A mi vecino le gustan las
dominicanas. Las putas dominicanas, para decirlo como es. Van, vienen (¿se
vienen?). Entran, salen. Nuestros departamentos están muy próximos, pocos
metros separan mi habitación y mi sala de su cocina. Hace poco fumaba en la
ventana y una de ellas, la recurrente, salió también al balcón del porteño. La
vi, ella hizo como que no me vio. Una negra con ropa ajustada y el menéame, papi, sacúdeme de cualquier reguetón/reggaeton. Vaya palabra fea, por dios. Recordé a la Elena de
Sergio, la que llegó a la casa con los pantaloncitos manchados de sangre y aquel
escándalo de abogado porque las niñas deben permanecer vírgenes hasta el
matrimonio. Qué sé yo, yo me las imagino así: muy negras, desbordadas, muy
sobradas en su altanería pero mojigatas como sólo saben serlo las mujeres del
trópico. Coquetean, fingen indignación, esquivan. Su sentido de la seducción pasa siempre por escenas de
telenovelas, todas iguales, todas empalagosas, de drama de cartón piedra. Pero
éstas son putas, éstas deben ser mejores que yo. Quién sabe. En estos asuntos es
irrelevante si viste las películas de Gutiérrez Alea o no. Putas negras, con
esos culos de signo de exclamación constante que son la envidia de mi piel
blanca y fláccida. Y ahí fumando, la chica sin verme, recordé que las tetas se
van cayendo y no se me ocurre mayor desamparo. Hay una tristeza especial por
esa vista desde arriba que promete caída; miro hacia abajo, me gustan mis tetas
pero han ido cediendo de a poco. Cómo podría aceptar que se desparramen
eventualmente si para eso no hay consuelo en ningún libro y mucho menos cuando
pienso que a esta mina no le sucederá semejante tragedia. Ella me da la
espalda, se lleva su culo no de cartón piedra sino de acero enfundado en una
lycra aterradora, entra a la cocina y él le da un trago. A la mañana siguiente salgo al pasillo a dejar
la basura en el cuartito y ahí está, una botella vacía de ron. Cuánta desgracia,
tener todo en su lugar y beber ron.
Me encantó!
ResponderEliminarGracias, Liliana.
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