Se quedó allí esperando que acabara, observándola con esa mirada estoica y sombría que los perros llevan dirigiendo a las personas desde hace cuarenta mil años.
Tombuctú es lo último que leí de Paul Auster y no ha sido lo mejor pero
sí lo más raro, porque Tombuctú es la
historia de un perro: de sus ansiedades, miedos y alegrías y, sobre todo, del
difícil proceso de separación de su amo, un hombre que ha perdido todo y vaga
por las calles y escribe poemas. Eso, ni
más ni menos.
Míster Bones
levantó la pata trasera izquierda y empezó a rascarse detrás de la oreja. A lo
lejos vio a un hombre y una niña pequeña que caminaban despacio por la otra
dirección, pero no se preocupó por ellos. Se acercarían, pasarían y daría lo
mismo quiénes fueran. La lluvia caía ahora con más fuerza, y una ligera brisa
empezaba a agitar por la calle envoltorios de golosinas y bolsas de papel.
Olfateó el aire una vez, dos veces, y luego bostezó sin motivo aparente. Al
cabo de un momento, se hizo un ovillo en el suelo al lado de Willy, exhaló un
hondo suspiro y se puso a esperar los acontecimientos.
Es una historia dura porque nos
coloca en el espacio de un otro insospechado, de alguien que mira al mundo y lo
reconstruye a partir de una inteligencia excepcional, pero claro, también desde
los márgenes y la indefensión. El universo de Míster Bones es su amo; de él ha
aprendido a deambular sin pausa, por él la seguridad y el cariño han estado a
la mano (pese a las incontables penurias que han sobrellevado impávidos). Y
valga decirlo, ese duro trajinar es lo mejor a lo que puede aspirar Míster
Bones, puesto que lo único verdaderamente indispensable para un perro es sentir
que su lugar al lado del hombre no le será arrebatado.
Una virtud de Tombuctú consiste en no hacer de Míster
Bones un tipo tonto. Al contrario, es un personaje duro consigo mismo,
desconfiado cuando corresponde, acosado por no saber enfrentarse a los rigores
del desamparo —al punto de plantearse si no habrá derivado en snob al confiar
su seguridad en una persona, extraviando así la pericia y los instintos de tantos otros perros callejeros—.
Si uno ha tenido la fortuna de
rescatar a un Míster Bones de la calle, toda Tombuctú se transforma en prodigio: es la sorpresa de reconocer los
pequeños gestos casi como examinados por primera vez. Entonces no queda más que
volverse añicos ante semejante lealtad y belleza. Yo lo he leído en pocas horas y fue imposible no abrazar de tanto en tanto a mi adorado amigo, otrora vagabundo.
Pueden descargar el libro aquí.
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