sábado, 20 de abril de 2013

De lo pavoso


Entre mis palabras favoritas del léxico venezolano figuran dos: arrechera y pavoso. Lo de la arrechera ya lo expliqué en un post anterior. El asunto con lo pavoso es que demasiadas cosas lo son:  pavoso es coger con medias, un ejemplo clásico. Pavosa es una borrachera que termina en llanto. Pavoso es también ese modo que tienen algunos de llenar las casas de lo que, la sabia tía que me crió, llamaba recogepolvos, esto es: recuerditos de bautizos, comuniones, elefantes y demás objetos diminutos de porcelana que crean ante la vista la estampa de un bazar oligofrénico y de pésimo gusto. Pavoso es que ahora en Venezuela los actos políticos empiecen o terminen con el finado cantando el himno nacional y que, no contentos con acceder así al epítome de la pavosería, les dé a estos seres abyectos por hablar de líder supremo, líder eterno y vaya usted a saber qué otro dislate. Y es que, vamos a estar claros: Venezuela es un país bastante pavoso, aunque eso también tiene su gracia.

Pero más allá de estos ejemplos, pavoso es también, si me preguntan, escribir sobre la imposibilidad de escribir. Piense en todas las barbaridades, necedades y lugares comunes que ha leído sobre la dichosa página en blanco. ¿Lo ve? La pavosería en todo su esplendor. Creo que se entiende. Es por ello que me hallaba yo negada a volver al blog sólo para contar que lo he dejado a su suerte debido a que, de un tiempo a esta parte, se me hace imposible escribir. Por supuesto, nada sucedería si esa dificultad no crease en mí una suerte de nudo en la garganta, como quien ya pende con los pies al aire. Pero lo cierto es que sentirme mal y, encima, no poder escribir, acaba por producir en mí un estado anímico aún más deplorable.

De  esto hablaba ayer con mi ex cuando él, sabiamente, me recordó que una depresión no es algo banal, y que si algo he de entender es que, mientras el asunto no esté resuelto (y eso no ocurrirá sólo por el efecto mágico de la medicación), estaré casi condenada a no poder hacer muchas de las cosas que antes me resultaban, si no naturales, al menos llevaderas. Por supuesto, es una obviedad, pero cuántas veces no pasamos por alto lo más evidente, envueltos como podemos estar en nuestros problemas y angustias. Por lo de más, es una maravilla esto de tener un ex que le viene a recordar a uno semejante verdad. Prueben: un ex sabio es una maravilla.

Y ya que estamos: nadie quiere acercarse mucho o intimar ni con un despechado ni con un depresivo. Es tal el efecto que ambos estados ejercen sobre quienes los padecen, que la mayoría de los seres pensantes prefieren huir, no sea cosa que tengan que calarse algún llanto histérico o la magnitud del desasosiego. Es decir, que también hay un síntoma de pavosería claro en la depresión (lo del guayabo es más que evidente, sobre todo si a uno le da por oír grandes éxitos de Raphael o Camilo Sesto), y esto lo digo porque quien padece dicha enfermedad termina por perder la perspectiva y se hunde en un estado que coarta hasta la imposibilidad de reírse de si mismo.

Sí, suena a que estoy tomándome a la ligera el asunto, pero conste que es mi propia depresión y ya me tiene los huevos al plato, para usar una expresión argentina la mar de bella y edificante. Pavoso es también, entonces, andar por ahí con el desconsuelo a la vista y sin poder tomarse nada a chiste. Y si lo dejamos hasta aquí, puede que me anime y, en una próxima entrega, redacte una desquiciada lista de cosas memorables por su pavosería. Ésa sería una buena estrategia para derrotar la excusa de no poder escribir, pavosísima por demás. 

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