jueves, 31 de marzo de 2011

Siempre estoy soñando con irme


Cada vez que sueño con irme recuerdo que, asomada a la ventana de la casa, trataba de adivinar dónde estaba el mar. 
Qué cosas: conservar durante tantos años el mismo disgusto.

sábado, 26 de marzo de 2011

El viaje



Sucedió semanas después de conocerla, cuando ya había rebajado 16 kilos. Quiero decir que antes de eso, Adriana era simplemente la compañera del cubículo continuo en una oficina gigante llena de operadores telefónicos, con sus audífonos y el poco tiempo para conversar entre una llamada y otra.

Tal vez esté mintiendo para mitigar mi patetismo. Hacía días que Adriana me molestaba. No era una chica intrigante, no tenía los modales hoscos de las otras, no era del tipo vulgar; sin embargo, había algo en ella que me hacía odiarla: Adriana era consciente de la metamorfosis, del poder que le otorgaba ese nuevo cuerpo.

Pero no fue hasta que estuvo delante de mí y abatida, confesó: Me siento perdida. No sé qué hacer con mi vida. Lo recuerdo porque más temprano había leído en el colectivo el tercer capítulo de El doble, de Dostoievski:

"Todo lo que temía y presagiaba se hizo real. Cesó su respiración, la cabeza le daba vueltas. El desconocido estaba sentado frente a él, sobre su cama, sonriendo levemente, y entornando un poco los ojos movía amistosamente la cabeza. El señor Goliadkin quiso gritar pero no pudo, protestar de alguna manera pero no tenía fuerzas suficientes. Los pelos se le pusieron de puntas y se sentó sin otro sentimiento que el terror. Por su parte, tenía por qué. El señor Goliadkin reconoció a su amigo nocturno. Su amigo nocturno no era otro que él mismo, el propio señor Goliadkin, otro señor Goliadkin pero completamente igual que él mismo; en una palabra, lo que se dice un doble suyo en todo sentido."

 ¿Qué clase de burla era esta? ¿Y por qué había escogido yo aquel libro de entre todas las opciones de la librería?

Entiendo que hasta ahora no he narrado el origen de la similitud. Hay razones de peso (y también de edad y pudor) Pero no he conquistado esta ruta para esconder mis bajezas.

A sus 19 años Adriana no era tonta, venía de experimentar con el teatro y gustaba de leer obras (mucho más de lo que podía decirse de las otras chicas de la oficina); no obstante, la renovada belleza producto de una dieta estricta había devenido en obsesión: Adriana se torturaba a cada segundo con conteos de calorías y se pesaba rigurosamente. Pronto su único tema de conversación fue la comida (o la ausencia de ésta) y la necesidad de nuevos ropajes para la exhibición de sus (magníficas) formas.

Era inocente y amable, Adriana,  pero incapaz de ver la nadería en sus pequeños dramas cotidianos: me acosaba con histéricas quejas sobre su futuro, vociferaba ser víctima de un aburrimiento insostenible. Como nada tenía sentido, ser hermosa era la única opción posible. Fui perdiendo sus contornos a medida que ella se asía al regocijo del espejo.

Yo quise decirle que sus 19 años eran los míos. Quise decirle que perdí el tiempo porque también perdí esa batalla que ella libraba y ya creía ganada (“Aunque lo juzgues imposible, los kilos volverán, Adriana. Serás esas formas y deberás luchar por que no duela, por ser más que una pobre mujer entristecida por tamaña vanidad”). Quise decirle que fui ella en toda su desdicha oculta tras la belleza; en los insulsos, precipitados dramas. Quise decirle que me vi 10 años antes y después y que tuve que recorrer esta gran distancia para odiarme en ella, odiarla a ella y recuperarme a mí misma. Nada de eso le dije, claro está. Una mujer tiene su orgullo, y el mío reposa sobre este secreto que de ser expuesto ante Adriana, me devolvería una imagen marchita.

Hace tres días subrayé unas líneas de Salvador Garmendia pertenecientes a Pasado inverso:

"Dos pasos más y nuestros perfiles se emparejarán por un segundo; solo que la otra figura ha empezado a perder espesor; me da la impresión de que está haciendo esfuerzos por doblarse en varios pliegues y quedar convertida en un cuadrado, archivarse, dejar de ser…"

No sin congoja he comenzado a relajar mis juicios contra el pasado y a admirar el presente. 

jueves, 24 de marzo de 2011

Las oficinas


A Mariana


Las oficinas son el infierno en la tierra; algo así como la eterna espera de una hora justa para llamar al dealer cuando se ha acabado la última bolsa.

