jueves, 24 de febrero de 2011

George Romero: ¿de entre los muertos?



Las personas hoy en día pueden decir lo que piensan y crear corrientes de opinión, tener seguidores. 
Así se crean los dictadores, los movimientos políticos, las tribus.
 George A Romero
                                                                                                                      
George Romero revolucionó el cine de terror a partir de su arquetipo del zombi. Ese subgénero le permitió siempre construir un discurso en el que resaltaba el pesimismo ante la condición humana, la denuncia política, social, qué duda cabe. Sin embargo, en el Diario de los muertos (2007), Romero dice poco o, afrontémoslo: dice tanto que cae en una repetición vana de sí mismo hasta quedar reducido a simple evangelizador.

Décadas después de “la película del centro comercial” (Dawn of the dead, 1978), imagen del consumismo y la degradación o “la película de la casa” (Night of the living dead, 1968), metáfora del encierro, el desconocimiento y los prejuicios, Romero aparece con “la película de Youtube e Internet” (Diary of the dead, 2007).

Veamos el punto de partida:

Un equipo reporteril capta el inicio de lo que será un ataque de muertos vivientes mientras, en el bosque, un estudiante de cine filma una película de terror junto a un profesor y a otros compañeros.

La cámara en mano, el cine dentro del cine: hasta ahí marchamos sin novedad. Pero el giro trágico llega pronto en detrimento de la obra de Romero: La voz en off del principal personaje femenino narra los acontecimientos; ella cuenta cómo la tozudez de su novio le permitió grabar el desastre sin pausas pues consideraba necesario mostrar al mundo la verdad sobre el ataque de los zombis, vía youtube y en tiempo real. Entendemos que ella le sobrevive y en honor al profundo espíritu de documentalista del chico -que antes no comprendió-, decide editar el metraje y dejarlo como documento incuestionable ante la humanidad, porque es bien sabido que los medios de comunicación manipulan según oscuros intereses.

Ah, caramba…

Y a partir de aquí todo en ti fue barranco, Romero, porque lo que parecía por segundos buena intención, confrontación con el mundo actual, afán por no ser considerado muerto y enterrado, culmina en panfleto y monólogo desaguisado, reiterativo. Mucho telling, poco showing.

En el momento de plantear los rudimentos de un análisis de la narrativa audiovisual, conviene acudir a las formas de representación definidas por Percy Lubbock como telling y showing, formas que se distinguen, en principio, por el grado de implicación o presencia del narrador. El showing –que podríamos traducir como mostración- es la pura representación dramática que comporta una presencia muy limitada, mientras que el telling –que habría que traducir por narración- implica una presencia activa del narrador, que se muestra capaz de manipular la historia mediante los distintos procesos estudiados en las líneas dedicadas a la narración en general.[1]

El autor hace una declaración de principios: gracias a Internet y youtube ya no basta con atenerse a la versión oficial de los hechos, suministrada por el gobierno y los medios de comunicación. En consecuencia, todo pasa por la pantalla: grabarnos para demostrar que estamos (¿somos?) Estar, pues, sujetos a la imagen incesante e interconectada (con sus consecuencias indeseables). Ser en la democratización del hecho comunicacional. El problema es que a fuerza de la mencionada “presencia activa del narrador”, todo el argumento se viene a pique. ¿Lucha contra la dictadura de los medios desde la dictadura de una voz en off que no deja espacio para la imaginación, para la construcción de significantes, para lo no dicho? De esta forma el autor gana peso en tanto presencia incómoda y pierde en cuanto a credibilidad.

El final de Night of the living dead es contundente porque habla sin necesidad de corolarios. En cambio, en Diary of the dead a Romero no le basta con dar vueltas sobre sí mismo sino que, además, nos asume espectadores incompetentes y nos premia con un epílogo de padre y señor nuestro:

¿De verdad merece la pena que nos salven?

En una crítica a la cinta leída en Internet refieren que: “El realizador continúa contra su lapidaria crítica hacia el gobierno, el ejército y la sociedad, demostrando, además la buena juventud de la que goza este ya sexagenario autor"[2]

Ciertamente, Diary of the dead tiene buenas dosis de sangre y gore, pero no es menos contradictorio hablar de mocedad en un director que ha declarado que no piensa que sus películas sean más puras que las de otros y, en contraposición, no pierde oportunidad para expresar (en la diégesis y en la realidad):

“Los zombies no pueden correr. Los tobillos se les romperían. ¿Cómo pueden levantarse de entre los muertos e inmediatamente inscribirse en un gimnasio? No lo entiendo”.

