lunes, 28 de septiembre de 2015

Agorafobia


Lo que más odio en la vida es salir a la calle. Apenas pienso en ello un miedo súbito me recorre los músculos e imagino cuánto de mí quedaría expuesto a los otros si me atreviese a dar ese paso. Es una idea aterradora, créanme: nadie quiere ser observado meticulosamente hasta las raíces de sus demonios. Al menos no yo. Lo segundo que más odio es vivir encerrado. No crean que no salgo; de otra forma me moriría, pues no tengo para pagarle a alguien que venga a traerme lo que necesito del mundo exterior. Así que estoy encerrado en este apartamento minúsculo y, cuando no me dedico a escribir cartas o a leer poesía, fumo un cigarrillo tras otro para aplacar mis incesantes nervios. Hace no mucho alguien en la vereda tropezó conmigo y pensé que me daría un infarto. Pero los veo. Cuando salgo a comprar mis enseres básicos los veo: están en el parque, en las tiendas, caminan con sus crías, con sus perros. Entonces siento algo peor que la fobia: envidia. 

domingo, 27 de septiembre de 2015

Vivir en Buenos Aires: una guía para venezolanos

Usted está en Buenos Aires: su histeria es bienvenida.


Estar legal

No necesitas casi nada si eres venezolano y vienes a la Argentina, más que los antecedentes penales de allá que deberás legalizar acá. Y luego hacer una cola larguísima en Migraciones junto a peruanos, bolivianos, paraguayos y chinos. Pero ya vos vienes con práctica en eso de las colas, así que no te preocupes. Con prontitud te otorgarán tu DNI (documento nacional de identidad)

Antes de buscar laburo

Debes sacar el CUIT, una suerte de RIF personal que te habilitará a trabajar en el país. El trámite es sencillo y tampoco se requiere más que en migraciones. EL CUIT lo obtienes enseguida.

Buscar laburo

Trabajo hay, sí. Pero en negro, esto es: sin jubilación, aportes ni seguro médico (que acá se llama Obra Social) Como muchos sabrán ya, los ingenieros tienen las de ganar porque en Argentina hay un déficit y, por tanto, son muy solicitados.

El laburo típico que puedes hallar es de operador de call center (como yo), tanto en ventas como en cobranzas. Es matador, tienes el tiempo de baño contado, no puedes usar el celular ni navegar por internet. Pero por ley sólo se trabaja 6 horas diarias y casi todos los estudios te ponen en blanco y te dan tu horrorosa caja navideña para que te lleves un vino chimbo y unas nueces.

Algo importante es que a los call centers muchas veces no les interesa si tienes experiencia en ello o no, pero debes ser puntual, responsable y tener buena dicción para superar los 3 meses de prueba y quedar definitivamente en el puesto. Es el laburo por excelencia de los chicos que cursan también en la facultad, pues el horario les permite flexibilidad y, si los necesitas, te otorgan unos días de estudio al mes.

Dólares

El dólar blue (negro, libre) se cotiza casi en 16 pesos. También sabrán que hay cepo cambiario, y es por ello que toda la peatonal Florida (en el microcentro porteño, sede bancaria y comercial) está repleta de gente gritando: “¡Cambio, cambio! ¡Dólar, euro!”. Son casas de cambio clandestinas (cada vez más y más venezolanos trabajan en ellas)

No recomiendo que vayan con cualquiera. Si vos, que lees esto, te decides y migras a Buenos Aires, mejor contáctame y te cuento de un par que sí son de fiar (caso contrario puedes, desde llevarte billetes falsos, hasta sufrir un atraco)

Hablemos de dinero

Un trabajador en negro gana unos $5000 (pesos argentinos), que no es nada. Si estás en blanco puedes llegar a los $7000. Evidentemente, no hablo de sueldo de profesionales, que es otro cantar.

En Argentina no se cobra por quincena sino una vez al mes, normalmente del 1 al 10 o el quinto día hábil. El aguinaldo se cobra dos veces al año: en julio y diciembre, pero es menos que en Venezuela: obtienes un mes de sueldo más.

