jueves, 24 de junio de 2010

El hombre descosido







“¿Pero qué le hace a mi mente?
Tira el lastre al mar para que el globo pueda volar”.

Tom Birman, The lost weekend, 1945.


¿Cómo escribir sobre lo que nos enardece? Acá van unas líneas, Diego Armando.

Me gustan los antihéroes. Me gusta le gente rota, la gente hecha de retazos, de vida y muerte, de infierno, de errores entrelazados con talento. Así que, de entrada advierto, lo que viene es visceral: yo a Maradona lo rebanco en la cancha. Invariablemente.

Pero a las doñas que plagan el mundo siempre les viene bien divertirse con el sujeto en desgracia que osó burlar el manual de moral y buenas costumbres. (Líbrame Señor del pecado que es tan apetitoso, Amén)

Yo he visto el cuerpo de Don Birman tensarse frente al anhelado primer whisky; la vacilación que aflora y cede antes de beberlo compulsivamente, mientras -reflejado en el espejo- el cantinero desaprueba su adicción. Pero Birman ha hecho el pacto y su humanidad toda se relaja (flagela) ante la posesión del alivio ilícito.

Yo viví la noche macabra. Yo también estuve ahí. Yo he visto más de lo que esperaba.

Nada, nada te hace más humano que destruirte cuando todo es adverso. Revolcarte en tu miseria, descender a los abismos. Confundir día y noche, tantear la curva descendente y pensar que eres imperecedero, hasta que la faena del mundo continúa y sólo prevalece una angustia inexplicable para quien vive según la cartilla.

Cavilo sobre estas ideas cuando pienso en Maradona. Te reconocí en el 94, en la nefasta salida, mientras mi tía Arcelia lloraba la ignominia de ver al héroe en desgracia. Supe de ti como sabemos de lo que es de todos: por su omnipresencia. Te oí nombrar por ella innumerables veces; tus hazañas narradas con infinita pasión por su voz maternal. Y así te quise como extensión de su admiración eterna hacia vos, Diego.

Yo oí a la gente farfullar y deshacerse en burlas. Iban satisfechos sobre su propia roña, la que pesa, la que se esconde; la que les hace buscar ídolos inmaculados para obviar el reflejo de su podredumbre. ¿A qué le temen?

Ellos hablan siempre, no se agotan. Ahora vuelven a gritar henchidos de decencia e hipocresía. Y tú regresas –siempre lo haces-. Y ahí te advierto grande: emerges de la ruina.

“¿Te has acostado mirando a la ventana? Ves una luz pálida y te preguntas ¿el día empieza o acaba? ¿Amanece o está anocheciendo? Es un problema terrible, porque si amanece, estás muerto”.

Así lo narra Birman. Palpas (palpamos) la basura y en la conciencia – o no- de llevar la vida al límite hallas un regusto mortuorio. Es así cuando parece que no hay escapatoria, todo y nada está de nuestra parte. Ese es el juego. El resto, es la vida en analógico. La debilidad no te hace y no nos hace peores. Tú surges y te sé crecido porque la luchaste como quien distingue el foso y retorna. Tienes el secreto en la mano, en el alma magullada hasta el fin.

Vuelve Birman, vuelve Diego. Volvemos los que cruzamos el umbral y compartimos la cicatriz que escuece. Cuesta tiempo y sangre sanar de tanta vorágine. Por tanto, una cosa sí sé: vale la pena ser vulnerable. Saberse grotesco. He allí el asunto. ¿Y tú crees que cualquiera muere y retorna? ¿A cuál demonio tentaste?

Anoche, ensimismada en las razones -¿existen?- que sustentan las pasiones (pues lo que nos exalta suele ser lo más inaprensible para el juicio), dejé el televisor encendido en un canal cualquiera y allí estaba Tony Montana, justo en el instante de declive cuando, lleno de furia, increpa a la turba momificada:

"You need people like me so you can point your fingers and say 'hey there's the bad guy!' So what does that make you? Good guys? Don't kid yourselves. You're no better'n me. You just know how to hide -and how to lie. Me I don't have that problem. I always tell the truth -even when I lie”.

Ahora que vivo en Buenos Aires; ahora que estás de vuelta y engalanas como nadie la fiesta; ahora que la tía no está; ahora que yo también crucé la distancia que nos desvía de lo apolíneo y cargo el fardo de esa lucidez; ahora que en estampida, y para no perder la costumbre, se erigen sobre su falso pedestal los caretas del mundo: yo te aliento, Diez. Porque quiero seguir defendiendo mi postura: me banco a los humanos.

Vos sos el pie y la mano del gozo, Diego. Vos sos hoy la réplica para quienes se complacen en encumbrar y derribar ídolos con idéntico ímpetu.

Que los predicadores de oficio se desgasten en maniqueísmos. Ya ves, eso les tranquiliza y jamás han de agotarse. Yo me quedo con tus traspiés y tu gloria como fiel recordación de cuánto prefiero la honestidad.

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