No sé de dónde sacaron lo de “Hija
‘er diablo”. En mi casa nunca se usó esa expresión, me parece. Pero no se
confundan: mis viejos son más margariteños que un piñonate. Yo nunca entendí, por ejemplo, porqué es
imposible para mi viejo decir Gabriela o Gabriel. No, él siempre dirá Grabriela
y Grabriel.
Yo soy mijita, tú eres mijita, y
existe el “¡Ay, mijita…!”, que es como un “quien no te conoce que te compre”.
Porque las expresiones que recuerdo con más cariño son las que aprendí en la
infancia en Porlamar, en las parrandas que armaban los amigos de mi viejo, que
no eran sino una excusa para tocar buena música (mucha margariteña), echar
chistes groseros y beber cantidades exorbitantes de whisky.
Si yo andaba tras las faldas de
la tía que me crió, mi padre exclamaba: “Y el turco atrás…”. Verán: cuando ibas
a ver peroles a las tiendas de árabes, siempre uno te seguía. Y si hablamos de
seguir, esos amigotes de papá eran imparables (son) en el arte de pasar de una
de Tito Rodríguez a una de Los Topo Topos, todo mientras te dicen: “¡Ojalá que
tu guarapo siempre tenga hielo y tu chicha siempre esté espesa!”.
Pero claro que me han llamado
hija er diablo: pescadores y caraqueños.
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