Dependiendo del gremio al que pertenezcas (si estás en blanco) puedes obtener otros beneficios. Por ejemplo, los empleados de comercio cobramos bonos o cosas así.

La vivienda

Vivienda hay por coñazo (disculpen, fue espontáneo) Al llegar tienen 3 opciones:

1.       Hostal: no los conozco y no he oído cosas favorables sobre ellos, pero hay miles.
2.       Alquiler temporario: son alquileres especialmente diseñados para turistas. Departamentos de un ambiente (monoambiente, les llaman) con todo incluido (cama, cocina, utensilios) y, según el presupuesto, los puedes hallar con pantalla plana o con un catre. En el tiempo que llevo aquí he visto cómo se han puesto carísimos, pero en fin, es una opción (sobre todo para una pareja) porque no te piden más que tu pasaporte y un depósito (que se devuelve al final si todo está en orden)
3.       Habitación: lo mejor es visitar compartodepto.com.ar. Puedes vivir en una casa de sólo mujeres, en una de familia, con puros extranjeros, etcétera.

El departamento

Finalmente, si con el tiempo aspiras alquilar un departamento para vos solo, te explico qué debes hacer y con cuánto dinero debes contar, aproximadamente.

En Buenos Aires hay una oferta muy grande de monoambientes para alquilar por un contrato de 3 años. Suelen venir con cocina y ya. El requisito indispensable durante mucho tiempo fue contar con la garantía de propiedad de un familiar en la ciudad o en Gran Buenos Aires (la provincia) Obvio, ni tú ni yo tenemos a un familiar acá y que, además, sea dueño de un inmueble. Así que la modalidad ha ido cambiando y cada vez son más las inmobiliarias que aceptan como garantía otras opciones, a saber:

1.       Seguro de caución: le pagas unos $5000 (pesos argentinos, ya no aclaro más) a una aseguradora que te pedirá tu recibo de sueldo y el de un tercero (no importa que ganen mucho o poco, pero claro, deben estar en blanco) y listo, si la inmobiliaria trabaja con este método, estás hecho.
2.       Seguro bancario: el banco te pedirá los mismos requisitos de la aseguradora. Hasta donde sé, debes tener cuenta allí.
3.       Recibo de sueldo: casi nunca sucede, pero puede pasar que a un propietario sólo le baste con que presentes el recibo de sueldo tuyo más el de un tercero y te alquile.

En todo este tema lo importante es haber ahorrado, porque entre los $5000 de antes, deberás pagar de mes y medio a dos meses a la inmobiliaria más un mes de depósito del alquiler y el alquiler del mes por adelantado. Los costos de un monoambiente oscilan entre los $2500 y $3500. Luego, vos deberás pagar las expensas (gastos del consorcio administrativo) que rondan los $500 más lo que uses de luz, agua, etcétera.

La salud

Hasta ahora, los hospitales públicos que he visitado están bien dotados. Un inciso: si vienen a Buenos Aires, nunca olviden que siguen en el tercer mundo. Las cosas están mucho mejor que en Venezuela, pero esto no es Suiza ni que te confundas en Recoleta. Si tienes obra social en el laburo las consultas médicas y todo lo relacionado con la salud te sale casi gratis (para ello te lo descuentan del salario) Los servicios no son tan malos. Yo, como paciente psiquiátrica, pago $4 por consulta en un lugar re cheto (sifrino)

La comida

Otro día hablaré del paladar de los porteños, otro que no sea hoy. Baste con decir que no les atrae probar cosas nuevas, más allá de sus empanadas, pizzas (que nada tienen que ver con las que nosotros conocemos), tartas y milanesas. Pero en fin, lo que importa: sí, hay pollo. Y puedes comprar 15 si quieres y ponerte como yo. Durante algún tiempo, recuerdo, se creó alarma porque no había tampones. Hoy hay de todos los colores. Ya sé que los tampones no se comen, pero sirva para dejar en claro que no hay escasez. El vino, la pasta, el arroz, la leche, el pollo, el aceite, el azúcar y muchas más cosas son baratas.

