sábado, 31 de octubre de 2015

Dos veces por semana

Había tomado la infeliz costumbre de comprar el diario sólo dos días a la semana para aminorar los gastos. Esa mañana salió muy temprano, caminó las tres cuadras hasta el kiosco, compró el diario y enfiló a la panadería. Allí pidió un marrón grande y leyó los titulares y las noticias de sucesos. De vuelta en casa buscó la carpeta con los gastos del mes, anotó el café, el periódico y lo devolvió a la estantería. Sacó los lentes del bolsillo y se tendió en la hamaca a leer. Ella apareció al poco rato. ¿No quieres desayunar?, preguntó. Como no obtuvo respuesta, agregó: Hice desayuno, te espero en la cocina. Se sentó en la mesa ya servida pero él no llegó. Comió sola y, aunque quería, no encendió el radio para no molestarlo. Después de lavar todo y recoger lo que había sobrado, volvió a acercarse. Juan viene hoy y no tenemos para pagarle el pescado, dijo. Él sólo emitió una suerte de gruñido. Y falta pan, porque el que había ya lo hemos comido, siguió ella. Tampoco tienes que ignorarme, si no fuese por mí esta casa se vendría abajo de tanta desidia. Te estoy hablando, Rubén. Haz el favor de dirigirme la palabra, no te encierres tanto en tu silencio. Entonces, sin apartar el diario de su vista, él respondió: Sólo te pido un poco de tranquilidad dos veces por semana. Sólo eso. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Paladar de carajito


No importa de qué parte de Venezuela sea, si chavista u opositor, blanco o negro: cualquier venezolano que viva en Buenos Aires le dirá que la comida no tiene sazón. Que falta algo. Que siempre es lo mismo.

Que el paladar de los porteños es un paladar de carajito: he ahí en lo que todos estamos de acuerdo.

El porteño cree que la milanesa es Maradona hecho comida. Vamos, que es rica, cómo no. Pero siempre he pensado que es una comida muy de los 80, algo que se quedó en el tiempo.  ¿El menú insoslayable? Pizza, empanadas, tartas de verduras, pastas.

Ahora, cuando ya digo que Wilfrido se volvió loco es cuando observo el fervor con el que hablan de un sándwich de miga, un pebete o un tostado. ¡Es pan con pocas cosas, por dios! ¡Eso no es comida! Ah, cómo extraño un buen club house.

Y tal vez te preguntes qué desayunan los porteños. La respuesta es: nada. Unos mates (o un mate cocido, que es como un té, viene en saquitos) y tal vez una medialuna. Sí, yo amo las medialunas y las facturas, pero para merendar. Un porteño (no sé si aplica a todos los argentinos) siempre te dirá que le produce asco que desayunes… ¡huevos! (“Che, ¿pero no te caen mal tan temprano?”)

El picante es otro problema. Acá decir pimienta es casi lo mismo que decir salsa Tabasco. Un sufrimiento para esta oriental. Y sin embargo, aunque les cueste una barbaridad probar cosas nuevas, casi no existan lugares de comida árabe, el sushi sea cosa de hace poco (y vendan rolls de atún enlatado) no todo puede ser malo y hay que aprovechar.

Si logras adaptarte a las pizzas porteñas, sos un campeón (bah, cualquiera que logre más o menos adaptarse a otro país diferente al suyo ya lo es). Pero si tienes chance, busca un buen locro (un potaje de garbanzos, cerdo, auyama, etc) o prueba los tamales tucumanos, que como tales al fin, tienen un gustico a hallaca. Ambas cosas las puedes probar en la Feria de Mataderos (se hace los domingos), además del mejor sándwich de bondiola y el mejor vino patero.

Por ahí siempre hay suerte y uno se topa con un porteño que quiere experimentar o cuyas papilas gustativas sean más ¿abiertas? Eso sí: le encantará la arepa (esto y las cachapas no fallan), pero querrá inventar el Paty-arepa (hamburguesa de arepa). Y si vienes, ya que estamos y no todo es tan malo: prueba el choripán en San Telmo y los helados de cualquier heladería.


Pero cuidado con andar hablando mucho de ají, cilantro, pescado y otras yerbas.

lunes, 19 de octubre de 2015

La carne de Phoenix


Hablan sobre Dostoievski y ella dice que ha leído toda su obra. Él se asombra. Yo sonrío complacida por asistir de nuevo al visionado de una película de Woody Allen porque ahí, de un modo u otro, siempre encuentro a un aliado.

Pero esta vez pone la carne justa: la de Joaquin Phoenix. Vamos, ya tendríamos bastante con él solo, pero no: el director nos lo muestra como a un profesor de filosofía alcohólico, atormentado, juerguista y brillante. Y Phoenix toma por asalto la pantalla con esa panza divina y esa carterita de whisky que saca a cada rato para poder sobrellevar lo que todos sabemos: la vida. 

Para, Woody Allen, que así cualquiera se enamora. Aunque estemos claros: Phoenix y la bellísima Emma Stone no alcanzan. Es jodido no seguir extrañando 'Crímenes y Pecados'. 

viernes, 9 de octubre de 2015

Hija er diablo


No sé de dónde sacaron lo de “Hija ‘er diablo”. En mi casa nunca se usó esa expresión, me parece. Pero no se confundan: mis viejos son más margariteños que un piñonate.  Yo nunca entendí, por ejemplo, porqué es imposible para mi viejo decir Gabriela o Gabriel. No, él siempre dirá Grabriela y Grabriel. 

Yo soy mijita, tú eres mijita, y existe el “¡Ay, mijita…!”, que es como un “quien no te conoce que te compre”. Porque las expresiones que recuerdo con más cariño son las que aprendí en la infancia en Porlamar, en las parrandas que armaban los amigos de mi viejo, que no eran sino una excusa para tocar buena música (mucha margariteña), echar chistes groseros y beber cantidades exorbitantes de whisky.

Si yo andaba tras las faldas de la tía que me crió, mi padre exclamaba: “Y el turco atrás…”. Verán: cuando ibas a ver peroles a las tiendas de árabes, siempre uno te seguía. Y si hablamos de seguir, esos amigotes de papá eran imparables (son) en el arte de pasar de una de Tito Rodríguez a una de Los Topo Topos, todo mientras te dicen: “¡Ojalá que tu guarapo siempre tenga hielo y tu chicha siempre esté espesa!”.


Pero claro que me han llamado hija er diablo: pescadores y caraqueños.