Prueba resfriarte por segunda vez en las pocas semanas que van de otoño.
Entra a una tienda, tómale el peso a un abrigo e imagínalo sobre tus hombros durante meses.
Sal de casa y piérdete en la ciudad también por segunda vez en quince días.
Cierra los ojos: no hay nada más triste que perderse en una ciudad todavía impropia y, para colmo, no llegar a la única función de la película que tanto anhelabas ver. Extraviarse y no tener a quién llamar; no pedir indicaciones para evitar el irritable acento de los otros.
Sí, hay algo más triste: no existe vía de escape.
Parece imposible aferrarse a una ciudad sin afectos.
En Buenos Aires ni la sopa instantánea sabe bien.
(Esto también pudo titularse "Still got the flu")
(Esto también pudo titularse "Still got the flu")
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