Transporte público

El subte funciona bastante bien pero hay que hacer un curso para no escuchar a los músicos que suben todo el tiempo. Hay mil líneas de colectivos y aprender a moverse bien con ellos es algo que me supera, así que para todo sirve la aplicación de la ciudad: el mapa interactivo de Buenos Aires. En otros tiempos sin celulares inteligentes, usábamos la Guía T. Para viajar en estos medios y en tren (que no cuesta un carajo y la gente pasa gratis) necesitas la tarjeta SUBE, que adquieres en kioscos. Y no quieras moverte todo el tiempo en taxi: no estás en Venezuela.

Finalmente

Buenos Aires es una ciudad para caminar a toda hora, andar en bicicleta, para fumar faso en la calle sin problemas, echarse en los parques, para beber vino en la puerta de un edificio. Me llevó años aprenderlo, soltar la paranoia que traía conmigo, esa imposiblidad de hacer propio el espacio público. Los argentinos son gente rural, de allí que sean tan hippies. Dales un fuego, un vino con hielo, un súperclasico, rock y chau picho. No pelees de política con ellos porque te mandarán derechito a la puta que te parió (aún no termino de seguir este consejo, qué careta soy), recuerda que pocos saben lo que sucede en Venezuela (pocos medios lo muestran) y procura no “hacerte la cabeza” con su jipismo y sus vainas. Esto no es Miami, si es lo que esperabas o buscabas. Esto es Sudamérica, con unos jacarandás preciosos en primavera, bicisendas, mil librerías, mil pizzerías, mil heladerías (con los mejores helados), pero también con cartoneros, gente que vive en la calle y arrebatones si andas desubicado. Y si no quieres ver venezolanos porque estás saturado: no te mudes a Palermo.


sábado, 26 de septiembre de 2015

Vértigo


Los sábados que debo trabajar salgo corriendo de la oficina decidida a escribir algo, como quien se cambia el traje por lo que le sienta más cómodo. O acaso, como quien desea expurgar el peor de los ratos. Sí, así suena mejor.

Escribir es mucho más duro: corrijo un poema, lo dejo, lo vuelvo a corregir. Pienso, pienso, me serrucho la cabeza imaginando un pequeño relato, algo que desee contar con todas las ganas (lo cual no asegura en lo absoluto que resultará fácil hacerlo)

Leo. Dispersa, como soy. Aquí y allá. Releo lo que subrayé. Me sorprendo con lo que otros logran con las palabras y que yo jamás podré. Doy vueltas, me remiendo, vuelvo a corregir otro poema.


No sé para qué escribo pero no puedo dejar de hacerlo; y lo he intentado, algo que hasta ahora no hice con el cigarrillo. La psicóloga me dijo: “Vos ve a laburar, pero recordá siempre que tu meta es ser escritora”. Suena a vértigo.

martes, 22 de septiembre de 2015

La boda de Marimar


En mi familia materna las mujeres suelen tener nombre de lancha o tapaíto: son orientales. Mi prima mayor, por ejemplo, se llama Marimar y se casó en Araya. Yo era una niña, pero recuerdo que usé un sombrero blanco (elegido por mí) que era la vaina más ridícula del universo y, por desgracia, tanto el sombrero como mi gordura en un traje melocotón brillante quedaron registrados en video.

A media tarde, antes del evento, notaron que faltaba whisky, así que enviaron en lancha a un dúo dinámico: a mi primo más borracho y a mi hermano, su secuaz. Ambos tenían la misión de buscar varias cajas de whisky en Porlamar (porque era más barato) y regresar a la Península. Hicieron la travesía, pero ya de regreso se bajaron una caja completa y llegaron borrachos y tarde a la casa allende el Castillo.

