Sí, la sacaste presuncioso y en público para que me asustara (era una fiesta para dos); pero no lo hice: me engolosiné. Era gigante, decirlo de otra manera sería disfrazar las cosas, amortiguarlas. Y ya entonces sabía que allí nada sería amortiguado, al contrario. Querías hacerlo en el lugar, en el malecón. El vestido cedió sin reticencias, la ropa íntima hizo lo suyo. Mira qué espesa la humedad del malecón, flaco. Yo no me oponía a la noche (como ese bello título), yo no me oponía al gesto violatorio de tu mano, yo no me oponía a nada; menos al vahído de aquel aire embebido de afán por la pija más grande que había visto. Blanca, rosa, gigante (¿debo repetirlo? Sí, debo) También el amor y el sexo tienen su burocracia, y yo la quería para mí íntegra, con tus afirmaciones de que todo estaba en orden, de que te habías hecho los exámenes de rigor. Te creí porque así son estas cosas, no necesito explicarlo. Igual el condón ni siquiera alcanzaba a cubrir un tercio, no había manera. La chupé, mi boca se abrió sin reparo y la tuve toda para mí, dentro. Y luego fue duro. Cálido, doloroso y rico. Rico. Me gusta que digas así. Gigante, otra vez. Aún me mareo al pensar en lo que tu tamaño hizo con mi cuerpo. Me mojaste todo el rostro. Yo no acabé. Subimos a la moto y me masturbaste mientras manejabas, con las piernas congeladas, con el clítoris pidiendo auxilio. Me gustó ser cueva. Ser expansión. A las horas no podía ni dar un paso, el útero me latía. Acaban de entregarme los resultados: di negativo.
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