sábado, 8 de agosto de 2015

El inmigrante venezolano

Estereotipos y manías de una nacionalidad en fuga. Volumen I

Publicado originalmente en Contrapunto.com


Mi carro y yo

El emigrante venezolano tomó una decisión crucial en su vida: renunció al carro. Después de todo, ¿qué es un venezolano sin carro? Ahora vive en otro país, en un lugar más tranquilo y civilizado, pero su vida está marcada por un antes y un después: ahora no sólo es nadie porque no tiene ni contactos ni familiares, sino que debe andar como las bestias de países sin gasolina subsidiada: a pie o en transporte público. 

El guayabo es largo; sin embargo, pronto descubre que es fácil andar por el rayado y que puede emborracharse sin temor porque también en ese nuevo país hay autobuses que trabajan durante la madrugada sin la posibilidad de que entren tres malandros y roben, maten, violen o linchen a los pasajeros.

Durante los ratos libres se sorprende imaginando que maneja por la Cota Mil, quizás hasta baja a la Guaira. Las noticias sobre la escasez de autopartes, entre otros, lo sacan de su sopor y vuelve a sopesar  las bondades de haber emigrado. Pero no es fácil: sin auto eres igual a los otros, pero menos igual a ti y al estilo de vida que dejaste, porque si de venezolanos hablamos, el carro es al hombre lo que el hombre al carro en un sentido muy bello y viceversa.

Finalmente, puede ocurrir algo que rompa el hechizo: el inmigrante logra hacerse de amigos con auto y, cuando alguno pasa a buscarlo por casa para salir se siente –de nuevo- parte de la realeza.

Madre sólo hay una

A la frase añadimos: y si es venezolana, bastante machista. He aquí que el inmigrante se halla solo como nunca antes estuvo porque en Venezuela era imposible mudarse de la casa familiar (en algunos casos el manganzón simplemente no quiere irse y los alcahuetes de los padres tampoco  se atreven a echarlo). Pues bien, el muchacho, que ronda los 30 años, jamás en su vida usó una lavadora y para qué decir que se le quema el arroz: es que ni siquiera sabe cómo se hace. El fenómeno no es exclusivo de los hombres pero sí más notorio en este género por aquello de que los hombres no hacen tareas del hogar, pobre muchacho, se la pasa estudiando, divirtiéndose con los amigotes o jugando a la Play.

El manganzón (que jamás compró ni una mano de cambur) comete a veces la torpeza de querer comenzar su preparación como amo de casa haciendo las caraotas de la abuela, sin imaginar cuán aparatoso puede resultar el experimento.  Pero el ensayo y el error le llevan a grandes descubrimientos, como que es necesario separar la ropa blanca de la de color a la hora de lavar y que la pasta se echa en agua hirviendo y no en agua fría.

Un efecto secundario de todo esto es que el susodicho no pasa la escoba y el coleto a ritmo de merengue o salsa vieja, sino que introduce una nueva modalidad: Metallica para limpiar. Y es así como las tradiciones comienzan a extinguirse. Nada de ello es demasiado grave, no obstante, siempre y cuando se le recete algún volumen de “Música para planchar” que incluya algunos éxitos de Juan Gabriel y se le recuerde que las franelas y los jeans no se planchan, qué mariquera es esa, ¡ahora eres libre, zoquete!

Antes muerta que sencilla

Lavado, corte, alisado japonés, manicure, pedicure, depilación láser y un largo etcétera: ¿Cómo ser venezolana y vivir sin todo eso? Es imposible, afirmarán algunas. No obstante, al salir a la calle más como drag queen que como mujer, quizás la venezolana empiece a notar que su excesivo arreglo pasa de buen gusto a chabacanería (“Siempre están como si fuesen a un boliche”, le oí decir a un argentino)

Si bien no se trata de perder feminidad, la inmigrante venezolana puede sufrir un proceso que le lleve a sentirse más a gusto con su cabello natural, por ejemplo. Esto, claro, también está motivado por aquella máxima de “Con esos rizos y ese color tuyo se van a quedar pendejos”, lo cual puede resultar una gran falacia, pero ella intenta.

¿Los pantalones tubito dos tallas más pequeñas de lo requerido y el escote generoso para mostrar las tetas operadas? Querido lector: no sea iluso; la muchacha cambió de país, pero la cultura de Sábado Sensacional permanecerá por siempre en ella.

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