Lloro sin espasmos mientras me debato entre dos lugares. Tomo la pastilla a la hora que corresponde para que las lágrimas cesen y ansío volver a un hogar. Cualquier hogar, pero mío. Que nadie me recrimine si fumo o si bebo antes de las horas bien vistas o si me tumbo a ver el techo mientras deshojo de a poquito las angustias. Sueño con una borrachera prolongada, con el olor de mis perros, con que algún día (pronto) la depresión desaparezca y yo puedo bailar una canción imaginaria. Si ellos, mis perros, se tumbasen ahora a mi lado. Si Venezuela no fuese este espanto. Si Argentina no fuese ese espanto más chiquito y donde camino exhibiendo la mayor de las soledades. Si tuviese ganas de vivir y algo a qué aferrarme. Trago la pastilla. Fumo un pucho y veo cómo desaparecen las lágrimas. Quien se debate entre dos países solo malvive. Yo sólo quiero un hogar y una certeza.
miércoles, 27 de febrero de 2013
miércoles, 13 de febrero de 2013
Ciudad y despecho
Caminar de regreso por una ciudad de la que salimos huyendo es vivir un despecho. Uno se halla años después en las calles que abandonó porque ya el cuerpo no soportaba algunos males, reviviendo la sensación que le condujo a marcharse pero con miles de recuerdos sobre quién fue ahí, cuánto bebió, se drogó, se enamoró y volvió a desilusionarse. No me agrada el afán por asignarles características humanas a las ciudades porque, aunque es cierto que las tienen, a veces de ese abuso sólo queda una estampa cursi más acorde a un mal libretista de telenovela. Lo que sí es innegable es que se puede huir de las ciudades como se huye de un vicio y, al volver, toda la realidad nos cae concisa y de golpe. Por ejemplo: que nos fugamos esperando un algo que nunca llegó, que lo que parecía indestructible también se resquebrajaría y, sobre todo, que seguimos andando sin destino, a tientas, sin saber porqué huimos, adónde vamos, quiénes seremos. Tal vez ninguna ciudad pueda brindarme esas respuestas, pero el fracaso y la incertidumbre se sienten como un fardo sobre los hombros. O quizá huimos para poder volver y sentarnos en nuestro café favorito y oír cantar a un anciano espontáneo mientras concluimos que siempre nos quedarán las nostalgias, y que vivir es ir fragmentándose de a poco y por calles lejanas y distintas, como lo son las de Chacao, mi antiguo barrio caraqueño, y Balvanera, mi actual barrio porteño. O para beber una cerveza a solas en la barra de un bar y preguntarse si se terminará en un futuro como la otra mujer solitaria de la barra: bebiendo con cara de mal de amores a las dos de la tarde mientras el sol hace hervir las aceras. Debe ser por ese ánimo tan arrabalero del regreso que hoy, en mi caminata por lugares que quise y quiero tanto, no paré de tararear un tema de Camilo Sesto: hay que tener la entereza para vivir los guayabos.
martes, 5 de febrero de 2013
Tal vez de eso se trata todo
Respiro y escribo.
Es inevitable: no tengo la fuerza de silenciarme.
Carezco del ahora;
todo es palabra futura.
Es inevitable: no tengo la fuerza de silenciarme.
Carezco del ahora;
todo es palabra futura.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)