Había tomado la infeliz costumbre
de comprar el diario sólo dos días a la semana para aminorar los gastos. Esa
mañana salió muy temprano, caminó las tres cuadras hasta el kiosco, compró el
diario y enfiló a la panadería. Allí pidió un marrón grande y leyó los
titulares y las noticias de sucesos. De vuelta en casa buscó la carpeta con los
gastos del mes, anotó el café, el periódico y lo devolvió a la estantería. Sacó
los lentes del bolsillo y se tendió en la hamaca a leer. Ella apareció al poco
rato. ¿No quieres desayunar?, preguntó. Como no obtuvo respuesta, agregó: Hice
desayuno, te espero en la cocina. Se sentó en la mesa ya servida pero él no
llegó. Comió sola y, aunque quería, no encendió el radio para no molestarlo.
Después de lavar todo y recoger lo que había sobrado, volvió a acercarse. Juan
viene hoy y no tenemos para pagarle el pescado, dijo. Él sólo emitió una suerte
de gruñido. Y falta pan, porque el que había ya lo hemos comido, siguió ella. Tampoco
tienes que ignorarme, si no fuese por mí esta casa se vendría abajo de tanta
desidia. Te estoy hablando, Rubén. Haz el favor de dirigirme la palabra, no te
encierres tanto en tu silencio. Entonces, sin apartar el diario de su vista, él
respondió: Sólo te pido un poco de tranquilidad dos veces por semana. Sólo eso.
sábado, 31 de octubre de 2015
miércoles, 28 de octubre de 2015
Paladar de carajito
No importa de qué parte de
Venezuela sea, si chavista u opositor, blanco o negro: cualquier venezolano que
viva en Buenos Aires le dirá que la comida no tiene sazón. Que falta algo. Que
siempre es lo mismo.
Que el paladar de los porteños es
un paladar de carajito: he ahí en lo que todos estamos de acuerdo.
El porteño cree que la milanesa
es Maradona hecho comida. Vamos, que es rica, cómo no. Pero siempre he pensado
que es una comida muy de los 80, algo que se quedó en el tiempo. ¿El menú insoslayable? Pizza, empanadas,
tartas de verduras, pastas.
Ahora, cuando ya digo que
Wilfrido se volvió loco es cuando observo el fervor con el que hablan de un sándwich
de miga, un pebete o un tostado. ¡Es pan con pocas cosas, por dios! ¡Eso no es
comida! Ah, cómo extraño un buen club house.
Y tal vez te preguntes qué
desayunan los porteños. La respuesta es: nada. Unos mates (o un mate cocido,
que es como un té, viene en saquitos) y tal vez una medialuna. Sí, yo amo las
medialunas y las facturas, pero para merendar. Un porteño (no sé si aplica a
todos los argentinos) siempre te dirá que le produce asco que desayunes…
¡huevos! (“Che, ¿pero no te caen mal tan temprano?”)
El picante es otro problema. Acá
decir pimienta es casi lo mismo que decir salsa Tabasco. Un sufrimiento para
esta oriental. Y sin embargo, aunque les cueste una barbaridad probar cosas
nuevas, casi no existan lugares de comida árabe, el sushi sea cosa de hace poco
(y vendan rolls de atún enlatado) no todo puede ser malo y hay que aprovechar.
Si logras adaptarte a las pizzas
porteñas, sos un campeón (bah, cualquiera que logre más o menos adaptarse a
otro país diferente al suyo ya lo es). Pero si tienes chance, busca un buen
locro (un potaje de garbanzos, cerdo, auyama, etc) o prueba los tamales
tucumanos, que como tales al fin, tienen un gustico a hallaca. Ambas cosas las
puedes probar en la Feria de Mataderos (se hace los domingos), además del mejor
sándwich de bondiola y el mejor vino patero.
Por ahí siempre hay suerte y uno
se topa con un porteño que quiere experimentar o cuyas papilas gustativas sean
más ¿abiertas? Eso sí: le encantará la arepa (esto y las cachapas no fallan),
pero querrá inventar el Paty-arepa (hamburguesa de arepa). Y si vienes, ya que
estamos y no todo es tan malo: prueba el choripán en San Telmo y los helados de
cualquier heladería.
Pero cuidado con andar hablando
mucho de ají, cilantro, pescado y otras yerbas.
lunes, 19 de octubre de 2015
La carne de Phoenix
Hablan sobre Dostoievski y ella dice que ha leído toda su obra. Él se asombra. Yo sonrío complacida por asistir de nuevo al visionado de una película de Woody Allen porque ahí, de un modo u otro, siempre encuentro a un aliado.
Pero esta vez pone la carne justa: la de Joaquin Phoenix. Vamos, ya tendríamos bastante con él solo, pero no: el director nos lo muestra como a un profesor de filosofía alcohólico, atormentado, juerguista y brillante. Y Phoenix toma por asalto la pantalla con esa panza divina y esa carterita de whisky que saca a cada rato para poder sobrellevar lo que todos sabemos: la vida.
Para, Woody Allen, que así cualquiera se enamora. Aunque estemos claros: Phoenix y la bellísima Emma Stone no alcanzan. Es jodido no seguir extrañando 'Crímenes y Pecados'.
viernes, 9 de octubre de 2015
Hija er diablo
No sé de dónde sacaron lo de “Hija
‘er diablo”. En mi casa nunca se usó esa expresión, me parece. Pero no se
confundan: mis viejos son más margariteños que un piñonate. Yo nunca entendí, por ejemplo, porqué es
imposible para mi viejo decir Gabriela o Gabriel. No, él siempre dirá Grabriela
y Grabriel.
Yo soy mijita, tú eres mijita, y
existe el “¡Ay, mijita…!”, que es como un “quien no te conoce que te compre”.
Porque las expresiones que recuerdo con más cariño son las que aprendí en la
infancia en Porlamar, en las parrandas que armaban los amigos de mi viejo, que
no eran sino una excusa para tocar buena música (mucha margariteña), echar
chistes groseros y beber cantidades exorbitantes de whisky.
Si yo andaba tras las faldas de
la tía que me crió, mi padre exclamaba: “Y el turco atrás…”. Verán: cuando ibas
a ver peroles a las tiendas de árabes, siempre uno te seguía. Y si hablamos de
seguir, esos amigotes de papá eran imparables (son) en el arte de pasar de una
de Tito Rodríguez a una de Los Topo Topos, todo mientras te dicen: “¡Ojalá que
tu guarapo siempre tenga hielo y tu chicha siempre esté espesa!”.
Pero claro que me han llamado
hija er diablo: pescadores y caraqueños.
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