viernes, 24 de mayo de 2013

La majestad del hígado encebollado


Rufus, Emiliani y Almantor eran tres manganzones que se reunían una vez a la semana a beber cerveza y a comer txistorras en la tasca «La barrita». Allí daban rienda suelta a todas las barbaridades que se les cruzaban por las cabezas y comentaban los sucesos de la semana. Estos tres amigos incondicionales tenían los más diversos oficios: Almantor era dueño de una carnicería, Rufus vendía perico en un Ford Conquistador de 1984 y Emiliani trabajaba en una agencia publicitaria. Sin embargo, los unía una amistad originada en el bachillerato, el gusto por las buenas anécdotas y las burlas que solían hacer sobre el mesonero del local, un viejo inmigrante español que a cada rato se quedaba dormido en una de las banquetas de la barra.  

Aquel jueves llegó primero Emiliani y le pidió una cerveza al viejo Gonzalo. Tomó de la barra un ejemplar del diario Meridiano y se dedicó a hojear sus páginas mientras esperaba que llegasen Rufus y Almantor. Éstos arribaron media hora después y, para variar, Rufus comentó la última anécdota sobre su más reciente cliente: una modelo que, cada dos noches, lo llamaba para pedirle un par de bolsas.

A la cuarta ronda de cervezas, cuando ya habían acabado con la abundante ración de txistorras, Rufus interrumpió su anécdota —esta vez, sobre una cincuentona de mucho dinero que también se metía lo suyo— para advertirles a los otros dos que había comenzado una cadena. Los tres amigos volvieron la vista al desvencijado televisor del local y ahí vieron cómo se inauguraba un abasto en algún lugar remoto de Apure con la presencia del Jefe de Estado y los ministros habituales.

      — Todos los días la misma ladilla —dijo Almantor.
   Un día de estos se encadenarán para transmitir la inauguración de un kiosco —agregó Rufus.
  Coño, ¿ustedes se han fijado que Cilia siempre aparece atrás del bigotúo como un Muppet?preguntó Emiliani, y sus amigos le rieron el chiste.
  Lo que pasa es que esa doña es más fea que masturbarse en casa ajena dijo Almantor.
  Querrás decir que es más fea que una pea con anís le respondió Emiliani.
    Es que tú eres todo un princeso, Emiliani agregó Rufus.

Y así siguieron, ajenos a la cadena y sumidos en su tertulia. Entonces notaron que ya el viejo Gonzalo comenzaba a cabecear sentado en la banqueta y, para asustarlo, Rufus le gritó que les llevase otra ronda. El español se irguió como un resorte y, con su andar pausado, puso sobre la mesa las tres Polarcitas heladas junto a un pequeño plato de maní.
Emiliani quiso saber más sobre la modelo que le compraba cocaína a Rufus y por eso le preguntó:

      —  Ajá, ¿pero la jeva es famosa o es modelo de catálogo de Avon?
    Bueno, Emiliani, tú sabes cómo es la vaina, un dealer es como un cura: no puede andar revelando esos detalles.
   Lo que importa saber, en todo caso, es si la tipa está buena o no agregó Almantor.
    Coño, güevón, ¿no estás oyendo que es modelo?
 Precisamente, Emiliani respondió Almantor y, dando un sorbo a su cerveza, se recostó del respaldar de la silla como quien se decide a exponer una gran teoría. Hoy en día —prosiguió— todas las modelos dan como penita: puras panas a las que provoca brindarles una parrilla con yuca y hallaquitas, pa’ que agarren carne. A mí esa vaina de ese mujerero en hueso no me excita: me da lástima.
   Verga, Almantor, lo que pasa es que tú no pelas a una golda —repuso Emiliani.
   No sé, Emiliani, yo creo que el pana aquí tiene una postura válida. Fíjate, por ejemplo, en la Jolie: par de morcillas carupaneras es lo que necesita esa mujer.
 Ahora sí nos jodimos, Rufus. Tú como que eres medio marico.respondió Emiliani.  
    Déjate de vainas, compa. Allá tú y tus sacos de huesos.
  Bueno, bueno, orden en la pea. —repuso Almantor. —Precisamente ahorita estaba pensando en ese temita y me vino a la cabeza Tatiana Capote. ¿Ven? Esa jeva sí que estaba para meterle bien duro. A eso me refiero: nada que ver con esas bichas que parecen sacadas de Zimbabue.
   Coño, mi pana, tremendo capote el de Tatiana. Ésa sí que era la reina del arroz con pollo, igual que esta cantante, la italiana. ¿Cómo es que se llamaba? —preguntó Rufus.
  Raffaella Carrá, nada más y nada menos. Un mujerón. ¡’Chacho, tremendas piernas! —dijo Almantor.
  Ahí sí estamos de acuerdo —dijo Emiliani y, acto seguido, le silbó a Gonzalo para que les llevase otra ronda de cervezas.

