniaga y Puntos de sutura, de Oscar
Marcano. La escogencia de autores venezolanos por encima de otros no fue
premeditada: fue, en todo caso, un gesto instintivo; un gesto que definió lo
que resultaría esencial en mi nueva biblioteca de domicilio porteño: autores
venezolanos.
Los
nombres de escritores venezolanos no figuran en las librerías de Buenos Aires,
a excepción de Barrera Tyszka y Gustavo Valle (y eso, si uno corre con suerte)
En las librerías de segunda mano puede hallarse lo obvio: algo de Uslar Pietri,
algo de Gallegos. Por eso me he valido de visitantes venezolanos para hacerme
traer los títulos que, una vez leídos, guardo con celo. La harina P.A.N pasa,
pero los libros quedan, diría un Jorge Tuero solemne.
II
Sábado
soleado en Mar del Plata. El balneario está repleto de ancianos. Una pareja
comparte unos mates. Los clásicos perros de playa corretean. Es la primera vez
que salgo de Buenos Aires, la primera vez que estoy ante una playa argentina y
no, no es horrible, como aseguraba mi prejuicio de margariteña. Leer en la
playa tendría que ser declarado un lujo casi obsceno (y algunas obscenidades,
qué duda cabe, son exquisitas), de ahí que la escogencia del título resulta
fundamental y esta vez no me he equivocado: mi compañero es Valle Zamuro, de Camilo Pino.
Pasa de
irónico adentrarme en una ficción del Caracazo justo en este momento histórico
y justo cuando intento no pensar en lo cotidiano y, sin embargo, transportarme
al año 89 con Valle Zamuro me hace
experimentar una suerte de cobijo. Entonces me digo que tal vez lo ideal sería
vivir así, con un país que habita sólo en la ficción, con una nacionalidad
definida por los libros. No más portales de noticias, no más artículos de
opinión: sólo la ficción de los escritores de mi país. Con eso me gustaría
quedarme. He ahí el problema de la felicidad –que, en mi caso, siempre tiene
que ver con estar junto al mar-: lo pone a uno necísimo.
III
Birra
en mano, un amigo porteño me dice que Blue
Label/Etiqueta Azul, de Eduardo Sánchez Rugeles, es uno de los libros que
más ha disfrutado en su vida. Horas
antes me había enviado un mensaje de texto: «Estoy en el tren, terminé la novela que me prestaste.
Qué bajón todo». Pienso en la moda
nefasta de hablar a cada rato de la patria y lo que puede hacerse por ella. A
mí no me jodan: hacer patria es prestar libros de escritores venezolanos a los
panas que vamos haciendo ahí donde elegimos ser inmigrantes.
"Hacer patria es prestar libros de escritores venezolanos a los panas que vamos haciendo ahí donde elegimos ser inmigrantes"
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