sábado, 31 de octubre de 2015

Dos veces por semana

Había tomado la infeliz costumbre de comprar el diario sólo dos días a la semana para aminorar los gastos. Esa mañana salió muy temprano, caminó las tres cuadras hasta el kiosco, compró el diario y enfiló a la panadería. Allí pidió un marrón grande y leyó los titulares y las noticias de sucesos. De vuelta en casa buscó la carpeta con los gastos del mes, anotó el café, el periódico y lo devolvió a la estantería. Sacó los lentes del bolsillo y se tendió en la hamaca a leer. Ella apareció al poco rato. ¿No quieres desayunar?, preguntó. Como no obtuvo respuesta, agregó: Hice desayuno, te espero en la cocina. Se sentó en la mesa ya servida pero él no llegó. Comió sola y, aunque quería, no encendió el radio para no molestarlo. Después de lavar todo y recoger lo que había sobrado, volvió a acercarse. Juan viene hoy y no tenemos para pagarle el pescado, dijo. Él sólo emitió una suerte de gruñido. Y falta pan, porque el que había ya lo hemos comido, siguió ella. Tampoco tienes que ignorarme, si no fuese por mí esta casa se vendría abajo de tanta desidia. Te estoy hablando, Rubén. Haz el favor de dirigirme la palabra, no te encierres tanto en tu silencio. Entonces, sin apartar el diario de su vista, él respondió: Sólo te pido un poco de tranquilidad dos veces por semana. Sólo eso. 

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