sábado, 26 de septiembre de 2015

Vértigo


Los sábados que debo trabajar salgo corriendo de la oficina decidida a escribir algo, como quien se cambia el traje por lo que le sienta más cómodo. O acaso, como quien desea expurgar el peor de los ratos. Sí, así suena mejor.

Escribir es mucho más duro: corrijo un poema, lo dejo, lo vuelvo a corregir. Pienso, pienso, me serrucho la cabeza imaginando un pequeño relato, algo que desee contar con todas las ganas (lo cual no asegura en lo absoluto que resultará fácil hacerlo)

Leo. Dispersa, como soy. Aquí y allá. Releo lo que subrayé. Me sorprendo con lo que otros logran con las palabras y que yo jamás podré. Doy vueltas, me remiendo, vuelvo a corregir otro poema.


No sé para qué escribo pero no puedo dejar de hacerlo; y lo he intentado, algo que hasta ahora no hice con el cigarrillo. La psicóloga me dijo: “Vos ve a laburar, pero recordá siempre que tu meta es ser escritora”. Suena a vértigo.

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