En Caracas o en Buenos Aires, estos reductos del mal y el sinsentido exponen ante nosotros con crueldad la bajeza humana, la estupidez, el mal gusto y la indecencia.

Años atrás conocimos a Niurka, una secretaria de administración de un ente público venezolano que lavaba sus pies inmundos por el asfalto caraqueño en el lavamanos del baño de damas. Niurka se quitaba las sandalias de tacón y, mientras con una mano se apoyaba en la pared, con la otra procedía al lavamiento, que de piadoso, no tenía nada.

Ninoska –hermana de Niurka- era famosa por su afán de imitar a Olga Tañón en las fiestas de la oficina. Día de la madre, día del padre, los cumpleaños del mes: en todos estos saraos de frescolita, torta y pastas secas, Niurka se apoderaba del micrófono para cumplir su sueño de oropel.

Lubezka era otro elemento particular: para ella Carlos era Carlitos, José era Joseíto, Rafael era Rafaelito, Juana era Juanita, Blanca era Blanquita y Chávez era simplemente “El Presi”. Y así: camarita, planito, comidita, pautica, marchita, vasito y pare Ud. de contar. Nuestra pequeña princesa rusa sufría de diminutivitis, un mal contemporáneo bastante expandido entre las féminas que va reduciéndoles el cerebro y el espacio que ocupan en el mundo.

Claro que toda calamidad anterior parece poco ante Xoana, una muchacha del cono urbano bonaerense que se corta las uñas de los pies sobre otra silla en pleno horario laboral. Este abyecto personaje obliga a quien se siente a su lado a hacerle manicure o pedicure. Cuando Xoana saca el cortaúñas entendemos que el mal está ganando la batalla.

Es difícil mantener la calma. Las oficinas moldean el temple y nos hacen aspirar a un  estado superior de gracia y ecuanimidad. Díganmelo a mí, que debo soportar a una compañera chillona que no pierde oportunidad de llamarme vieja porque tengo 29 y ella, 22.

Protégenos, Wilde.

domingo, 6 de marzo de 2011

La calle es una selva de cemento y de minas antipersonales


Es tiempo de ser políticamente correctos. Tiempo de sopesar en demasía las respuestas. Tiempo de afrodescendientes, procesos reivindicativos, expropiaciones a favor de la masa oprimida. Tiempos de callar pues hablar sería (pareciese) hacerle el juego a la polarización, al absurdo, la rabia, el vertedero de clichés, la carencia de sentido del humor.

Hace unos días salimos de copas, por fin. Sí, finalmente: sin querer armar el drama del inmigrante explotado y subempleado, es bien cierto que los tiempos en esta casa tampoco dan para la fiesta y el trasnocho.

4 am del viernes: San Telmo poblado de turistas. Par de Quilmes. Desde la mesa de al lado un chico con acento que no logramos descifrar (se trata de un local dominicano, La mesita de noche retumba desde las cornetas) nos pregunta si somos venezolanos. Resulta que él es un compatriota. Mi pareja y yo manifestamos sorpresa: la voz que llega filtrada por el ruido no permite distinguir bien el acento; la piel blanca, la apariencia nos engañan.

El primer paso en falso nos golpea como pregunta:

     -    “¡Ah! ¿Es que son racistas?”, increpa el otro venezolano con cara de prime time en el canal del pueblo.   

Risas nerviosas desde este lado. “.Alerta. Contente. Sopesa”, me digo. Un malentendido, no pasa nada.

Somos invitados a la mesa, tal y como se estila en estos casos (de encuentros fortuitos entre paisanos, no de malos entendidos). En cuestión de segundos ya vislumbro la necesidad del diálogo fríamente calculado. Estás rodeada. No lanzarás una palabra en falso.  

La chica haitiana vuelve con más cervezas. Preguntas indispensables en la rutina de los extraños lejos de casa y una primera aclaratoria por parte de nuestro anfitrión:

-         “Yo no me vine huyendo de Chávez, como hacen muchos. Estoy estudiando y pienso volver a mi país”.

Así, el maestro de ceremonias nos da el pie para el silencio y, de paso, agradezco infinitamente la discreción de mi amado; si pudieses leer mi mente te pediría que me llevases de la mano a ver las estrellas, a beber por las calles empedradas; a olvidar esta rutina y la anterior, la que pensábamos dejar olvidada cerca del Caribe y evidentemente, siempre regresa de maneras insospechadas.

