lunes, 11 de julio de 2016

Good Bye, UBA!


Hace unos años se me ocurrió que, después de todo, necesitaba regresar a la academia para no quedarme solo con la licenciatura. Eso y que ya era hora de darle a mi interés por la literatura algo de seriedad. Escogí la Maestría de Literaturas Española y Latinoamericana de la UBA y por fortuna quedé seleccionada.

La Maestría en cuestión tenía —tiene— un área de historia cuya materia obligatoria hace un recorrido por procesos histórico-culturales de ambas regiones. Puede parecer raro, dado que lo que me movía eran las letras, pero lo cierto es que me fascinó la idea de cursarla.

Siempre fui buena estudiante: puntual, metódica, de apuntes prolijos que rayan en la demencia. Durante mi paso por la UCV aprendí a absorber todo lo que me fuese de interés y a cuestionar en el momento necesario: al profesor, al texto, a mí misma. En la asignatura de historia de la UBA me hallaba de vuelta en mi elemento. Ahí estaba yo: otra vez en el pupitre maltrecho de universidad pública latinoamericana, feliz con mi cuaderno y mi birome.

Pero ya todos sabemos cuál es el Señor y Guía Espiritual de la Academia Latinoamericana. Clase que pasaba, era clase donde solo resonaba la voz de los intelectuales de izquierda. Y aprendí mucho, pero también llegué a enfurecerme al ver que se insistía sin descanso en el marxismo; ya saben, el Señor del que venía hablando.

No emití opiniones que pudieran provocar alharidos dentro de un salón lleno de bolsostejidos, miinvestigaciónessobrelosafrodescendientesenlacostacolombiana, amantes del pan relleno y otras yerbas tan conocidas. Ustedes imaginen la tribu. Me dediqué a aprender y a escuchar, porque es necesario decirlo: el profesor era fantástico.

Tan fantástico que en la última clase me dio, sin querer, la oportunidad de oro. Mi momento oportuno llegó cuando nos dijo que ese día se dedicaría a oír nuestras opiniones sobre el curso que había dictado, pues era su primera vez en la Maestría. Se dijo lo usual de una buena clase: que había sido de gran interés, que el profesor era muy atinado y otras cosas vacías. 

Al llegar mi turno, me sumé al agradecimiento por el conocimiento tan bien compartido, pero señalé que me parecía de una falta de rigor lamentable que todo el curso se apoyase sobre bibliografía marxista. Una pareja de argentinos rió entonces en voz baja y la chica casi susurró: «Como si la derecha hubiese alguna vez aportado algo a nivel intelectual». Quise decir más y un chileno me gritó que era una facha. El profesor calmó las aguas y los que faltaban emitieron sus juicios.

Cuando la ronda hubo terminado, el profesor tuvo el gesto noble y valiente de confesar que el aporte que esperaba había venido de mí y que agradecía que le hiciese ver mi disconformidad. La clase se dispersó, los grupos se fueron despidiendo; después de todo era fin de curso. Antes de irme el profesor me llamó aparte y me preguntó por Venezuela. Aún recuerdo sus palabras: «Lo que más pánico me produce de Venezuela es que nada se resolverá de forma pacífica». Chávez todavía gobernaba.

Por muchas razones no finalicé la Maestría, pero mentiría si no dijera que me produce escozor la idea de pisar de nuevo un aula de universidad pública latinoamericana.

lunes, 4 de julio de 2016

Del silencio

  • Hay hombres que no saben callar. No sería gran cosa si respetaran la urgencia de silencio de otros.
  • Un creador necesita silencio para poder dialogar con sus inquietudes e ideas.
  • Tengo un padre que sabe hablar pero no comunicarse. Su silencio se ha vuelto más denso con los años.
  • Hay cabezas tan desarticuladas que, ante la imposibilidad de explicarse, escogen callar.
  • El silencio construye un muro ante los otros. Es preferible eso a veces que ser presa.
  • Vengo de un país en el que guardar silencio es una afrenta.
  • Silencio suele ser el que te devuelven los psiquiatras.
  • Una vez escribí que el silencio es mi mejor escondite. Y algo me dice que algún día no hallaré escapatoria.
  • Si me preguntasen por qué no suelo oír música diría que porque ésta sucede siempre en mi cabeza.
  • El silencio de los fumadores se apoya sobre volutas.
  • Hacer silencio es volver a la temprana infancia. Una forma de preservar la ingenuidad.
  • Solo en silencio escuchamos la sinfonía del mundo.
  • Solo hay que callar de vez en cuando para escuchar la voz de la belleza.
  • Mi silencio no me aparta de ti: me acerca a mí.
  • Si tienes la dicha de observar el mar, haz silencio: cada ola tiene voz propia.
  • Guardar silencio no es necesariamente abdicar.
  • El silencio es mi derecho.

sábado, 2 de julio de 2016

Borde


Juro que no quería venir. Pero se trataba de vos y justo ahora no puedo desairar a mis pocos afectos. Desde hace días siento la enfermedad. Se aferra a mi cabeza, toma posesión de mi cuerpo, el mismo que ya no aseo, que exige quedarse en cama. Camilo quiso poner un perchero en casa esta misma manana y, cuando se fue, vi que había quedado mal y torcido. Lo odié porque odio que las cosas no se hagan con esmero. Y entonces sentí la maldita chispa, el detonante de esta rabia y odio. No tienes idea del pavor que produce saberse una fiera, quedar reducido a los instintos más primarios. Estoy en un hoyo profundo, tan profundo que nadie puede llegarme del todo. Cuando se largó la lluvia no pude más y lloré y lloré. No quiero estar aquí, me repetía. Te daré una razón contundente: ¿Qué clase de país es ese en el que ni la pizza es rica? Al menos te hago reír, pero dime si no hay que ser desgraciado para dañar algo como la pizza. No niego que me hizo bien venir. Te contaré mi nuevo juego: ahora que ha vuelto la enfermedad cruzo la calle cuando los autos tienen luz verde. Sabes lo que busco en secreto. Así es el borde.