Una vez que éstas llegaron a la mesa, los tres amigos brindaron mientras Emiliani comenzó a tararear un tema de Raffaella Carrá. Almantor echó un vistazo al televisor del bar y ahí notó que el Presidente abrazaba a una niña con Síndrome de Down y le colocaba sobre la cabeza una boina roja. Decidió entonces que era mejor continuar hablando de culos y tetas:

 La otra vaina que se nos está escapando es que esas mujeres: la Capote, la Carrá, en fin, esos hambrones de antes, venían ya listas de fábrica: nada de tetas operadas y bocas con silicón. Ahorita hasta culo se ponen.
 ¿Ustedes saben de quién me acordé? De Gigi Zancheta. Ésa también estaba como le daba la gana, y miren que muchas tetas no tenía —dijo Rufus.
    Eso lo que estaba era bien maiceao’, bróder —añadió Almantor.
    Lo que pasa es que ustedes no se han actualizado; en esta mesa hoy no se ha hablado sino de una cuerda de menopáusicas —dijo Emiliani, y abriendo el Meridiano que había empezado a leer antes de que sus dos amigos llegaran, señaló una foto de la sección de farándula y comentó: ¡Mirame’sto! Esta Diosa sí que está buena, operada y todo, pero yo le doy hasta en Petare de noche.
  Coño, bróder, con todo respeto, pero la tal Diosa Canales no sólo es bizca, también es más ordinaria que beber un 18 años en taza de peltre —le respondió Almantor. Además, esa tipa está tan dura y operada que la bicha más bien parece un entrenador de gimnasio.
   Bueno, yo aquí concuerdo un poco con ambos —dijo Rufus. ¿Qué Diosa es tapa amarilla? Eso es correcto. Pero de que está buena, está buena. La vaina es cogérsela en cuatro, pa’ no verle el ojo virado.
   Ahora como que los parchas son ustedes dos. A ver, Almantor, tú eres carnicero, tú deberías poder reconocer cuándo una vaina es carne de segunda y cuándo es lomito. Y Diosa Canales es puro corte de primera, hermanazo.
   ¿Quieres que te diga otra vaina, Emiliani? —respondió Almantor. No todo es lomito, papá. Ponte a pensar en un buen hígado encebollado: no será de primera, pero lo cierto es que no hay carne que lo iguale porque esa vaina es exquisita. Lo mismo pasa con las mujeres que suelen gustarme: no tendrán esas tetas de maniquí, serán más bien modestas, pero al menos no parecen unos transfor.
    A esa teoría tuya hay que llamarla «La majestad del hígado encebollado», mi pana —apuntó Rufus.
  Déjate de mariqueras, que eso suena a obra del Teatro Chacaíto —respondió Almantor.
   Usted lo que está es loco, caballo —señaló Emiliani y, dándose vuelta vio hacia el televisor y dijo, levantando la barbilla y haciendo un gesto con la boca hacia éste: Por cierto, se terminó la cadena.
    Verga, menos mal —dijo Rufus.
  No hay que olvidar, compañeros, que hablar paja también es hacer Patria. Sobre todo si es con cervezas y txistorras de por medio —agregó Almantor.

Los tres rieron al unísono y en seguida Rufus les hizo señas para que vieran cómo Gonzalo salivaba con la cabeza apoyada en el hombro derecho. Entonces Emiliani gritó:

    ¡Compa! ¡Gonzalo! ¡La del estribo!

2 comentarios:

  1. sentado en una barra de cualquier taguara de este pais se arregla el mundo, se conquistan a todas las mujeres que existen en la memoria y se sale con una buena pea a dormir sabroso jejejejeje

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    1. Correcto, Gustavo: nada como la barra de una taguara.

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