Los sábados que debo trabajar
salgo corriendo de la oficina decidida a escribir algo, como quien se cambia el
traje por lo que le sienta más cómodo. O acaso, como quien desea expurgar el
peor de los ratos. Sí, así suena mejor.
Escribir es mucho más duro:
corrijo un poema, lo dejo, lo vuelvo a corregir. Pienso, pienso, me serrucho la
cabeza imaginando un pequeño relato, algo que desee contar con todas las ganas
(lo cual no asegura en lo absoluto que resultará fácil hacerlo)
Leo. Dispersa, como soy. Aquí y
allá. Releo lo que subrayé. Me sorprendo con lo que otros logran con las
palabras y que yo jamás podré. Doy vueltas, me remiendo, vuelvo a corregir otro
poema.
No sé para qué escribo pero no
puedo dejar de hacerlo; y lo he intentado, algo que hasta ahora no hice con el
cigarrillo. La psicóloga me dijo: “Vos ve a laburar, pero recordá siempre que tu
meta es ser escritora”. Suena a vértigo.
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