Durante algún viaje del tiempo
pertenecí
a una ciudad casta,
gobernada por el ensueño,
toda ella anclada
en un segundo sin retorno
y sin fin.
Presa de la infame linealidad que a todos nos confunde
fui arrastrada
lejos de cualquier servidumbre,
de cualquier pertenencia.
Ahora, tres puntos del planeta se elevan bajo las sombras
y a partir de ellos,
miles de ciudades se disputan
mi torturado cuerpo.
Entre los gritos mudos que a diario
—y a los elegidos— deja oír la tarde,
confieso
que la nostalgia
es una extraña visión de días sin gloria,
días míos,
de otros.
Cada vez más dolorosa cuanto más me pierdo
entre los límites de las innombrables ciudades,
ya he optado por desterrarla de mi alma.
Mas no sé si a demonio o a dios
deben los hombres tan infatigable acoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario