Una vez en una clase le oí decir al gran crítico de cine Diego Trerotola que la crítica en caliente no sólo no debería descartarse, sino que hay que aprovecharla porque es la mejor.
Esta noche pienso en lo que dijo el gordo Trerotola (y lo de gordo es con amor, porque somos del gremio) y añado que las arrecheras también hay que contarlas en caliente, justo cuando uno siente que podría moler a golpes algo (¿a un ser humano? ¿a un jarrón? ¿una vidriera?)
No quiero ver a un psicólogo más. Ni uno. Ni porque tenga la cara y el cuerpo de Jason Statham. Llegué perdida a la cita, porque así he estado: mal. Con ataques de pánico antes de entrar al laburo. Un laburo, valga decir, que me ha llevado dos veces a psiquiátricos. Ella no supo qué decirme. Lo que sí supo decir la licenciada es que ella ignoraba que la mayoría de sus compatriotas trabajan en negro sin obra social, sin aportes.
Porque ella cree que allá afuera hay laburo. Mucho y bueno. Y que todos tienen seguro médico para tratarse cosas incurables (como yo) Se quedó como si le hubiese contado que no existe el niño Jesús cuando le hice ver cómo son las cosas.
Sí, la quise matar. Pero no tanto como cuando me demostró no saber absolutamente nada de lo que pasa en Venezuela. Sí, que tampoco tendría por qué, pero vamos: licenciada, haga algo con el título.
Ya he visto a muchos. Un psicólogo chavista quiso tratarme con flores de Bach después de mi segundo intento de suicidio a los veintipocos. Otra era una frígida que una vez tuvo el tupé de despachar la consulta a los veinte minutos. Y conozco a una psicóloga de mi edad que cree en la virginidad antes del matrimonio, que la marihuana es una droga dura y que todo se puede si somos positivos y entusiastas.
No, hijos de puta: no todo se puede. Y ustedes, psicólogos, son unos desquiciados que viven en una torre de marfil. Happy happy, joy joy. O yo una infeliz que pretende demasiado de la salud pública tercermundista. No lo sé. Pero dejaré en claro una cosa: fui, voy e iré porque, desgraciadamente, sufro un trastorno mental y debo seguir el tratamiento.
Soy reo. Eso soy. Y habiendo dicho todo esto: perdón, Daniela Cámara Fasolino. Por suerte vos nunca me trataste.
A mí lo que me molesta es que muchos se creen superiores, por tener las herramientas para hurgar en la psique humana (¿lo dije bien?). Y no tienen ni una llave para apretar sus propias tuercas, ni un espejo para ver su lado feo. Y por alguna razón se creen más inteligentes y hasta sabios. Y eso, es algo que ningún título garantiza.
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