Cuando salí del trabajo vi a la gente marchar hacia la casa de gobierno; a la distancia la Plaza de Mayo lucía colmada. Tomé el subte para ir a casa y, al llegar al barrio donde vivo, lo primero que noté fue que los vecinos habían trancado (cortado, aquí se dice 'cortar la calle') el cruce más importante de la zona, junto al Parque Rivadavia: Acoyte y Rivadavia. Saqué un pucho de la cartera, me detuve a oír a las cien personas que, con absoluta calma, cantaban casi en susurro el himno argentino. Al llegar al coro subieron las voces; al terminar, comenzaron las cacerolas y algunas consignas de 'abajo la dictadura'. Recordé que mis perros estaban solos y debía marcharme a su encuentro. Metros más allá de la gente, la policía resguardaba y redirigía el tráfico. Las cacerolas sonaban aquí y allá. Pensé en cuántas veces he visto a vecinos trancar calles por protestas sin ser agredidos, cuántas veces he visto a gente descontenta marchar hasta la Casa Rosada sin que ello signifique un hecho extraño. Supongo que para muchos es reconfortante pensar que Argentina está idéntica a Venezuela.
lunes, 19 de enero de 2015
domingo, 18 de enero de 2015
Bartleby, el venezolano que emigró
Elena adobaba la tapa de asado, Juan seleccionaba un tema en Youtube y él armaba un porro. Entonces Elena comenzó a hablar de un lugar en Caracas en el que vendían pollo en brasa y dijo el nombre de la calle.
—¿Dónde?, preguntó él con la mirada puesta en la minuciosa tarea de armar un porro derechito, esbelto, ajustado.
—Coño, Bartleby, en la calle Miranda, a dos cuadras de la plaza.
—Mira, no me acuerdo.
Juan levantó la mirada de la computadora, bebió un trago de cerveza y en un ataque de risa mencionó a Bob Abreu y lanzó:
—¡Bate, pelota, papá! ¡Bob Abreu!
Él no entendió el chiste. Prendió el porro y se puso un 7 por el resultado final del trabajo. Elena y Juan aún reían y ella mencionó que era el mejor comercial con un pelotero. Entonces Bartleby pasó el faso y dijo:
—Mira, no me acuerdo.
martes, 13 de enero de 2015
El arte de perder - Elizabeth Bishop
Vi a un viejo bandolinista llorar porque había perdido todo y ya no era nadie. Vi a un violoncelista deprimirse hasta el mutismo por el robo de su instrumento. Me vi perder la cordura y recuperarla para perderla de nuevo cada tanto. Perder, perdemos todos.
Así retomo este blog perdido: con un poema que quise dejar en este espacio desde la primera vez que lo leí. Para que no se extravíe en la memoria. Para dejar constancia. Para ejercitarme aún más en la pérdida.
El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.
Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.
Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.
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