sábado, 12 de septiembre de 2015

Bajo tierra


Hacía un sol que quemaba el cerebro y eso, sumado a lo que había bebido, le produjo fuertes ganas de vomitar. Pero logró contenerse. Anduvo despacio entre las tumbas y se alejó en silencio del séquito hasta llegar a su auto. Entonces notó que aún tenía el ramo de rosas en la mano. Las dejó en el asiento del copiloto y tomó la carretera. Se dijo que a las penas hay que darles lo que piden, así que puso un CD de Tito Rodríguez. Sólo boleros. Al llegar al centro decidió que no tenía nada que buscar allí y enfiló vía a la playa. La isla había muerto hacía mucho. Aquí y allá se veían paredes grafiteadas con el líder, mendigos, niños en los semáforos, locales cerrados. Ya en la carretera a la playa aumentó la velocidad y aprovechó para sacar la cartera de whisky de la guantera. Bebió el líquido como si fuese agua y pensó que la abuela siempre decía que el whisky era agua bendita. Vio a los vendedores de patillas y cocos pero pensó que esta vez nada le impediría llegar hasta la meta. Tito Rodríguez se desgarraba por los altavoces y cantó lo que sabía de la letra. Al llegar a la playa estacionó el auto, bajó con el ramo de rosas, el whisky y se sentó en la arena. El mar estaba en calma. Enterró las flores en la arena mojada y pensó que ya era hora de regresar: todo yacía bajo tierra.

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