Para la ocasión mi abuela y mis tías cocinaron casi todo, es decir: grandes raciones de mariscos y pescados hechos como para el consumo de los dioses. Un grupo de música folklórica y tropical animó la velada. Sus integrantes vestían camisas de cocoteros y guacamayas. Mi abuelo, ya en sus últimas, no perdió la ocasión de bailar en la pista de cemento.

El  vestido de Marimar no parecía de novia sino de viuda. Tan bonita Marimar, pero se veía como La Sayona con aquel atuendo cerrado hasta el cuello y lleno de encajes. La fiesta afuera se celebraba en piso de tierra y bajo una choza. Mis primas más grandes, las damas de honor, llevaban unos vestidos dignos de un carnaval en Carúpano, y sin embargo ellas se sentían divinas.

A medianoche mi abuela paterna, una consumada poeta y borracha, cayó en trance con tanta champaña. Dos primos debieron cargarla hasta un auto para llevarla a la casa de la familia. Quien no durmió en colchoneta esa noche, durmió en chinchorro (como el tío Jesús Rosas Marcano)


Muchas veces, en vacaciones posteriores, nos reunimos a mirar el video de la boda y nos reímos sin parar: todos nos veíamos ridículos. Mi prima se divorció. Mientras, yo no dejo de preguntarme quién se habrá quedado con aquel casette del bochorno.

martes, 15 de septiembre de 2015

Andá, Eva


Yaces en un banco, Eva.
Nadie soportó tu neurosis
Ni tus arritmias de madrugada.
Yaces confusa, acaso
Una mano que toma un cigarrillo
Y lo lleva hasta el deleite.
No es fácil amar a una mujer
Decía la canción.
Excusas. Miedos.
Ahora apuras la vida para irte pronto
Eva, aquí cerca hay un psiquiátrico
Puedes fumar y llorar con calma.
Nadie se queda, nena.
Nadie resguarda los muros

De los heridos de mente.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Bajo tierra


Hacía un sol que quemaba el cerebro y eso, sumado a lo que había bebido, le produjo fuertes ganas de vomitar. Pero logró contenerse. Anduvo despacio entre las tumbas y se alejó en silencio del séquito hasta llegar a su auto. Entonces notó que aún tenía el ramo de rosas en la mano. Las dejó en el asiento del copiloto y tomó la carretera. Se dijo que a las penas hay que darles lo que piden, así que puso un CD de Tito Rodríguez. Sólo boleros. Al llegar al centro decidió que no tenía nada que buscar allí y enfiló vía a la playa. La isla había muerto hacía mucho. Aquí y allá se veían paredes grafiteadas con el líder, mendigos, niños en los semáforos, locales cerrados. Ya en la carretera a la playa aumentó la velocidad y aprovechó para sacar la cartera de whisky de la guantera. Bebió el líquido como si fuese agua y pensó que la abuela siempre decía que el whisky era agua bendita. Vio a los vendedores de patillas y cocos pero pensó que esta vez nada le impediría llegar hasta la meta. Tito Rodríguez se desgarraba por los altavoces y cantó lo que sabía de la letra. Al llegar a la playa estacionó el auto, bajó con el ramo de rosas, el whisky y se sentó en la arena. El mar estaba en calma. Enterró las flores en la arena mojada y pensó que ya era hora de regresar: todo yacía bajo tierra.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Mi viejo, el de la tumbadora y el bongó


Muchas veces pienso en mi padre. Mi padre tiene dos bibliotecas grandes, sufre de depresión, evita el roce social a toda costa y le tiene fobia a los autos y a los aviones, aunque no lo reconozca. Bah: creo que en realidad sufre de un tipo de fobia que le impide salir de sí mismo y su pequeño entorno atiborrado de viejas fotografías de Margarita, libros y recortes de prensa.

