Estereotipos y manías de una
nacionalidad en fuga. Volumen I
Publicado originalmente en Contrapunto.com
Mi carro y yo
El emigrante venezolano tomó una decisión crucial en su vida:
renunció al carro. Después de todo, ¿qué es un venezolano sin carro? Ahora vive
en otro país, en un lugar más tranquilo y civilizado, pero su vida está marcada
por un antes y un después: ahora no sólo es nadie porque no tiene ni contactos
ni familiares, sino que debe andar como las bestias de países sin gasolina
subsidiada: a pie o en transporte público.
El guayabo es largo; sin embargo,
pronto descubre que es fácil andar por el rayado y que puede emborracharse sin
temor porque también en ese nuevo país hay autobuses que trabajan durante la
madrugada sin la posibilidad de que entren tres malandros y roben, maten,
violen o linchen a los pasajeros.
Durante los ratos libres se sorprende imaginando que maneja
por la Cota Mil, quizás hasta baja a la Guaira. Las noticias sobre la escasez
de autopartes, entre otros, lo sacan de su sopor y vuelve a sopesar las bondades de haber emigrado. Pero no es
fácil: sin auto eres igual a los otros, pero menos igual a ti y al estilo de
vida que dejaste, porque si de venezolanos hablamos, el carro es al hombre lo
que el hombre al carro en un sentido muy bello y viceversa.
Finalmente, puede ocurrir algo que rompa el hechizo: el
inmigrante logra hacerse de amigos con auto y, cuando alguno pasa a buscarlo
por casa para salir se siente –de nuevo- parte de la realeza.
Madre sólo hay una
A la frase añadimos: y si es venezolana, bastante machista.
He aquí que el inmigrante se halla solo como nunca antes estuvo porque en
Venezuela era imposible mudarse de la casa familiar (en algunos casos el
manganzón simplemente no quiere irse y los alcahuetes de los padres tampoco se atreven a echarlo). Pues bien, el muchacho,
que ronda los 30 años, jamás en su vida usó una lavadora y para
qué decir que se le quema el arroz: es que ni siquiera sabe cómo se hace. El
fenómeno no es exclusivo de los hombres pero sí más notorio en este género por
aquello de que los hombres no hacen tareas del hogar, pobre muchacho, se la
pasa estudiando, divirtiéndose con los amigotes o jugando a la Play.
El manganzón (que jamás compró ni una mano de cambur) comete
a veces la torpeza de querer comenzar su preparación como amo de casa haciendo
las caraotas de la abuela, sin imaginar cuán aparatoso puede resultar el
experimento. Pero el ensayo y el error
le llevan a grandes descubrimientos, como que es necesario separar la ropa
blanca de la de color a la hora de lavar y que la pasta se echa en agua
hirviendo y no en agua fría.
Un efecto secundario de todo esto es que el susodicho no pasa
la escoba y el coleto a ritmo de merengue o salsa vieja, sino que introduce una
nueva modalidad: Metallica para limpiar. Y es así como las tradiciones
comienzan a extinguirse. Nada de ello es demasiado grave, no obstante, siempre
y cuando se le recete algún volumen de “Música para planchar” que incluya
algunos éxitos de Juan Gabriel y se le recuerde que las franelas y los jeans no
se planchan, qué mariquera es esa, ¡ahora eres libre, zoquete!
Antes muerta que sencilla
Lavado, corte, alisado japonés, manicure, pedicure,
depilación láser y un largo etcétera: ¿Cómo ser venezolana y vivir sin todo
eso? Es imposible, afirmarán algunas. No obstante, al salir a la calle más como
drag queen que como mujer, quizás la venezolana empiece a notar que su excesivo
arreglo pasa de buen gusto a chabacanería (“Siempre están como si fuesen a un
boliche”, le oí decir a un argentino)
Si bien no se trata de perder feminidad, la inmigrante
venezolana puede sufrir un proceso que le lleve a sentirse más a gusto con su
cabello natural, por ejemplo. Esto, claro, también está motivado por aquella
máxima de “Con esos rizos y ese color tuyo se van a quedar pendejos”, lo cual
puede resultar una gran falacia, pero ella intenta.
¿Los pantalones tubito dos tallas más pequeñas de lo
requerido y el escote generoso para mostrar las tetas operadas? Querido lector:
no sea iluso; la muchacha cambió de país, pero la cultura de Sábado Sensacional
permanecerá por siempre en ella.
muy buen blog. hoy y mañana piloto, paraguas y botas de goma besos andrea
ResponderEliminarMaldita sea te amo.
ResponderEliminarMaldita sea te amo.
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