¿Autarquía de los medios o la tiranía que se ejerce a propósito del título de "maestro del subgénero"?


[1] Sánchez Navarro, Jordi. Narrativa audiovisual: 2006, p 78.
[2]http://www.kane3.es/dvd/el-diario-de-los-muertos-de-george-a-romero.php


Ficha técnica:
Director: George A Romero; Guión: George A Romero.

martes, 15 de febrero de 2011

Mulberry Street: Elogio al pasado de un género

   


“Hermosa” es un extraño adjetivo para una cinta de terror. O de zombis. O de hombres-ratas. Más extraño aún si consideramos que su telón de fondo es Nueva York; pero no la ciudad vibrante, de finanzas y lujo, sino un reducto de inmigrantes, marginados, fracasados y ancianos solitarios que habitan un viejo inmueble en precarias condiciones, próximo a ser demolido.

Sin embargo, con esos personajes construye el autor del filme una de las más bellas secuencias del género: cuando el desastre es inminente debido a la expansión del virus, damos una ojeada a la magnífica ciudad nocturna para pasar a la miseria personal de esa comunidad en vías a la destrucción (la urbe que se traga a sí misma y a todos, que no da pie a las necesidades de unos seres que serán desalojados en beneficio de una nueva y moderna construcción, pero, mientras tanto, siguen a merced de cañerías destrozadas, de paredes mohosas, de cimientos endebles)

Es así como de la mano de Arthur Lee y la agrupación Love con “Dream” somos testigos del drama de estos personajes pequeños, insignificantes ante la tragedia: el hombre que ansioso fuma un cigarrillo sin quitar la mirada del monstruo que acecha desde la prisión improvisada; los dos ancianos que se saben sobrevivientes indefensos, mientras el narrador de noticias pide elevar una oración por ellos, por todos los atrapados en la isla de Manhattan; el contacto por fin, entre el exboxeador viudo y la camarera (ya no tan joven, ya no tan bella); la veterana de Iraq que huye por esas calles donde otros ya no pueden resistirse a devorar a sus (hasta hace poco) similares.

No es gratuita la música de Love, porque Mulberry Street rinde tributo desde su modestia (y bien) a viejas cintas del género. Desde el arranque se muestra sobria y aún después, no hace alarde de un terror fácil. Es, como muchas de aquellas películas, parca, contenida hasta que ya nadie puede acallar la furia.

El miedo se vuelve palpable en la orfandad de los personajes y sobre esta idea vuelve una y otra vez el autor: indefensión ante la fragilidad, bien por el deplorable estado del edificio o bien, como metáfora, a través de la bomba de oxígeno del anciano (¿quién puede defenderse si las paredes se vienen abajo? ¿Si no se puede respirar sino con ayuda mecánica? Obviamente, lo intentan, y este personaje convierte su carencia en arma)

La denuncia explícita ante ese estado de las cosas es la valla publicitaria del próximo inmueble a erigirse en detrimento de éste y sus habitantes. El terror es lo cotidiano en la urbe; es su deshumanización a pasos agigantados. Terror es vivir en la incertidumbre de un presente ya enfermo, incluso antes de convertirnos en seres-ratas.

Desde luego, la crítica social es parte de la escuela de George Romero. No se trata sólo de unos acordes musicales de décadas pasadas.

Ya hacia el final llegamos al segundo momento de suspensión: el alba. La ciudad, los sobrevivientes, el silencio, los pasos del monstruo. La espera. ¿Qué hay después de esa espera, detrás de los sonidos espeluznantes in crescendo? Al parecer, no hay nada: hay más muerte y tragedia. Al final de Mulberry Street sólo reside la desesperanza.


Ficha técnica
Director: Jim Mickle; Guión: Nick Damici / Jim Mickle; Fotografía: Ryan Samul; Música: Andreas Kapsalis; Montaje: Jim Mickle; Dirección artística: Danny Perez; Vestuario: Vonia Arslanian; Maquillajes especiales: Lisa Garr; Efectos especiales: Adam Morrow; Efectos visuales: Jim Mickle.