El último día en Caracas no me percaté de que era el último. «¡Libertador, Carmelitas, Solano, Chacaíto!», gritaba el hombre. Lloviznaba y dos chicas se subieron a la camionetica a tocar un pajarillo. De las bocas del metro salían presurosos mientras en las calles se multiplicaban los mototaxistas. La última tarde en Caracas caminé con un cigarrillo, bebí no sé cuántas cervezas en un antro chino y quise volver a ser alguien que ya no existe.
Ya-no-existe es un lugar del que, a veces, se vuelve.
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