Es tal como te cuento, Leonela.
Aquellos hombres estaban obsesionados y lo demás son pendejadas. Al principio
pensé que eran vainas de Chuíto, que la vejez le estaba agarrando por ahí. Sí,
más o menos eso pensé, qué ilusa: Ya se le pasará. Luego resultó que, cuando yo
volvía con el carro, él se rehusaba a bajar a abrirme la puerta del garaje bajo
la excusa de que no podía perderse ni un segundo del programa. Ya eso era el
colmo, tú sabes cómo está la inseguridad por aquí. “Esa doctora es una
eminencia”, decía a cada rato. Hasta que, por casualidad, Marielva y Lucrecia
también sacaron el tema: resulta que a sus maridos les pasaba lo mismo: estaban
obsesionados con el bendito programa. El marido de Marielva hasta proponía en
voz alta soluciones para los conflictos que presentaba la abogada en
televisión, ¿tú has visto? Así mismo me lo contó, muerta de risa, pero también
(era imposible no notarlo) sorprendida y sin saber cómo actuar. Al marido de
Lucrecia le daba, según dijo, por gritarle al televisor y por enfurruñarse
mientras observaba las cuitas de esos dominicanos, puertorriqueños y cubanos de
poca monta. Qué desgracia, después de viejos, fanáticos. Yo ya no sé qué hacer con ese hombre y su adicción por “Caso
Cerrado”, Leonela. Con tanto que ver en el cable, digo yo. Por cierto: ¿viste
la novela anoche?
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