Ocurrió el sábado 20 de abril. Ana lo recuerda
porque ese día Diego, su marido, había salido a disfrutar de una parrilla con
sus amigotes. Semanas antes ya ella le había advertido: «Querido, se están perdiendo las cucharitas», pero él
ignoró su comentario. Y continuaron desapareciendo, de una en una,
sigilosamente. No había un tercero a quien culpar: Ana y Diego no tenían hijos.
Ana se afanó revisando cajones: los vacío, los limpió y no halló rastros de las
cucharitas evaporadas. Ese sábado, después de planchar las camisas de Diego, un
murmullo casi imperceptible la condujo a la cocina. Ana pensaba que había
dejado encendida la radio que estaba junto al fregadero, pero al acercarse notó
que la música (porque aquello, qué duda cabía, era música) provenía de la parte
baja de la alacena. Entonces pensó que no sólo estaban despareciendo
cucharitas, sino que todo en aquella casa empezaba a dañarse: primero una
puerta que no cerraba, luego la gotera del baño, después la filtración del clóset.
Y absorta estaba en esas ideas cuando, por fin, abrió la alacena y allí halló a
un grupo de pequeños seres, diminutos como la palma de una mano, que iban de un
lado a otro cargando cucharitas y cantando, muy afinados: «Y en el mármol de su
tumba /de eterna recordación / pondremos esta inscripción / Que es la copia de
una rumba». Ana sonrió.
Hay enanos que, en lugar de cucharitas, se llevan poco a poco nuestra vida.
ResponderEliminarjajajajajajajajajajajajaja aqui se pierden las botellas y el tabaco
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