lunes, 30 de agosto de 2010

Lo que descubrí en la cocina


Fueron dos factores los que me llevaron allí: el desempleo prolongado y la curiosidad por trabajar en un restaurante.

Alirio era pálido, de un tono de piel casi amarillento. Usaba los pantalones a la cintura y las camisas por dentro de éste; roídas, con pequeñas manchas, las camisas manga corta de Alirio me recordaban a Diego y a David. Fresa y chocolate, pero lo de él no eran los dulces: Alirio era el artífice de todas esas exquisiteces que buscaba devorar la clase alta caraqueña en sus fines de semana de amigas, darling, maridos pilotos, niñitas hoy en mi casa.

El salmón marinado, los bocconcini con tomates secos, el vitel toné, la caponata: sus obras en grandes y pesadas fuentes, que sólo osaba llevar personalmente al mostrador cuando alguien le ponía sobre aviso de la presencia de una celebridad en la tienda. Y salía entonces solemne llevando en sus macizos brazos el manjar que le acercaría a la divinidad.

Y las doñas encopetadas, las clientas de siempre, con el chofer a un lado –discreto y sumiso- pedían un poco de todo para complacer a los maridos. Y yo imaginaba las terrazas frondosas, los hombres con pantalones perfectamente cortados, el sol tropical, las obras de la sala, la mucama en uniforme, las conversaciones sobre política y viajes, las palmeras, el mármol, los ventanales. Whisky y comida italiana: las singularidades de mi país y de la ciudad de contrastes absolutos, que va desde esas mansiones de dos plantas hasta Guatire, donde vivía solitario Alirio.

Un día se enteró de que yo había estudiado cine y cambió su actitud recelosa y callada hacia mí.. Así supe que ese hombre discreto de edad indescifrable era adorador de las viejas estrellas del Hollywood dorado. No uso el adjetivo “adorador” en vano: Alirio me contó sobre el pequeño altar que había levantado en su apartamento: allí reposaban imágenes de Ava Gardner, Katherine Hepburn, Greta Garbo, Norma Shearer, Elizabeth Taylor.


Mientras yo limpiaba y ordenaba, susurraba fugazmente en mi oído el nombre de una vieja actriz y entonces esperaba mi respuesta con un brazo sobre el pecho y el otro ondeando. Eran discretos los ademanes afeminados de Alirio. Era seguro, moderado en el habla.

Durante años esto también me lo contó coleccionó antigüedades que luego fue vendiendo al mejor postor. Claro, por eso recordé aquel recinto habanero plagado de figuras de yeso bajo mantas. Como él al fondo de la cocina mientras la dueña -hija de sicilianos- gritaba y daba órdenes con su perenne mal humor.

Los jefes sabían que Alirio era la mayor joya del local: demasiados años perfeccionando aquellas recetas; hábil, detallista, obediente; desde la trinchera, Alirio aprendió también a hablar italiano. Y me figuro que mientras cortaba los tomates para el filetto, la vieja matrona estaría al tanto de su finura y calidad como cocinero.

Un saludo a la actriz de teatro y televisión: “¿Cómo van las grabaciones de la novela?”. “Esa periodista no es tan bonita en persona”. Realmente se sentía en la cima cocinando para nuestras efigies de cartón y al final era irrelevante porque él, Alirio, era el maestro.

Una tarde la eterna italo-venezolana malencarada le armó un zafarrancho. Tan exquisita, tan de buena cuna, tan amore tiempo sin verte, querida. Días después decidí renunciar y a las semanas, para mi sorpresa, recibí una llamada de Alirio:

“Linda, eres muy especial. Ellos son así y a mí me toca aguantármelos. Te deseo lo mejor”

Alirio con sus camisas manga corta, sus pantalones de pinzas, sus divas en un altar, su soledad, sus figuritas de cerámica, sus muebles viejos.

Las cocinas esconden secretos y milagros.

martes, 17 de agosto de 2010

Thank you for the music, for giving it to me



"Decir  a alguien 'te amo' es decirle 'no morirás'."
Gabriel Marcel


Dicen que es muy grave. Dejo de lado un prometedor primer encuentro amoroso y parto hoy martes 14 de agosto de urgencia a Porlamar. No hablas y al parecer, tampoco escuchas. Da igual, empaco lo único importante: algunos cd’s con tus temas favoritos, los que me hiciste oír desde niña: Sinatra, The Marmalade, Elvis, Lennon, Raphael, ABBA.


