Estuve internada en un sanatorio durante unos días. Compartía la diminuta habitación con una anciana que sufría una neumonía grave. Cuando llegué, no hablaba: no podía. Un día despertó y sólo decía, cual mantra, a cada enfermero o médico que se le acercase: «La puta que te parió». Era graciosa la vieja. Eso, hasta que una madrugada me despertó con sus palabras: «Me odian porque soy argentina hasta la muerte. ¡Viva Perón! Perón ha muerto: ¡Viva Perón!». Lo repitió montones de veces seguidas, como si de una letanía se tratase. Algunas enfermedades son incurables, ya sabemos.
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