Pero debo presentarlo mejor. Mi viejo sabía desde chico que quería ser músico y, a los 13 años, le dijo a mi abuela (una comerciante pujante de la zona franca) cuál era su deseo. Ella y mi abuelo lo despacharon con un simple: “Música no es una carrera”, a lo que mi padre respondió: “Entonces, si no puedo estudiar música, renuncio al liceo”. Y renunció y se dedicó a trabajar en la tienda de mis abuelos. Eso sí: es un gran percusionista de guataca.

A los 18 años pudo comprarle la tienda y la vieja casa a mis abuelos y así tener su propio negocio. Trabajaba como el mulato que es: se despertaba a las 3 de la madrugada a recibir los contingentes que llegaban de Sucre y Bolívar a comprar sábanas, toallas Cannon, telas, quesos de bola, alcoholado El Pingüino. Mi madre hacía lo mismo.

Yo crecí jugando con telas. Para colmo, mi vieja es costurera. Pero me desvío.

Pienso en mi padre a menudo. Y siempre debo contener las lágrimas. Tengo una hermana mayor que es ciudadana alemana y mi padre jamás ha accedido a visitarla en estos largos veintipico de años que ella lleva allá.

Y sé que no vendrá a la Argentina. Pero cada vez que lo oigo por teléfono puedo ver cómo se va muriendo de depresión por todo lo que le rodea. Y yo, que heredé la enfermedad de él, me siento infinitamente inútil. ¿Qué puedo hacer?


Pienso en mi viejo porque a Venezuela no pienso volver. Recuerdo que todos los que lo conocen hablan de él como un hombre cabal, recto, honesto. Pienso en las flores que llevaré a su entierro.

martes, 1 de septiembre de 2015

Arrechera unplugged (o me paso por el forro a los psicólogos)


Una vez en una clase le oí decir al gran crítico de cine Diego Trerotola que la crítica en caliente no sólo no debería descartarse, sino que hay que aprovecharla porque es la mejor.

Esta noche pienso en lo que dijo el gordo Trerotola (y lo de gordo es con amor, porque somos del gremio) y añado que las arrecheras también hay que contarlas en caliente, justo cuando uno siente que podría moler a golpes algo (¿a un ser humano? ¿a un jarrón? ¿una vidriera?)

No quiero ver a un psicólogo más. Ni uno. Ni porque tenga la cara y el cuerpo de Jason Statham. Llegué perdida a la cita, porque así he estado: mal. Con ataques de pánico antes de entrar al laburo. Un laburo, valga decir, que me ha llevado dos veces a psiquiátricos. Ella no supo qué decirme. Lo que sí supo decir la licenciada es que ella ignoraba que la mayoría de sus compatriotas trabajan en negro sin obra social, sin aportes.

Porque ella cree que allá afuera hay laburo. Mucho y bueno. Y que todos tienen seguro médico para tratarse cosas incurables (como yo) Se quedó como si le hubiese contado que no existe el niño Jesús cuando le hice ver cómo son las cosas.

Sí, la quise matar. Pero no tanto como cuando me demostró no saber absolutamente nada de lo que pasa en Venezuela. Sí, que tampoco tendría por qué, pero vamos: licenciada, haga algo con el título.

Ya he visto a muchos. Un psicólogo chavista quiso tratarme con flores de Bach después de mi segundo intento de suicidio a los veintipocos. Otra era una frígida que una vez tuvo el tupé de despachar la consulta a los veinte minutos. Y conozco a una psicóloga de mi edad que cree en la virginidad antes del matrimonio, que la marihuana es una droga dura y que todo se puede si somos positivos y entusiastas.

No, hijos de puta: no todo se puede. Y ustedes, psicólogos, son unos desquiciados que viven en una torre de marfil. Happy happy, joy joy. O yo una infeliz que pretende demasiado de la salud pública tercermundista. No lo sé. Pero dejaré en claro una cosa: fui, voy e iré porque, desgraciadamente, sufro un trastorno mental y debo seguir el tratamiento. 

Soy reo. Eso soy. Y habiendo dicho todo esto: perdón, Daniela Cámara Fasolino. Por suerte vos nunca me trataste.