Me hacen pasar. “Es su hija”, dicen a las enfermeras, a fin de hacerles romper las normas de la sala de emergencias del hospital.


Y allí estás: dormida, hermosa. El amor de mi vida, mi cómplice. Beso tu cara, obvio el pudor y te coloco los audífonos. “Aquí estoy, con la música que tanto adorabas”. Y hay una lágrima. Yo no soy creyente eso nunca te lo dije, pero sé que me escuchas y que fue para mí esa única reacción.


No me aparto de esta siniestra sala de espera. Dejo de comer; sólo bebo café y fumo sin parar.


 Echa las cenizas aquí. Yo después lo limpio, así tu papá y tu mamá no se dan cuenta.


Por el día algunos conocidos y familiares llegan. Para mí son inexistentes. En la noche sólo quedamos estos espectros. Los gritos de alguna madre. La ambulancia con un herido de bala. Algún incidente con un malandro.


— Decir te quiero mucho ya está trillado, Cristi. Yo te amo. Y los ojos se te llenaron de lágrimas. Y volví a bajar la escalera. Quería decirte que tú eras la única razón por la que aún visitaba esa casa (puede ser que sí te lo mencionara, no lo recuerdo)


All my sorrows
Sad tomorrows
Take me back to my own home


Junto a mí, De Profundis. Te lo regalé hace un par de años. Tú me enseñaste a amar también a Wilde. Y a entender algo de fútbol. La cocina: tu espacio. Heredé parte de tu magia en la sazón. Tú me regalabas las torticas de arroz de mis meriendas; yo aprendí muy temprano a hacer las crepes que devorábamos juntas. Olías a pimienta, ají, a crema, a un sutil perfume de mujer.


Este chico nuevo me llama cada noche; camino con el celular en mano por pasillos desiertos y logro abstraerme un poco del desastre. Son muchas horas. No tengo sueño.


I did what I had to do
And saw it through without exemption.


Para despertarme encendías la radio. Volvías a la media hora porque yo seguía dormida. Te pedía que me peinaras durante largo rato. “Siempre llega con las dos crinejas muy derechitas y sale despeinada”, te decía la maestra. Los carnavales en la 4 de Mayo; el helado con dentadura plástica de vampiro; papelillo; disfraces improvisados.


Más gritos; más sangre. Creo que me duele mucho la columna. A esta hora no me dejan entrar a verte. En la mañana te lavaré con paciencia; te pondré perfume; te cantaré al oído; te repetiré que te amo.


— ¿Por qué hay que dormir en la noche? Yo no tengo sueño
 Cierra los ojos y verás que sí.


El malandro de la cama de al lado está mal, comentan en emergencias. Es necesario amputarle la pierna, pero él no se deja. Todas las noches grita de dolor. Tiene tatuado el logotipo de Nike en la cabeza. Me ve cuando te acaricio. No quiero que te asustes, por eso traigo más música, así no oyes su quejido constante.


 Guardé todas tus cosas, Cristi, no sea que alguien de la familia mueva algo mientras estás en Caracas.


Ya no me mareo tanto con los cigarros. La avenida está desierta. Los policías bromean con mi prima Cristina. Sólo ella me acompaña. Le cuento del chico nuevo. Espero que se haga de día; todos olerán esta peste que cargo y no me importa. Como no me importaría enjuagarte infinitamente con este amor de hija sedienta de cariño y comprensión.


 ¿Por qué te viniste a vivir con nosotros, tía?
 No sé, cuando naciste me enamoré de ti. Y me quedé cuidándote.


Hoy no me dejan verte porque la situación del chamo empeoró y nadie soporta el hedor en la sala. Tus matas deben estar tristes allá en la casa. No quiero pasar por ahí; apenas he visto a mi papá. Está molesto porque no como ni descanso. Que se dejen de joder ambos: mi lugar es éste porque tú eres mi único hogar.
Maldito calor de isla podrida. Maldita luz inclemente.


Todavía es muy pronto y la sueño
Todavía su amor lo recuerdo


 A veces pienso que me gustaría irme a vivir contigo, yo no soporto a esta gente. Lo que pasa es que me siento como deprimida. Cuando tú tengas una casa, me mudo.


