Lloro sin espasmos mientras me debato entre dos lugares. Tomo la pastilla a la hora que corresponde para que las lágrimas cesen y ansío volver a un hogar. Cualquier hogar, pero mío. Que nadie me recrimine si fumo o si bebo antes de las horas bien vistas o si me tumbo a ver el techo mientras deshojo de a poquito las angustias. Sueño con una borrachera prolongada, con el olor de mis perros, con que algún día (pronto) la depresión desaparezca y yo puedo bailar una canción imaginaria. Si ellos, mis perros, se tumbasen ahora a mi lado. Si Venezuela no fuese este espanto. Si Argentina no fuese ese espanto más chiquito y donde camino exhibiendo la mayor de las soledades. Si tuviese ganas de vivir y algo a qué aferrarme. Trago la pastilla. Fumo un pucho y veo cómo desaparecen las lágrimas. Quien se debate entre dos países solo malvive. Yo sólo quiero un hogar y una certeza.
Esa sensación de tener un pie aquí (Buenos Aires) y otro allá en (Caracas) comparto tu sentir, sólo que ya yo tome mi desicion, no es un hogar lo que quiero, pero tengo la certeza que no quiero regresar. Saludos MG
ResponderEliminarGracias por leer y por dejarme tu impresión al respecto. Yo también estaba muy segura de no querer regresar, hasta que todo se me vino abajo en Buenos Aires y volví a Venezuela y tuve la osadía de permitirme la nostalgia. Es un lío tremendo. Uno no tiene nada en ninguno de los dos lugares. O al menos, ése es mi caso.
ResponderEliminarA donde quieras que vayas, llevarás tu hogar. Las certezas son circunstanciales y perecederas, porque todo siempre cambia, por voluntad propia o ajena. Queda apoyarnos en nuestras muletas, siempre que sean válidas para continuar.
ResponderEliminarHola Cristina. Me encanta tu forma de escribir. Podrías darme tu email?
ResponderEliminarEs ccrojasrosas@gmail.com.
EliminarGracias por leer.