miércoles, 29 de abril de 2015

Qué carajos, esto es una mierda


La primera opción del psiquiatra era internarme. De nuevo. Lo evaluó mejor y recetó una cantidad grosera de medicamentos y reposo laboral por una semana. Pensándolo bien, no creo haber reposado. Uno de los medicamentos cuesta como el 30% de mi salario. Imposible comprarlo: me quedaría sin comer (y ya como bastante poco) Me dice el psiquiatra que lo pida en hospitales públicos. Claro, debo hacer eso, debo comprar jabón, debo pagar varias cuentas ya vencidas, debo buscar un mejor trabajo, debo hacer un curso online. A la mierda: la voluntad es lo primero que se pierde. Así que no hago nada. No se trata de querer sino de no poder. Cada noche necesito un trago. Si no hay faso quiero llorar. Mentira, siempre quiero llorar, pero estoy sedada. No entiendo qué diablos le pasa a mi cabeza y los psiquiatras tampoco lo entienden. Ya he visto como a un carnaval de ellos. Odio sus caras de falsa conmiseración, su frialdad. La piscóloga no me sirve; también dejé de ir hace 3 semanas. Me urge hablar y sólo me sale callar. Me pregunté para qué diablos escribiría esto en mi blog, qué importancia tendría un lamento más. Pero, ¿no son para eso los blogs? O mejor dicho: ¿no son para lo que nos dé la gana que sean? Busco y no hay oídos prestos. Entonces me vienen a la mente todas esas ideas que los medicamentos, se supone, deben reprimir. Algunos se preguntarán por qué me expongo así y lo único que se me ocurre al respecto es que me estoy pudriendo, necesito sacar las palabras y no hay nadie alrededor. Pero no es una pierna, no es un brazo, no: es la cabeza. Y cuando la cabeza anda mal no hay mucho que hacer más que expulsar la mierda, servirse otro trago y mandarlo todo al demonio. No soy la única, quizás esto sirva. Quizás no. Me importa un carajo. 

lunes, 27 de abril de 2015

Lo evidente

—He ahí otra cosa que me pesa: siento que soy incapaz de cuidar a mis perros.
—Casi tuvieron que internarte: ¿a quién querés cuidar?

miércoles, 22 de abril de 2015

Ellos

Entran y salen hombres de esta casa y siempre es lindo verlos llegar y aburrirse porque no hay nada en común o arrecharse porque defienden lo indefendible o reírse porque han hallado la tecla. Y es lindo ver cómo maniobra cada cual con el deseo y se desbocan o se arrinconan a la espera de una fiera que bien podría ser yo si no me hubiese cansado un poco del papel. Pero siempre las piernas están abiertas, el cuello se vuelve una vasija de ruego, los pezones quieren mordeduras. Y es lindo tenerlos en la cama ya tendidos, comprobar la torpeza, derramarse. Y te quedas con el recuerdo del que abrió los brazos y trató, no sin candor, de curarte el insomnio. Es lindo verlos despertar contentos y es más lindo aún que existan para que el dolor de la soledad no sea la única idea fija.