Desconcertado por sus reservadas
maneras, el jefe —argentino,
ajedrecista, en su historial una amante venezolana— le ha hecho saber a Jonathan que
en nada se asemeja a la imagen que para sí había construido de nuestro
gentilicio. Esto me lo ha contado varios días atrás el mismo Jonathan, y yo
pienso ahora —como
lo hice entonces, muda después de las risas de ambos— que a estas alturas del relato sería
una tontería no haber aprendido nosotros también la virtud del silencio.
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