Sigue el guion que indica rememorar el barrio con corazón henchido. Se es mientras se sea del barrio. Mi chico es de Cotiza: tenemos chaleco salvavidas en estas lides. Yo sigo callada, porque nací en el centro de Porlamar. No tengo nada que agregar sobre historias  que ignoro. (En este renglón siempre resulto medio humana, desnuda. Madre: debiste quedarte en Punta Araya, con sus ranchitos de bahareque y piso de tierra, para que yo no naciese así casi animal, grotesca, sin materialismo histérico)

El resto es trámite; conversación inocua; matar los cigarros. Ver morir también la ilusión de levedad que auguraba la noche.

5 am: el compatriota estudia. Esta pareja de profesionales trabaja subempleada y debe cortar por lo sano (el chico, inclusive, labura todos los domingos de la vida y cada día hasta las 11: 30 pm)

Vamonós, dicho en venezolano. No hay que armar jaleo, que quejarse por ciertas condiciones me haría sentir materialista histérica a mí también y el cobre del inmigrante ya sabemos todos cómo es que se bate. Pero bien pensado, (la hora, las birras) no quisiera perder oportunidad para señalar que había en esa mesa un elefante rosado vestido, cómo no, de contradicciones.

5 pm del sábado: la compañera kirchnerista de la oficina lanza sin anestesia:

      -     ¿Ya viste lo que está pasando con Vargas Llosa?

“Cuidado”, me digo. Aquí hay regalito escondido. Y soy parca en mi respuesta. Pero en estos tiempos minados, ya ni eso sirve.

La expresión facial se tensa, los brazos se cruzan sobre el pecho. Veo llegar todos los síntomas de golpe (¿de contragolpe y de contramarcha?) Ya está aquí, es inevitable.

-         ¿Qué pensás vos de la Presidenta y de Kirchner?

(Ese vértigo en la columna. Un cielo azul, una playa cristalina para reposar aliviados. Al menos, me deleitaría con un lugar y un tiempo sin estas preguntas, sin estos giros de guionista macabro y reiterativo)

Con la certeza de la fría y afilada hoja sobre mi cabeza, respondo:

-         No puedo (no quiero) emitir ningún juicio positivo o negativo porque no correspondería. Puedo, eso sí, decirte lo que observo y no me gusta, según mi experiencia como venezolana: me da mala espina el populismo y la idea según la cual quien no está conmigo, está en mi contra. En Venezuela, los no chavistas somos tildados de pro-yanquis, golpistas, fascistas. Nada bueno sale de ahí. Es peligroso. Ésa es mi experiencia.

Llegados a este punto, querido lector, ya Usted conoce el desenlace del melodrama barato:

La kirchnerista no puede ocultar su indignación: habla sobre el pasado político, las reivindicaciones y el pueblo oprimido. Una tensa calma (licencia poética) invade el espacio laboral. La venezolana, asiente a todo, no está en posición de refutar ciertos argumentos. Algo se ha quebrado y es evidente la incomodidad.

-         Vargas Llosa es un tipo de ultraderecha. No tiene, además, por qué decir lo que dijo sobre los argentinos. Yo sí la banco a Cristina.
Alguien pregunta:
-         ¿Vargas Llosa de dónde es?
La camarada kirchnerista comenta:
-         Eeeh… No sé… creo que es peruano, ¿no?
-         Sí, es peruano. (Dice la venezolana).

10 am del domingo: el muro de Facebook me muestra gran cantidad de videos sobre la historia política argentina; videos sobre la maravillosa obra del gran Néstor Kirchner y, por último, el video con las declaraciones de Vargas Llosa con un comentario como título:

“Para Vargas Llosa... Argentina es un galimatías indescifrable (lenguaje complicado y casi sin sentido) Nosotros nos hacemos cargo de nuestros errores y horrores... Ahora venir a decirnos que nos gusta vivir en dictadura, en pobreza y en mercantilismos baratos... Creo que la política que él mismo aplica de ultra derecha... no va con lo que pensamos la mayoría... Y no es populismo, sino derechos logrados al fin”.

Soy claramente la destinataria y no es justo, porque el paso en falso no lo he dado yo: esta vez me arrinconaron.

Son tiempos para medir consecuencias. Caminamos en vilo, a tientas. No disientas. Colecciona eufemismos, diplomacia, que ya no hay quien salga loco de contento: donde quiera te espera lo peor.