Maldita mierda. No soporto verla aquí con su exagerado dolor porque detrás de él se esconde la culpa. Sólo nosotras sabemos. Ya no sé qué decirte, ya no puedo pensar más. Un reloj que compraste con el poco dinero que tenías. Te traigo chocolates en cada viaje. Lloro a tu lado, me escuchas, me acaricias. La comida favorita. Fotografiaste mi niñez. Un 24 de diciembre juntas, ¿el último? The world is a bad place, a terrible place to life. All my crying, feel I’m dying. Estás seria y te hago cosquillas y ríes sin parar. Te ruego que me cuentes, otra vez, viejas anécdotas. Cómo lloré cuando murió Elvis. Desde el cuarto te oigo cantar la música de mi vida. Recuerdos tristes de un pasado alegre. Tanto veías Blancanieves que se dañó la cinta de Betamax. Tu mamá quería pegarte y yo le grité que no lo hiciera y se arrechó conmigo, pero es que yo sé que no habías hecho nada y le decías la verdad. El otro día estaban dando esa película y me acordé de ti. No llores, Cristi. Duerme, negrita.


Take my hand, take my whole life too


Sigo afuera bajo este sol miserable. “Dejen que pase a verla”. Y ya no eres tú: arrumada entre enfermos desconcertados frente a este cadáver. Sé que todo lo sabías. Váyanse a la mierda, no quiero oír a nadie. Es entre ella y yo. Nadie más merece llorar porque nadie la ama así.


Chiquitita, you and I know
How the heartaches come and they go and the scars they’re leaving


Escojo las mejores flores yo misma y las coloco en tu regazo. Sólo yo te toco y te arreglo. Yo, que te debo la vida. Aquí en mi cabeza sigue la misma música, aferrarme a estos temas es lo único que me queda, mi mayor alegría.


And now, the end is near,
And so I face the final curtain.


Espero afuera de la iglesia, no pienso entrar allí. Todas estas calles las recorrí de tu mano. Elvis una y otra vez. Hay mucha gente, pero yo permanezco al lado de tus dos mejores amigas, y a ellas les digo que nunca más regresaré; que ya no quiero saber nada de ellos. Todo te lo llevas. Y bajas a la tierra.


Like a river flows surely to the sea
Darling so it goes
Some things are meant to be


Mejor callo el desastre que viví y te cuento que me gradué y partí. Estoy enamorada y tengo a una perrita que sé habrías adorado. Le hinché al Diego; tomé fotos cuando murió Sandro. Espero algún día tener esa casa donde viviríamos juntas.


Gracias por esta vieja música que no corresponde a mi edad.
¿Ya te dije que te amo? Lo hice cada día. Lo hago hoy que se cumplen 3 años. ¿Lo demás? son nuestros secretos.
Tú y yo, tía.

lunes, 2 de agosto de 2010

Madrugada 6 am


Estás en pie. Bueno, no en pie, pero estás y eso ya es bastante. En pie sin aditivos. Y sabes que desde entonces da miedo recibir el amanecer: hay muchos recuerdos, mucha ansiedad, mucha mala nota, mucho desgaste, mucha depresión.
Pero estás en pie y es lo que importa.
Necesitas una vida nueva. Una dentro de la ley, una concreta. Una que no contemple amaneceres con ansiedad.
Caracas: yo no te odio, pero no me pidas que vuelva ya a tus fauces. No puedo. Es el vino, Caracas. No puedo. Es mi vida, es el tacto, el olfato, el oído. No puedo. Es tu vicio, es tu droga, es tu ruido, es tu mala trampa, tu soledad, tu ligereza, Caracas; es tu lujuria –y la mía-. No me pidas que me lance. No me pidas esa muerte.
Mariana me pregunta porqué no puedo volver. Pero ella sabe que yo no tengo raíz: no hay familia, no hay casa, no hay bienestar.
He intentado desde largo tiempo, construir una cerca alta; marcar distancia con un antiguo hogar que sólo me trae tristeza. Y desde que te fuiste, tía, quedó al descubierto la grieta entre ellos y yo.
A las 6:00 am, borrachos y extasiados con Vytas Brenner y Aldemaro Romero, Jonathan dijo: “Caracas huele a café en la mañana”. Y todo se vino abajo. No es Caracas: es Porlamar, es cada rincón, le contesté. Todo huele a café al despertar. Y notamos que en efecto, duele.
Al día siguiente, el despecho había desaparecido. El amor se borra cuando abres los ojos y comprendes por milésima vez que no, Mariana, no quiero volver. Todo el tiempo es poco.