Hacía
meses que habían terminado pero, por fines prácticos, aún vivían juntos. No había
dificultades en la convivencia: todavía eran capaces de dialogar y hasta de reírse
por las mismas cosas. Esa noche, contrario a su costumbre habitual de irse a la
cama y dejarla sola frente a la computadora, él tomó varios libros de la
biblioteca y se sentó a su lado. Apenas abrió el primero ella sintió que la invadía
una serenidad que ya había olvidado. El sonido de las páginas iba adormeciéndola.
Fumó un cigarro, se hundió en Internet, le dio un trago a su cerveza. Él seguía
impasible pero a su lado, hojeando aquellos libros. Las páginas pasaban como
susurros. Entonces supo que el despecho era también no contar con esa presencia
silente a su lado.
La naturaleza se humaniza.
ResponderEliminarSaludos.