sábado, 25 de junio de 2011

¡Whisky!


Detesto cantar cumpleaños feliz. Sí, sé que existen otros como yo y nadie se muere por eso. De igual modo, me molestan las listas de promesas, metas y deseos dichas en voz alta. Yo tengo las mías y no juego al Espíritu de la Navidad. Sea como sea, ayer me percaté de que este blog acaba de llegar a su primer aniversario y un chinamo odioso me ha dicho al oído que debo escribir una entrada al respecto porque es lo que corresponde después de tanta angustia frente al monitor (y lejos de él).


Joder, que esto de escribir es la cosa más abrumadora del universo. Esto es una urgencia que se paga con sangre que, en mi caso, se traduciría en una tensión absoluta y una incomodidad constante ante el texto terminado y/o ante su ausencia. Un cigarro tras otro; una ducha cuando falta redondear las ideas y, al final, ni siquiera hay euforia: hay más tensión y desaliento. Pero tengo que volver.

Hay que celebrar entonces. Ésta es mi fiesta y probablemente nadie me observe mientras armo el jolgorio (que viene a ser lo mismo que escribir para no ser leído, mi blog dixit).


Ideas sin plumas (esto no llegó a entrada)


- Hay que actuar ya. No es posible que esos micros para promocionar películas anden de lo más campantes sin que tomemos medidas. Usted los ha visto muchas veces y habrá notado que siempre es el mismo guión: fulanita famosa 1 y fulanito famoso 2 aseguran que director famoso es el mejor director sobre la faz de la tierra: comprende a los actores, les da indicaciones sin ser invasivo. Trabajar con él ha sido el súmmum de sus carreras. Fulanita famosa 1 dice que fulanito famoso 2 es el mejor compañero y en realidad, de niña se masturbaba con el afiche de él que tenía en su cuarto y no puede creer que, aun siendo tan famoso, se mantenga accesible, le dé consejos y encima, haga reír a todos en el set.
Y así el ciclo se repite con cada nueva película. Ésta es la parte fea del cine: la adulación les sienta bien.

- Las mujeres en puestos de poder sufren del síndrome Seño. Profesoras, jefas o supervisoras: hay una maestra de jardín de infancia en todas ellas. Una mala, voluble e histérica, claro está.

- Jackass 3 es la mejor película que vi en mi vida. Sí, claro que es una exageración, pero sirve para desmontar ciertas ideas rancias sobre la cultura. Pruebe cuando, trago en mano, alguien le diga: “El año pasado en Marienbad es fabulosa”. Y ya que estamos, mejor descreer de todos aquellos que no quieren ir a ver una película protagonizada por Jason Statham: son los mismos que insisten en pescar significados e ideas rebuscadas, en clara señal de desprecio por los sentidos.

- Insistimos: cuidado con la diminutivitis femenina. Es perjudicial para la salud mental de todos (las afectadas tal vez ya no tengan nada que preservar). Lo sentimos muchito, queriditas.

- ¿Es cierto que a los 30 puedes tener casa propia? Yo tengo un reproductor de DVD, ¿ya soy una persona exitosa? Después de tres intentos fallidos, ¿finalmente lograré terminar Sobre Héroes y Tumbas? ¿Soy además poco culta?

- Algunas feministas podrían hacerle la competencia a Valerie Solanas. Sí, a estas alturas de la humanidad. Conmiseración para esas almas carentes de sentido del humor.

- La vida insiste en excluirme de su selecto grupo “gente que trabaja en lo que ama”. ¿Los subempleados conquistaremos algún reino VIP de profesionales sin salida laboral? En ausencia del triunfo he recibido un blog.

El dolor en el pecho dicta que debo concluir. No es alegría, es tabaquismo.
A los amigos lectores, cuatro gatos constantes: gracias por tantos correos llenos de elogios. Mi deseo es que ahora se animen a comentar las entradas.

lunes, 20 de junio de 2011

Cubiertas como excusas


Creo que la muerte nos hace a todos iguales, y que estar vivos
significa ser diferentes. Los objetos que nos rodean durante nuestra breve existencia deberían ayudarnos a disfrutar de esa prerrogativa.
Gaetano Pesce

Éste no es un texto sensiblero. No habrá aquí nostalgias edulcoradas de mi niñez. No es tampoco una oda a mi padre a propósito de la celebración mundial del domingo pasado. Todos hemos leído esos textos: los tropezamos en cientos de blogs. Aquí mismo, si se anima, encontrará tal vez ejemplos.

Papá es un hombre con nulas capacidades para la socialización; tiene la mirada acuosa, impenetrable. No es un hombre de abrazos o afecto: no sabe darlos. Tiene muchos miedos y sé que aún sufre por no haber podido seguir su vocación de músico. Es tosco y no posee ni siquiera el título de bachiller. Pero a papá lo vi cada día de mi vida con un libro entre manos.

Lee, lee mi padre incansablemente por necesidad de evasión. Un libro tras otro. Es incapaz de establecer una conversación conmigo y desde que lo conozco sólo ha sabido repetirme tres máximas: “Lee, Cristinita. Sé honesta. Sé constante”.

Papá no sabe de crítica literaria. No lee para ser erudito. Lee como coartada ante la vida, porque intuyo no soporta su rutinario vaivén; preso de una casa, una isla, y tal vez, muchas frustraciones, papá no podría existir sin el privilegio de recrearse en la literatura: buena o mala, premiada o no.

En la Margarita donde crecí había papelerías, no librerías. Así, el origen de muchos de los textos de la abarrotada biblioteca de nuestra casa era El Círculo de Lectores. Nada evoca mejor el encierro dominical de entonces junto a un libro, que esas ediciones de tapa dura y material corrugado (tela editorial, arroja la búsqueda en la web) con impronta de los años setenta en portada: ilustraciones de líneas rectas y simples; profusión de siluetas; uso de dos, máximo, tres colores.

En una librería de Corrientes, donde los libros usados y ajados vienen y van, hallé una de esas ediciones: El espía que surgió del frío, de John Le Carré. No lo pude dejar pasar. Estos libros (que estaban o están en muchas casas de muchas familias) se me antojan ahora casi objetos de colección. Me declaro fanática del esmero en el diseño, de la ingenuidad y poder de evocación de sus ilustraciones: una figura compuesta por dos piernas, una femenina y otra, de bota militar (Pantaleón y las visitadoras, de Vargas Llosa); un estuche de guitarra que es también espejo de la ciudad (País Portátil, de González León); un perfil femenino que sobresale entre contornos masculinos repetidos (La Mamma The fortunate Pilgrim, de Mario Puzo).

Me parece que contar con uno de estos libros es casi como poseer un dibujo de Leufert: puro belleza en la practicidad. No es exagerado si pienso en mi modesta biblioteca y en las ediciones que ha visto en librerías: menos abstracción y más literalidad parece ser la premisa.

Vistos sus defectos, queda clara cuán difícil sería la tarea de idealizar a mi padre. Y sin embargo, puedo concedérselo, porque aunque no me enseñó a leer, me enseñó a no parar de hacerlo y, con ello, a convertir el acto en fe.  

Con esta pequeña joya de 223 páginas recuerdo de dónde vienen los libros. Ojalá fuesen también pasaje a ese mundo donde él se refugia cada día, lejos de mí y de todos.
Lo siento, acabo de notar que falté a la promesa de las primeras líneas.