viernes, 17 de junio de 2016

Las chicas con las chicas


La fiesta es en casa de Lola, en zona sur. En la mochila Roberto lleva dos Cornejo Costas, de esos grandes, de más de un litro, faso y una birra que bebemos en el tren. Da medio groncho beber en el tren, pero bien pensado es lo de menos: los trenes son románticos en Colonia, en Amberes. Jamás en Buenos Aires.

Caminamos las 12 cuadras —llaneras, pampeanas— de la estación a casa de Lola mientras compartimos un porro. Abrimos la reja como si nada (y son varias las veces que han entrado a robar. Una de esas cargaron con la planta de faso, que ya medía casi dos metros) y mezcladas recibo la música y las voces de las chicas. Las chicas no lo digo porque sean mis amigas. No tengo amigas argentinas. Las chicas son las amigas de Roberto.

Las chicas se juntan con las chicas. Las chicas usan remeras de bandas de rock, van a la marcha del orgullo LGBT, a la de la legalización, a la del aborto. No se pierden recitales, aman a Pizarnik y a Kerouac. Algunas tienen hijos, aunque parezcan sus hermanos menores. Usan borceguíes, cadenas, son Siouxsie o Patti Smith del conurbano.

En la heladera de Lola está pegado un dibujo que le regaló Mayra: «Las mujeres solo necesitamos a las mujeres». No, ni Lola ni Mayra son tortas. 

Cuando eras niño y te hallabas en una fiesta con puros desconocidos no tenías escapatoria. De grande puedes beber o drogarte. Así que en eso me concentro. Como siempre, hay mucho vino y también, por suerte, cerveza. Mezclar pueda no ser la mejor opción, a menos que necesites un buen golpe al cerebro. No pum para arriba, sino pum, y abajo: noqueado. 

No conozco nada de la música que suena y claro, no podía ser de otra manera: toda la maldita noche hablarán de eso, de música. Bah, por ahí suena The Smiths. Chévere. Si andas con ganas de deprimirte. Le busco conversación a Lola porque es de pinga, si bien no sé de qué podemos hablar más allá de literatura y cocaína. Me cuenta que tiene un puntero, pero que no lo ubica hace semanas y quería pegar para la fiesta. Porque el tema es que Lola es la única de los presentes que no fuma, aunque plante.

Sé que ya estoy borracha. Hace poco llegó la única pareja de la fiesta, una mina relinda con una pollera diminuta en este frío y una motorizada. No, no es joda y me río del cliché porque estoy fumada. También sé que no le caigo bien a Mayra porque está al tanto de que ella a mí tampoco. Que se joda; qué ladilla.

Mayra es orgullosa. Tiene mi edad y un pibe de 11. Vive en el piso que era de la madre y nunca tiene trabajo fijo. Lo único que me contó Roberto fue que el papá del chamo es un hijo de puta y que Mayra está enganchada con un baterista que la dejó. Lola también tiene un hijo y vive en la casa que era de la vieja. Hace changas, sabe de jardinería, me contó recién. Es como un machito pero graciosa y bonita.

Pero Lola no es Mayra, y es Mayra quien no deja de molestarme. Por suerte asoma que se va a dormir. Pero alguien dice algo de política y coño, esas vainas se anticipan porque es Mayra la que pega el grito a favor del socialismo y no contaron tres cuando ya yo estaba diciéndole que se creían todos jipis y pobres pero bien que vivían en sus casas heredadas, vueltas mierda pero heredadas, que no me jodiera con tanto LGBT y legalización y con su yononecesitounmacho y no sé qué más de la pea, la arrechera y la traba. Ése es el problema con ciertas vías de escape: te devuelven al punto de partida.

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