viernes, 3 de julio de 2015

Milonga

Publicado originalmente en Contrapunto.com


No tengo por costumbre escuchar tangos y últimamente la ciudad suena más a bachata que a otra cosa. No oigo tangos, pero ahí me hallaba en una milonga al aire libre. Tocaban cinco bandoneonistas; las señoras y los caballeros del barrio eran pura sonrisa mientras alternaban entre las mesas dispuestas con velas y se alistaban para bailar, cada pareja a su modo, porque el tango será de a dos, pero ya esos dos deciden cómo llevar a cabo la danza.

Y entonces vi a la mina callejera, bah, linyera: lloraba mientras sonaba una milonga, con su cartón de vino Termidor al lado. Llevaba unas lycras fucsias, una camiseta de River y susurraba lo que, imagino, eran lamentos. “Ya intenté mirar bien de cerca el rostro de una persona: el de una vendedora de entradas en un cine. Quería saber el secreto de su vida. Inútil. La otra persona es un enigma. Y sus ojos son de estatua: ciegos”, escribió Clarice Lispector.

Nadie más parecía mirarla y ella se iba desvaneciendo de a poco en lágrimas, mientras la noche caía, las luces del anfiteatro se encendían y los bandoneones lograban lo inevitable: la rendición ante la belleza.

¿Quién podría estar alegre el tiempo que dure un tango? Fue todo lo que alcancé a pensar. Por eso quizás sea liberador vivir en un lugar así, donde la felicidad no es obligatoria y los tristes podemos andar a nuestras anchas, con las heridas expuestas como insignias de batallas; un lugar donde los ancianos pueden abrazarse en un baile que a veces es en puntas de pie y otras entre personas del mismo sexo, como he visto tantas veces y como vi esa noche.


Y está la triste mujer callejera que llora mientras se emborracha de tango y de vino barato y está la doña que aún luce todas sus artimañas y sale a la pista. Y tal vez en el medio ande yo, que apenas regresé a casa busqué varios tangos de Aníbal Troilo en Youtube y, cuando quise darme cuenta, ya había caído en la trampa del origen, porque ahí estaba, en mi cabeza, sonando certero y fuerte no una milonga, sino un bolero. 

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