miércoles, 24 de junio de 2015

Caso cerrado


Es tal como te cuento, Leonela. Aquellos hombres estaban obsesionados y lo demás son pendejadas. Al principio pensé que eran vainas de Chuíto, que la vejez le estaba agarrando por ahí. Sí, más o menos eso pensé, qué ilusa: Ya se le pasará. Luego resultó que, cuando yo volvía con el carro, él se rehusaba a bajar a abrirme la puerta del garaje bajo la excusa de que no podía perderse ni un segundo del programa. Ya eso era el colmo, tú sabes cómo está la inseguridad por aquí. “Esa doctora es una eminencia”, decía a cada rato. Hasta que, por casualidad, Marielva y Lucrecia también sacaron el tema: resulta que a sus maridos les pasaba lo mismo: estaban obsesionados con el bendito programa. El marido de Marielva hasta proponía en voz alta soluciones para los conflictos que presentaba la abogada en televisión, ¿tú has visto? Así mismo me lo contó, muerta de risa, pero también (era imposible no notarlo) sorprendida y sin saber cómo actuar. Al marido de Lucrecia le daba, según dijo, por gritarle al televisor y por enfurruñarse mientras observaba las cuitas de esos dominicanos, puertorriqueños y cubanos de poca monta. Qué desgracia, después de viejos, fanáticos. Yo ya no sé qué hacer con ese hombre y su adicción por “Caso Cerrado”, Leonela. Con tanto que ver en el cable, digo yo. Por cierto: ¿viste la novela anoche?

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