En
el año X la presidencia decretó que todo venezolano debía añadir ‘bolivariano’
y ‘bolivariana’ a su nombre. En el registro civil del Municipio Mariño del
Estado Nueva Esparta, Maritza Bolivariana Gómez y Junior José Bolivariano
Andrade presentaron a su pequeña hija, Yulitza Bolivariana Andrade Gómez.
Yulitza
Bolivariana, al igual que todos los niños del reino petrolero bolivariano,
recibiría en navidad los regalos traídos desde tierras muy lejanas por
Simoncito. Atrás había quedado el perverso niño Jesús. Ahora Simoncito recorría
las calles y trochas a caballo, siempre acompañado por su fiel amigo y maestro:
el teniente coronel.
— ¡Qué barriga bonachona
tiene! —exclamaban los niños al ver la
estampa del rey noble.
— ¡Qué ilustre la papada
de nuestro excelso teniente coronel! ¡Oh, gran verbo! ¡Oh, todo bondad y
sabiduría! —decían los mayores.
Y
los niños abrían gustosos los regalos: alpargatas rojas, regios bustos del
bienhechor, engrapadoras, limas de uñas para las coquetas niñas.
Y
en el reino del detrito todos hablaban del Señor que les había traído tantas
dichas. Y como aquél poco se daba a ver, puesto que sólo salía si Mercurio
estaba retrógrado, siempre a bordo de su gigante nave escoltada, un hombre
escribió un hermoso relato titulado “A través del vidrio del carro blindado y
lo que el excelso encontró ahí”. Pero no faltó quien pensase que aquel relato
se burlaba de Su Eminencia:
— ¿Qué puede haber en el
vidrio, sino cagarruta de pájaro?”, mencionó alguno.
— Está claro que no es
más que una artimaña con fines deshonrosos —dijo otro.
— ¡Es un infiltrado!
¡Estamos ante pornografía pura! —clamó
un tercero.
Entonces
el autor fue expulsado a los límites de la ciudad capital y, a fin de que nunca
más profanase el devenir de los pueblos soberanos, condenado a releer la
historia patria desde sus inicios, que, como es bien sabido, se remontan a un
modesto pesebre barinés.
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