viernes, 14 de agosto de 2015

"Dani Boy" (cuento publicado en Prodavinci)


                                                                                                                                     Para Presque Fou
Contamos la plata: alcanzaba para once bolsas. Marqué el número de Rubén y le dije entre risas que necesitábamos esa cantidad. El condenado respondió con cierto tono triunfante, sin sorpresa. No era para menos. Con lo que le habíamos comprado esa semana bien podría construir la platabanda.
Era viernes de quincena, pero eso lo supe después: quien lleva cinco días continuos sin dormir a punta de líneas de cocaína está más allá que de acá. Dani y yo sabíamos que habitábamos un mundo paralelo, lo intuimos desde las primeras cervezas y los primeros pases compartidos en el Cordon Bleu. Fue él quien me distinguió en la barra, según dijo, gracias a algunas fotografías viejas de Adriana, la misma Adriana que un año antes se había mostrado enfurecida y decepcionada ante mi nuevo hábito con las drogas, eliminando de un manotazo una amistad que lucía sólida. Dani me contó que ella se había marchado del país la semana anterior, con la promesa de esperarlo para hacer vida juntos en alguna ciudad de España, después que él finiquitase algunos asuntos aún pendientes en Venezuela. No me dio más detalles y yo tampoco se los pedí. Me bastaba la ironía de saber a la mojigata de Adriana envuelta en un noviazgo con un periquero.
Dani era macilento, de habla pausada y aun tras su simpatía se advertía una tristeza rara, como si emergiese de un lugar remoto como rasgo primordial e inquebrantable. Me costaba imaginarlo con Adriana y en cambio, me gustaba esta nueva compañía que venía a darle fin a una velada que, segundos antes de su aparición, auguraba hastío. Pocas frases cruzadas bastaron para devolverle a uno la imagen de sí mismo en el otro. Después de esa noche nos volvimos inseparables en el ritual de la tristeza sumergida y asfixiada en la espiral de la droga.
— Qué joyita —me dijo cuando le mostré la bondadosa bolsa adquirida gracias a Rubén y que ocultaba en un bolsillo estratégico de mi falda.
— Y eso que no la has probado —le respondí.
A las tres de la mañana, Tony, el barman del Cordon, nos echó a todos del lugar y Dani propuso seguir la rumba en un antro de la Solano. Al amanecer nos fuimos a mi casa porque yo estaba lo suficientemente desesperada por compartir con un igual mi bajón de coca y también, claro, bastante descolocada por la historia que él me había narrado.

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